Название | Aleatorios |
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Автор произведения | Sergio Alejandro Cocco López |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878720098 |
No sabía cuánto tiempo más tendría que seguir haciendo esos encargos. Pero indudablemente “Ellos”, pensaba, ya estarían al tanto de la cantidad de comunicados que distribuyó, y de todas las mentes que gracias a estos serían iluminadas. No tenía dudas de que, de seguir así, en cualquier momento le permitirían pasar al siguiente nivel. Y entonces, ya estaría a solo un par de pasos de cumplir su objetivo, y de ese modo recuperar a Lucila.
No recordaba su propia edad. Aunque realmente eso no le importaba. Sin embargo, a pesar de la frondosa barba que cubría su rostro, y que él sentía como si le hubiese crecido de la noche a la mañana, presentía que era joven. Quizás, pensó, tendría solo unos cuantos años más que aquellos estúpidos muchachos que tomaban cerveza y se divertían alrededor de aquel no menos estúpido monumento a los Aleatorios. Apoyándose física y moralmente sobre sus motos y autos. Con sus conciencias aturdidas por el ruido saturado de un estéreo a todo volumen. Simulando hablar, simulando escucharse. Conformándose a su vez con una existencia apática, sin preguntas ni respuestas, sin dudas ni certezas. Y observando neutralmente cómo la contaminación afecta el agua, la tierra, y el aire. Convirtiendo de apoco al planeta en la escenografía de películas del tipo Mad Max o Terminator.
>Qué bien que disimulan al proximidad del fin mundo< pensó Oliver >… Es sorprendente la habilidad que tienen algunas personas para evadir la locura y la furia en las que está envuelta la sociedad; guerras, hambre, corrupción… toda la demencia y la maldad galopando en caballos de fuego sobre sus cabezotas, mientras la humanidad se revuelca ciega y sonriente en el chiquero de su propia degeneración. Jugando a tirarse mierda como si fuese algodón de azúcar… ¿Homo? Quizás, pero ¿sapiens? ¡Ja! Monos… seguimos siendo monos… aunque estos parecen tener más dignidad y respeto por ellos mismos. <
A Oliver no le cabía ni la más mínima duda de que ninguna de esas personas a las que él consideraba unos imbéciles hubiesen aunque sea, por casualidad, pensado en la situación en la que se encuentra el planeta y en la posible extinción propia o alienígena a la que la humanidad podría estar destinada de no empezar a tomar conciencia. No le costaba nada imaginar a todo el globo terráqueo plagado de hongos nucleares. Casi los podía ver a todos ellos recorriendo cual zombis las ciudades calcinadas en un planeta suburbano y posatómico. Con sus calles sumergidas en una triste niebla de color sepia. En la que el olor a ropa, carne, y plástico quemado serían el nuevo perfume de moda. A Oliver tampoco le costaba nada visualizar a esos apáticos idiotas caminando torpe y lánguidamente. Envueltos en andrajos y con girones de piel amarillenta despegándose de sus famélicos cuerpos. Arrastrando sus pies sobre las avenidas desoladas. Buscando desesperadamente un lugar en donde poder ver el estado de sus redes sociales. Para luego poner en su “muro” la foto de un hongo nuclear con una inscripción al lado que diga “ese hongo es mi ciudad… ¿Qué loco, no?”.
>Odio la falta de carácter, la apatía…< pensó.
> Ese repulsivo borreguísimo con el que la gran mayoría aceptó dejar de lado aquel derecho instintivo y natural de creer en uno mismo y elaborar sus propias preguntas… de ser una persona auténtica con pensamientos propios, y no un ungüento de apariencias, deseos y frases tipificadas y homologadas a partir de videos virales o páginas de internet. Da la impresión de que en el mundo actual nada fuese real o existiese, si no ha sido publicado o comentado en alguna red social.
> ¿Internet? ¿Globalización? ¡Ja!. Quieren dar la impresión de que todo ya ha sido preguntado, respondido, y pesando. Y de ese modo llevar a la humanidad balitando cual ovejas hacia un corral de ideologías violentas y estúpidas. Aunque la verdadera habilidad no reside en hacerles atravesar la verja… sino más bien en hacerles creer que es su propia decisión hacerlo. La esclavitud más eficaz y resistente es la que con paciencia y propaganda se modela en la mente haciendo creer que es rebeldía…< concluyó Oliver para sí mismo.
