Название | Los hijos del caos |
---|---|
Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Cuando vimos las lejanas siluetas de los ciervos, mi mente y la de Kika se sincronizaron, ya que pensamos en lo mismo. Seguramente por distintas motivaciones, pero en lo mismo al fin y al cabo. Aunque no nos dio tiempo ni a sacar los arcos para acecharlos, ya que todos salieron corriendo en dirección contraria a la que nosotros seguíamos, así que seguimos nuestro camino sin decir ni una sola palabra al respecto, aunque se notaba que Kika quería que yo dijese algo. Pero en ese momento estaba demasiado ocupado hablando con Natalie.
—Pero si ya lo sabes, Percy. Mi comida favorita siempre han sido y serán las judías —comentó Natalie entre risas cuando vio que puse cara de asco al escuchar la palabra «judías»—. No pongas esa cara, porque ahora mismo harías lo que fuera para que alguien te cocinara un plato de judías —bromeó ella en tono acusica, pero yo seguí sin cambiar la expresión de mi cara. Yo el comer verduras y legumbres nunca lo había llevado muy bien. Siempre había preferido la carne u otras cosas con más proteínas.
—Oye, Kika y yo hemos estado pensándolo y nos gustaría salir a cazar algo para comer mañana mientras vosotras entrenáis. Una o dos horas como mucho. —A Natalie le cambió la cara al instante y esa sonrisa que tenía hacía un momento se le borró de golpe—. Sé que no te hace gracia que vaya a cazar, y menos con ella, pero tú también cazas a veces y yo necesito desahogarme y soltarme un poquito. Pero si te molesta mucho le puedo decir a Kika que vaya sola y ya está. No pasa nada —le dije esbozando una pequeña sonrisa, con lo que ella me miró y acabó por sonreírme también.
—Bien, ve, yo me fío de ti. Pero no hagas mucho el bestia —me pidió, aún con la sonrisita en la cara—. Ah, y por favor, traednos algo rico que podamos comer, porque no es que no aprecie los durísimos bocadillos precocinados de Cristina, pero un poco de carne y caldo nunca viene mal, ¿no? —Me pegó en el hombro mientras nos reíamos por lo bajo de su broma sobre los bocadillos de Cristina.
Después de eso seguimos hablando de trivialidades como cuáles eran nuestros animales o películas favoritos.
Era extraño que hubiésemos pasado tanto tiempo uno junto al otro y que casi nunca hubiéramos hablado de ese tipo de cosas. La verdad es que me sorprendí bastante al averiguar que teníamos gustos muy parecidos en cuanto a música o cine. Hasta hablamos de bailar, algo que nunca me había gustado demasiado, pero era algo que a ella le encantaba. Sabía bailar merengue, bachata, tango, chachachá, pasodoble y bolero. Nunca antes nos habíamos contado ese tipo de cosas, por extraño que fuera. Antes del fin del mundo nuestra relación era un tanto extraña y después nos pasamos los días pensando y tratando de sobrevivir, así que rara vez hablábamos de cosas anteriores al estallido inferi.
—La verdad, me da mucha pena tener que cazar animales tan bellos como los ciervos. Los animales son de las pocas cosas que siguen siendo lo que eran antes del estallido. Por cierto, ¿tú antes por qué despreciabas a los animales? —Escuché cómo me decía la voz de Natalie de fondo, aunque yo estaba un poco en mi mundo, sumido en mis pensamientos—. ¡Percy! —me gritó ella mientras se reía de mí—. ¿Me estás escuchando? Porque tienes una cara de estar empanado mentalmente —dijo entre risas.
—¿Eh? Sí, desde luego que sí —respondí yo sin saber con certeza lo que me acababa de preguntar.
—¿Y bien? —añadió ella expectante. Sabía que no la había escuchado.
—¿Y bien qué? —repetí yo directamente.
—Estás empanado —concluyó ella mientras se reía de mí—. Te he preguntado qué te pasaba antes con los animales. No los podías ni ver.
—Ah, era eso. Sí, bueno, ya sabes que yo siempre quise tener un perro, pero mis padres nunca me dejaron tenerlo. Y cada vez que llevaba un perro o un gato callejero a casa mis padres lo echaban a la calle de nuevo a patadas. No les gustaba nada. Y me pasé varios años de mi preadolescencia enfadado con todos los animales por no poder tener uno. Sé que es estúpido, pero por entonces yo era bastante mal bicho —le conté. Tenía la sensación de haberle narrado esa historia a alguien hacía relativamente poco tiempo, lo cual era prácticamente imposible.
