Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
—Natalie, no sabes lo que estás diciendo. Estás cansada; pásate a la tienda e intenta dormir. Mañana, cuando pienses en frío lo que me has dicho, verás que no es una buena idea —afirmé extremadamente seco y cortante para darle a entender que no cambiaría de opinión al respecto. Ella resopló, puso los ojos en blanco y se hizo la ofendida, pero finalmente acabó asintiendo y se levantó para ir hacia la tienda.
—Vale, pero sé lo que estoy diciendo. Es una manera de que podamos estar juntos del todo —insistió, dándome un beso en la mejilla para después meterse en la tienda.
Aquella conversación me había dejado muy descolocado y las cuatro horas que estuve haciendo guardia hasta que desperté a Cristina le estuve dando vueltas sin parar al tema. Por más que intentara verle los puntos positivos a convertirla, los puntos negativos siempre pesaban mucho más. Aun sabiendo que nunca llegaría a hacerle eso a Natalie, no podía evitar sonreír al pensar en lo que ella era capaz de hacer por estar conmigo y por entenderme. Finalmente, acabé por no saber si era una idea mala, pésima o simplemente era un poco insensata.
*****
Cuando me hube dormido, a pesar del malestar con el que me acosté, acabé soñando con cosas bonitas. Sueños felices de los cuales seguramente nunca me acordaría, pero sabía que esa noche fui feliz. Al menos en mis sueños. Eso hasta que un grito estrepitoso proveniente de la tienda de Kika y Cristina nos levantó de golpe e interrumpió mis sueños.
Natalie y yo nos miramos al mismo tiempo y mientras ella cogía su arco e iba montando una flecha yo saqué mis espadas. Ambos salimos de nuestra tienda en tensión y nerviosos para después ver la cómica situación de cómo Kika trataba de matar una araña con su espada en el interior de su tienda mientras estaba en ropa interior. Lejos de ayudarla a matarla, nos quedamos fuera riéndonos descontroladamente mientras Kika y Cristina intentaban ponerse algo de ropa mientras huían despavoridas de la araña, la cual correteaba por toda su tienda.
Cuando pasaron un par de minutos y Natalie consideró que ya habían sufrido bastante, se metió en su tienda y diez segundos después salió llevando a la araña en la mano para dejarla fuera de la tienda sin matarla.
Kika nos miró malhumorada por habernos reído tanto al ver esa situación y Cristina aún se estaba recuperando del susto. Era gracioso saber que podían enfrentarse solas a una manada entera de licántropos y que no eran capaces de coger una arañita y sacarla de su tienda.
—Tenemos… pánico a las arañas —explicó Cristina entrecortadamente mientras intentaba recuperar el aliento y se empezaba a vestir tranquilamente.
—¿No me digas? —le respondió Natalie irónicamente, aún con una sonrisa en su cara. Le había hecho muchísima gracia haberlas visto así.
—Empieza divertido el día —le comenté entre risas a Natalie una vez nos volvimos a nuestra tienda para dejar que Kika y Cristina se vistieran en paz.
Desayunamos un bocadillo de los de Cristina y nada más terminar Hércules apareció de la nada, como siempre. No nos dejó ni recoger el campamento y nos obligó a entrenar. El entrenamiento de esa mañana consistía en movernos sigilosamente y con rapidez por entre los árboles y la maleza.
Cuando Kika y yo, que aprendíamos algo más rápido que Cris y Natalie, le demostramos a Hércules que eso ya lo dominábamos, le planteamos la posibilidad de salir a cazar durante un rato, lo cual no le hizo ninguna gracia en un principio, aunque nos dejó hacer lo que quisiéramos. Nos dio de margen cuarenta y cinco minutos para regresar, antes de que terminara el entrenamiento y recogieran las cosas para ponerse en marcha.
Antes de irnos me quedé mirando un par de minutos a Natalie y a Cristina mientras Kika preparaba su arco y sus flechas. A Natalie no se le daba nada mal el moverse rápidamente entre los árboles, además de que su recién descubierta agilidad le hacía las cosas mucho más fáciles, aunque Cristina le ganaba a la hora de moverse con sigilo.
