Название | Aleatorios |
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Автор произведения | Sergio Alejandro Cocco López |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878720098 |
Periodista: Sí, doctor, justamente de eso hablábamos con el invitado que estuvo antes que usted.
Doctor: Perfecto, eso me ha ahorrado mucho tiempo. Y ahora lo único que me queda por decirles es que una vez que la ley nos lo permita, haremos lo mismo con cromosomas humanos…
En el instante en que apagó el televisor, Ariadna salía del baño. Llevaba puesta una remera vieja que le quedaba un poco grande en los hombros, y que en algún tiempo fue de Antínoo. Era una de las tantas que solía usar siempre que dormía, y que la hacían parecer conmovedoramente frágil, vulnerable. Su pelo castaño todavía húmedo le caía solo un centímetro por debajo de las orejas, y una película casi imperceptible de lápiz labial rojo aún permanecía en sus labios. Los que en aquel momento se estiraban levemente hacia la izquierda, dibujando la clásica semisonrisa típica de ella, y que avisaba antes de tiempo que estaba por plantear algo importante.
En la vida de Antínoo y Ariadna existían instantes lentos y maravillosos. Momentos luminosos que parecían durar tanto como un día en la Antártida los meses de verano. Él valoraba cada segundo de su vida con Ariadna, del mismo modo y con la misma intensidad con que lo hizo desde el día que nacieron.
Antínoo se levantó de la cama, sacó una pequeña toalla de uno de los cajones del ropero y la ayudó a secarse el pelo, al tiempo que le daba un beso en la nuca. La luz del amanecer se filtraba a través de la cortina que cubría la ventana, y un caprichoso rayo de sol intermitentemente los iluminaba como si estuviesen en un escenario.
—Lo estuve pensando… y la verdad es que hace mucho tiempo que estamos solos. Tenemos la edad y económicamente estamos bien. Quiero formar una familia, creo que ya es tiempo de que conozcamos a alguien —dijo Ariadna sabiendo que él, Antínoo, era quien tenía la última palabra. Al fin y al cabo él era el “apto reproductor” en la pareja.
Al miembro fértil de las parejas se lo conoce con el nombre de “apto reproductor”. Y como el otro miembro es estéril, están obligados, en el caso de que quieran tener hijos, a emparejarse con un aleatorio, que será del sexo conveniente al “apto reproductor”. De ser el apto reproductor la mujer, será una “pareja matriarcal”, de serlo el hombre, llevará el nombre de “pareja patriarcal”. De todos los embarazos, solo un treinta por ciento de los niños nacen en estado aleatorio. La infancia, la niñez, la adolescencia, la vida del aleatorio es muy diferente a la de los que nacen en parejas. Mientras los primeros nacen tomados de las manos de quienes amarán y los amarán para toda la vida. Ellos ocupan la mitad de la suya en la búsqueda de ese alguien. El amor se les presenta a ellos por partes, racionado. Y así pasan gran parte de sus vidas, esperando ser elegidos.
—Me parece bien que tocaras ese tema… porque conocí alguien… es una Aleatoria muy atractiva e inteligente, estoy seguro de que te gustará —dijo Antínoo con voz calma, casi susurrándole al oído. Luego se inclinó y acarició con sus labios los todavía húmedos y perfumados pechos de Ariadna.
—¿Y cuál es el nombre de esta mujer tan especial? —preguntó Ariadna con los ojos cerrados. Su respiración se aceleraba lentamente, los incansables labios de Antínoo empezaban a excitarla.
—Selene.
—¿Te acostaste con ella?
—Podría haberlo hecho anoche… —respondió Antínoo descendiendo con sus labios suavemente hacia su ombligo.
—¿Y por qué no… lo… hiciste? —La voz de Ariadna se había convertido en un entrecortado susurro.
—Vos lo sabés.
—Decímelo.
—Porque te amo… y además sabés bien que no me gusta hacer el amor con otra mujer si no estoy con vos.
—Te amo —dijo casi imperceptiblemente Ariadna, al tiempo que acariciaba los cabellos de Antínoo, quien en ese momento estaba a punto de recorrer a besos aquel ineludible y húmedo lugar.
CAPÍTULO TERCERO
ALEATORIA
Nunca le agradaron los lugares atestados de gente, pero no por que fuese una periodista famosa y la acosaran constantemente pidiéndole autógrafos y fotos, como solían hacer con algunos de sus colegas. Es solo que, desde niña, siempre tuvo una fobia natural hacia las multitudes, por lo que siempre que podía trataba de no llamar la atención. Claro que la profesión que eligió no era la mejor forma de preservar esa suerte de anonimato en el que se había resguardado desde que tomó conciencia de su condición de Aleatoria, pero amaba su trabajo y eso le daba las fuerzas necesarias para salir a la calle y hacerle frente a su tan arraigado deseo de aislamiento, de soledad. No obstante, esa autoexclusión a la que se había entregado se veía truncada por su apariencia, pues poseía una belleza solo comparable a la soledad en la que había nacido, y la cual era como un imán para las miradas. Miradas que ella conocía muy bien, y que expresaban cálidas promesas de amor y entrega, pero que detrás ocultaban solo egoísmo. Sí, Selene conocía demasiado bien esas ojeadas que merodeaban alrededor de ella como polillas alrededor de un foco. También conocía bastante bien a los que las portaban. Porque durante su vida, al igual que para todo Aleatorio, la desilusión y la mentira habían sido experiencias de las que no pudo huir. Hubo ocasiones, en las que Selene comparó a las parejas que conoció, con esas enormes y prometedoras cajas de regalo las que en su interior contienen otra caja exactamente igual pero más pequeña (como las mamushkas). Selene se veía a sí misma desenvolviendo con entusiasmo una caja tras otra, hasta encontrarse con una muy pequeña en la que se supone que debería haber algo maravilloso y digno de tanta espera e ilusiones. Pero no. En su caso, al desenvolver anhelante el moño y romper el papel que cubría el último meandro de personalidad de las parejas que conoció, siempre encontraba una nota que decía “jodete por confiar”. Es por eso por lo que en el catálogo de la vida (si es que existe) había ascendido (o descendido) de la categoría de dulce mujer ingenua a la de hembra paranoica y desconfiada con solo un puñado de relaciones. Ahora se había estabilizado en lo que a ella le gustaba llamar una “esperanza origami”. Una esperanza tan frágil y ligera como las mariposas japonesas que llevan ese mismo nombre, y que están hechas de papel.
Sus padres, una pareja matriarcal (en donde el apto reproductor es la mujer), preocupados, siempre le reprocharon aquella tendencia hacia la soledad que demostró tener desde que era una niña. Señalándole que una Aleatoria no se podía permitir ser antisocial, y que su condición la obligaba a conocer gente. Puesto que solo de ese modo podría formar algún día una familia. En una ocasión su padre, un Aleatorio orgulloso de serlo, le dijo mientras estaban sentados en un banco de madera en el jardín de su casa, al tiempo que le tomaba de la mano y la miraba a los ojos:
—Las personas pueden ser muy crueles, en especial con nosotros… evitar a las personas puede ahorrarte muchos sufrimientos y desilusiones— luego apartó la vista y la posó en el horizonte, justo en el instante en que el sol destellaba sus últimos rayos para este continente. Para él, su existencia giraba alrededor de su hija del mismo modo que la tierra lo hace alrededor del sol. Desde el día de su nacimiento, Selene iluminó con ternura y alegrías cada