—Pues tus viejos eran unos amargados —afirmó Natalie exagerando su voz con un tono bastante cómico, lo cual no venía nada a cuento y por eso mismo me hizo reír.
Así nos pasamos un buen rato, hablando y hablando sin parar, haciendo bromas y hasta cantando a dúo algunas canciones de los Beatles y de Queen. Era algo fuera de lo normal esa situación, pero me encantaba eso de poder sentirme así de unido con ella. Hacía ya demasiado tiempo que ninguno de los dos se reía o hacía un chiste. Abusamos tanto de los chistes malos que hasta Hércules tuvo que rogarnos que lo dejásemos y nos estuviéramos callados un rato. Cuando nos quisimos dar cuenta, de nuevo era de noche y estábamos ya a punto de no ver nada a más de unos metros de distancia.
—Mejor acampar ya, chicos. No es sensato que sigamos caminando si no somos capaces de saber dónde estamos. Además, no se ve ni una estrella por las nubes, así que tampoco podemos orientarnos —indicó Hércules en un tono que nos daba a entender que estaba agotadísimo de la caminata de ese día. Más o menos, tanteándolo, yo diría que habríamos recorrido casi veinticinco kilómetros con las mochilas a cuestas.
Como siempre, montamos las tiendas y encendimos la hoguera. Dado que no teníamos mucho espacio de visión, intentamos hacer que el fuego fuese más grande de lo normal para ahuyentar a posibles depredadores y para poder ver mejor, lo cual requería bastante madera.
Tras asegurarnos de que el fuego estuviera estable Kika y Cristina se fueron a dormir, dejándonos a Natalie y a mí solos de nuevo para hacer la primera guardia. Aunque, como en ese momento la noté un poco desganada, me ofrecí a hacer yo esa guardia para que ella pudiera descansar en la tienda.
—Qué va. Hoy tengo la sensación de que voy a dormir poco. Hace demasiado frío como para que consiga dormirme, incluso dentro de la tienda. Me quedo aquí contigo y así me cuentas en lo que piensas, que se te ve diferente desde hace un par de días —me dijo sin mover ni un solo músculo de su cara mientras miraba fijamente a un punto entre los árboles. Yo me tomé unos segundos, respiré hondo, extendí la manta que tenía entre mis piernas para cobijarla también a ella y traté de abrirme sentimentalmente todo lo que pude.
—Pues no sé, me siento extraño. No por este tema de los dioses, por ser licántropo o por los inferis. Creo que con el tiempo he aprendido a asimilar rápido ese tipo de cosas —empecé a contar y entonces ella giró su cabeza para poder mirarme desde cerca—. Por lo que me siento raro es, bueno, porque siento que te quiero —esperaba que se asombrara cuando se lo dije, pero pareció no sorprenderle en absoluto esa afirmación— y es algo frustrante el saber que hemos pasado por cosas impensables, hemos vivido aventuras juntos, hemos recorrido miles de kilómetros uno al lado del otro… y es raro que te quiera y que hasta hoy no supiera que imitas la voz de Freddy Mercury a la perfección —le comenté con una pequeña sonrisa y ella se sonrojó un poco—. No sé, es raro que te quiera por el simple hecho de que nunca he querido de esta manera a nadie. Y al mismo tiempo siento que te conozco muy poco, pero, si te soy sincero, me da un poco igual. Tal y como están las cosas ahora mismo, no sabemos si mañana estaremos muertos y deberíamos aprovechar el tiempo que tenemos. Quiero que el tiempo que te quede seas feliz, pero no sé si un monstruo como yo podría hacerlo.
Ella se quedó callada. Ahora la que respiró hondo varias veces seguidas fue Natalie. Después me volvió a mirar y clavó sus preciosos ojos en los míos. Entonces me abrazó y empezó a sollozar.
—Lo sé. Ninguno hemos pedido nada de esto. Y créeme cuando te digo que me hubiera encantado que nos hubiéramos podido conocer mejor en otras circunstancias, pero, como has dicho, estamos en un momento en el que es mejor no ponernos trabas si sentimos algo. Yo también te quiero y confío en ti. Y si crees que el problema es que eres un monstruo, entonces seamos monstruos juntos —me respondió ella muy seria, dándome a entender claramente sus intenciones y a lo que se estaba refiriendo.