—¡Venga, vamos! ¡Que no tenemos todo el día! ¿Y tu arco? —me preguntó Kika, dejándome ver lo impaciente que estaba con tal de irse.
—Yo no uso arco —le aclaré mientras me metía en el cinturón el cuchillo de caza de Natalie y mis dos espadas. En cuanto me lo ajusté todo ambos empezamos a correr en dirección norte, en la que se había ido la manada de ciervos que vimos el día anterior.
—Han pasado por aquí —anunció Kika cuando vimos un tramo del bosque con ramas partidas y con la tierra removida—. ¿Podrás encontrarlos? —me preguntó.
—Puedo intentarlo. —Me agaché y al oler varias veces el aroma que había en la tierra comencé a ver las figuras borrosas de los animales moviéndose a cámara lenta por donde estábamos. Al ver que seguían moviéndose decidí seguirlas, ya que casi con completa seguridad me llevarían hacia donde estuviera la manada. Nunca me hubiera imaginado que seguir un olor resultara ser una experiencia tan emocionante—. ¡Sígueme! —le grité a Kika y enseguida me puse a correr siguiendo a esas distorsionadas figuras de los venados.
Corriendo de esa manera me sentía bien, libre. Subiendo troncos, saltando rocas y esquivando árboles. Era algo muy frenético. Me sentía vivo y hasta me divertía. De repente, cuando el olor se hizo más fuerte, dejé de ver esas siluetas borrosas y dejé de correr de golpe. Tras unos veinte segundos Kika me alcanzó y se paró a mi lado, sofocada y con varios cortes en brazos y cara causados por las secas ramas de los árboles.
—¿Por qué te detienes? Si ya casi te había cogido —me dijo ella irónicamente en un tono de voz demasiado alto.
—Calla. Están cerca —respondí en voz baja. Pero había algo raro en ese olor. Era el de los ciervos, sí, pero notaba como un olor a miedo en el aire. No sabía exactamente cómo podía oler una emoción, pero así era y, dado que ni Kika ni yo estábamos asustados, eso me dejaba pocas opciones con sentido en la mente. Eso hasta que capté otro nuevo olor—. Rápido, sube a los árboles —le ordené a Kika en un susurro.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó confundida.
—¡Rápido! —le volví a decir mientras la empujaba hacia el árbol más cercano y la obligaba a empezar a escalar. Yo la seguí unos segundos después. Cuando nos quedamos los dos a una altura razonable, Kika abrió la boca para volver a decirme algo, pero yo me adelanté antes de que ella hablara demasiado alto de nuevo—. No hagas ruido —susurré.
Ella cerró la boca y se quedó callada. Unos segundos después empezamos a escuchar como algo se empezó a mover a nuestro alrededor y de golpe apareció un grupo enorme de ciervos, que se detuvieron justo debajo del árbol en el que nosotros estábamos subidos para después agruparse y juntarse entre sí, dejando a los machos con sus enormes cornamentas en la parte más externa del círculo y a las crías en el centro, protegidas por sus madres.
Kika estaba a punto de sacar una flecha para montarla en su arco y disparar a los ciervos, pero yo la detuve y volví a decirle que no hiciera ruido. En cuestión de unos pocos segundos mis sospechas acabaron por confirmarse cuando de entre la maleza muerta empezaron a salir inferis por todas partes y de todas direcciones.
—Nos han seguido —dijo ella muy bajito mientras los inferis comenzaron a arremeter contra los ciervos. Los animales cargaron también contra los muertos haciendo uso de sus puntiagudas cornamentas. Consiguieron aguantar un poco, pero no dejaban de salir inferis de todas partes e inevitablemente acabaron por superar en número a los ciervos, los cuales empezaban a caer mientras los monstruos se paraban a devorarlos. Antes de que los pobres animales pudieran darse cuenta estaban completamente rodeados—. Hay que hacer algo o nos quedaremos sin comida. Yo ya estoy lista para hacerles frente —aseguró Kika.
Pero antes de que me diera