Los hijos del caos. Pablo Cea Ochoa

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Название Los hijos del caos
Автор произведения Pablo Cea Ochoa
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730344



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voz de Natalie.

      Yo no sabía qué era lo que pretendía exactamente con eso. ¿Obligarme a matar a Natalie? ¿Jugar con mis sentimientos tal vez? Fueran cuales fueran las intenciones de Hércules, decidí no pensar en ello y lentamente me fui acercando a Natalie. Conforme me iba aproximando, ella me lanzó un cuchillo que iba hacia mi cabeza, el cual esquivé fácilmente.

      «No te lo pienses, Percy. Sabes que no es ella», me repetía una y otra vez mientras seguía avanzando hacia ella, así que decidí correr antes de cambiar de opinión, prendí mis brazos y cuando llegué hasta ella intenté asestarle varias cadenas de golpes sucesivos, pero por muy rápido que yo me moviera ella lo hacía más y me los esquivaba todos sin despeinarse.

      Cuando vi que intentar golpearla era inútil alcé mi brazo y le apunté directamente con la palma de mi mano. Ella se quedó quieta, sin hacer ni decir nada. Solo me miraba a los ojos. Cuando comprendió que eso no podría esquivarlo abrió sus brazos de par en par y cerró los ojos, esperando su final. Pero a la hora de actuar… no pude. Era consciente de que ella no era real, pero me bloqueé. No podía matarla; era exactamente igual que ella, con los mismos ojos, la misma expresión en la cara, la misma manera de moverse y de hablar.

      Sabía que, si la mataba, esa imagen no se me iría de la mente nunca, así que poco a poco bajé el brazo e hice que las llamas que lo envolvían desaparecieran con un simple movimiento de muñeca. Cuando Natalie se percató de ello se acercó hacia mí lentamente y, antes de que pudiera decirle nada a Hércules, me asestó un golpe en la cabeza y me dejó sin conocimiento, noqueándome al instante.

      *****

      Me desperté dentro de mi tienda. Ya era de noche, porque no se veía ninguna luz afuera. Abrí los ojos y vi a todas las chicas a mi alrededor. Me empezó a dar un dolor muy fuerte en la parte de la cabeza en la que la falsa Natalie me había golpeado.

      —¿Percy? ¿Estás bien? Oh, Dios mío. Dime que te encuentras bien —me decía Natalie mientras me sujetaba la cabeza desde atrás con mucha delicadeza. Yo no pude evitar apartarme, dudando de si era ella o Hércules.

      Las chicas parecían preocupadas por mí y hablaron conmigo durante unos minutos, hasta que escuchamos cómo se abría el cierre de la tienda y, seguidamente, Hércules asomaba la cabeza por la cremallera semiabierta.

      —Gracias, chicas. Ya podéis iros a dormir. Natalie, ¿nos dejas a solas unos minutos? —le solicitó el anciano, así que ellas se fueron tras darme las buenas noches, pero antes dejaron a mi lado un tazón con caldo de carne caliente. Yo les di las gracias y empecé a comer mientras Hércules cerraba la cremallera de la tienda tras de sí y se sentaba frente a mí, mirándome con cara de admiración, pero también de lástima—. ¿Y bien? —preguntó él después de un rato.

      —¿Y bien qué? —contesté enfadado mientras me terminaba el caldo de carne a una velocidad de competición—. ¿Qué coño pretendías? —le grité indignado.

      —Esperaba que pudieras decírmelo tú —respondió el viejo con su típico tono sarcástico envuelto de misterio. Yo lo miré de la forma más intimidante y agresiva que pude, pero él continuó hablando—. Relájate, muchacho. Yo solo te he querido enseñar lo que te niegas a ver: que eres el semidiós más fuerte que he conocido a lo largo de los siglos, no te lo voy a negar. —Al oír esto esbocé una falsa sonrisa a modo de agradecimiento por el supuesto cumplido—. Sin embargo, también eres el más débil —agregó con cierta tristeza.

      —¿Por qué? No lo entiendo; explícame eso —respondí yo, aunque ya me estaba oliendo por dónde iban los tiros y no me gustaba nada.