Sin embargo muy dentro de él, y a pesar de la gran cantidad de conocimientos sobre ufología, esoterismo, hermetismo, filosofía, sociología, parapsicología, etc., que había adquirido durante su vida, Oliver no podía evitar pensar que si él hubiese sido un tanto más “ingenuo” o “indiferente” en lo que respecta a la realidad del planeta, en este momento sería feliz. Sí, feliz. Aunque vacío de ciertas complejidades del pensamiento. Sin ningún tipo de verdad revelada y con ideas normales e inmaduras. Crédulo, anestesiado y con su conciencia dormida frente a un catálogo de supermercado, viendo los últimos celulares y buscando los mejores precios en accesorios para autos. Pero sería feliz. Y lo más importante de todo es que estaría con ella.
Sintió otra vez esa insistente molestia en su cuero cabelludo. Ya se estaba volviendo insoportable, pero no quería rascarse frenéticamente como solía hacerlo. Esperaría a que merme la picazón, no le convenía llamar la atención. Entonces miró hacia el cielo, y calculó que al día le quedaban un par de horas más de luz. Instintivamente alzó su mano izquierda para ver su reloj. El cual ya hacía bastante tiempo que no funcionaba, de hecho hasta le faltaban las tres agujas. Ahora, no era más que un círculo negro con varios números blancos en una circunferencia encristalada. No sabía por qué lo conservaba, no era más que basura. La cosa era que cada vez que planeaba tirarlo, se distraía con algún pensamiento y se olvidaba de hacerlo. Siempre le pasaba lo mismo. Todo comenzaba con una palabra o frase que se le cruzaba por la mente. Inmediatamente después se abstraía de todo lo que lo rodeaba manteniendo la mirada fija en algún objeto. Lo que devenía en una sucesión de ideas y reflexiones que ya no se relacionaban en nada con lo que había concebido su pensamiento original. Entonces, y sin saber cómo ni en qué momento, su imaginación ya estaba orbitando en un universo de razonamientos de todo tipo, interrumpidos de cuando en cuando con insípidos trazos de la misma chocante cotidianidad de todos los días. Algo así como darle pinceladas surrealistas a una fotografía, y quedando algo de la terca realidad siempre expuesta.
“Realidad aumentada”, se dijo a sí mismo en voz alta.
Le gustaba cómo sonaba. Le pareció una simpática y curiosa conjunción de palabras. Se había enterado de la existencia de ese término aquella misma mañana en el parque. Mientras observaba la portada de una revista que hablaba sobre los misterios que encierra el satélite más grande de Júpiter, Ganimedes, además del adelanto de una comprometida investigación sobre la “corteza visual”, una región del cerebro que podría tener la facultad de ver el futuro. Y que se exhibía en los estantes de un pequeño kiosco cerca de los columpios y la calesita. La “realidad aumentada”, según resumía esa revista en uno de sus artículos, es la visión de un entorno físico del mundo real, cuyos elementos se fusionan con elementos de un mundo virtual, para la creación de una realidad mixta.
Al instante y sin esfuerzo, su mente le hizo el favor de recordar a Sartre y una de sus reflexiones sobre la realidad. “La realidad es vivida fundamentalmente mediante la angustia”, escribió aquel filósofo en uno de sus libros. Y si él no interpretaba mal esta frase, especuló que por analogía la “realidad aumentada” no haría más que aumentar la angustia. Seguro que a las compañías que empiecen a utilizar esta tecnología para vender relojes no les importaba ofrecerles en el mismo paquete un poco más de angustia a sus clientes. Además, que podría ser más apropiado que un reloj para que los seres humanos se diesen cuenta de “su finitud, y de la fragilidad de su lugar en el mundo” Aunque los relojes en este caso, no solo serían propensos a aumentar la angustia, sino también a promover la libertar del individuo, reflexionó. Pues Sartre también dijo: “En la angustia adquiere el ser humano conciencia de su libertad”.
Mientras pensaba en eso, Oliver volvió a levantar su muñeca y observó su reloj. Que, al no poder dar la hora, no le proporcionaba angustia, y mucho menos originaba en él la idea de libertad. Su reloj no era más que un vacío con caída libre hacia la incertidumbre. Quizás, pensó, era por eso mismo que su subconsciente evitaba deshacerse de aquel aparato. Al fin y al cabo, su reloj era el emblema perfecto de lo que estaba viviendo. Porque desde que se llevaron a Lucila, había estado como atrapado dentro de un espejo, en una dimensión análoga, sin tiempo y dolorosamente parecida, pero a mil millones de años luz de distancia