      —En el fondo lo entiendes, pero te niegas a admitirlo por tus sentimientos. No te preocupes, yo te lo aclaro. Sí, eres el semidiós más fuerte que he conocido. Tus habilidades son impresionantes, puedes hacer cosas con las que otros solo han podido soñar y sumándole eso a tu… condición eres el soldado perfecto, como lo fueron muchos otros antes que tú. Pero tú no sirves para ser soldado, no aguantas a la gente que te dice lo que tienes que hacer. No obstante, como líder tal vez ejerzas un papel determinante en la guerra que va a comenzar —aseguró con ilusión—. Pero si algo tenéis en común esos soldados perfectos y tú es que todos tenéis un punto débil. Y como en Aquiles fue su talón o en mí lo fue mi arrogancia, en ti es Natalie. Dependes completamente de sus sentimientos para no venirte abajo. Y nunca serás el líder perfecto ni serás completamente libre para actuar si dependes de otro que no seas tú mismo. Todo esto te lo digo desde mi punto de vista y el de los dioses. No sé si tú pensarás lo mismo al respecto —dijo para terminar.

      —Eh… ¿Qué? —repliqué confuso pero pensativo, ya que sabía que no le faltaba razón. El caso es que yo estaba a gusto con ella ahora. ¿Por qué iba a estropearlo? ¿Por un consejo de los dioses? Ya me habían fastidiado demasiadas cosas. ¿Por qué querían hacerlo con Natalie? ¿No me habían arrebatado ya lo suficiente?

      —Tómate tu tiempo para asimilarlo, pero yo tenía que hacértelo ver, porque solo siendo un líder que no dependa de nadie podrás tener un papel determinante en la guerra. Y es bueno que cortes este problema de raíz si de verdad quieres ayudar a cambiar el mundo y a vencer a los titánides —afirmó mirándome como si esperara una respuesta. Cuando yo, tristemente, asentí involuntariamente con la cabeza se le iluminó la cara—. Sabía que lo entenderías. Quieres ser libre, pero así no puedes y lo sabes —añadió con cierto tono paternal.

      —Entonces con todo esto me estás diciendo que los dioses consideran que debería terminar las cosas con ella, ¿no? —manifesté para resumir.

      —En cierta manera, sí. Imagínate que la perdiéramos en combate, que es algo que os podría pasar a cualquiera. Tú caerías rendido aun pudiendo seguir luchando para ganar la batalla. Lo digo por la seguridad de todos. Eres y serás el más fuerte de tu generación y Natalie es una de las más débiles. No es ningún secreto, se puede ver a simple vista. Tú reflexiona sobre ello. Sé que no te gusta nada de lo que te he dicho, pero es lo que hay que hacer por el bien del mundo.

      —Sí, si ya lo sé. ¿Pero qué quieres que haga exactamente? No puedo decirle así, de repente, que se terminó. No sé si aguantará un golpe así. Y más a sabiendas de que yo la seguiré queriendo ——apunté, todavía cabizbajo.

      —Pues piénsatelo. Es por el bien de nuestra misión. Además, créeme, hay personas como tú. Tal vez una loba te vendría bien, pero entiendo que no quieras convertirla. Yo tampoco lo haría —reconoció el viejo—. Tú solo piensa en ello —reiteró Hércules mientras ponía su mano sobre mi hombro—. Confío en que harás lo correcto.

      Dicho eso, se puso en pie y abrió la cremallera interior para salir de la tienda. Nada más salir él por la puerta entró Natalie, la cual estaba ya dispuesta a meterse en su saco para dormir.

      —¿Estás bien, Percy? —me preguntó ella cuando me vio con mala cara. Cuando levanté la mirada para responderle, vi que ella la tenía peor que yo.

      —No, la verdad es que no. Este hombre tiene la habilidad de dejarme jodido después de cada charla. Y esta me ha dejado con mal cuerpo, pero supongo que ya se me pasará. No te preocupes, Nat. ¿A ti qué te ocurre?

      —¿Por? ¿De qué habéis hablado? —quiso saber ella, que seguramente ya intuía algo de todo aquello de lo que me había dicho Hércules.

      —No, nada. Sobre mis poderes y esas cosas —respondí con dificultad, ya que a pesar de que pudiera tener mucha facilidad para mentir, a ella nunca se lo había hecho. La respetaba demasiado como para mentirle, así que al responderle di a entender que no era toda la verdad.

      —No me mientas, Percy. Desde fuera he podido escucharlo casi todo. —Al escuchar eso volví a agachar la cabeza cuando vi que me lo dijo con una lágrima en la cara, que le resbalaba por la mejilla—. Es igual, Percy. Lloro no por lo que habéis dicho, sino porque, por mucho que me duela, tenéis razón. Hemos pasado por muchas cosas, pero si queremos devolver el mundo a lo que era es lo que tenemos que hacer. Y como sé que no te ibas a perdonar por hacerme daño, seré yo la que termine esto. Por el bien de todos es mejor que