Название | Aleatorios |
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Автор произведения | Sergio Alejandro Cocco López |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878720098 |
Luego de ordenar las palabras en su mente, y con la mirada todavía fija en aquel hermoso atardecer. El padre le aconsejó a la hija.
— Pero, Selene de mi corazón…, si te escondes del mundo, ¿cómo sabrá el mundo lo valiosa que sos?, y si no lo saben, ¿cómo podrán quererte? Con el tiempo…, mi dulce Selene, te vas a dar cuenta de que amar y ser amado es la única y verdadera razón que justifica muestras vidas. El amor siempre, siempre, te convierte en una mejor persona. Pero el verdadero amor no existe sin respeto, y nadie te ama realmente si para que lo hagan tienes que ocultar tus pensamientos, tus deseos, tus esperanzas o tus miedos. Que nunca nadie, querida hija, te haga creer que su vida o su tiempo son más importantes que tu vida y tu tiempo.
En las últimas etapas de su niñez, y en los portales de su adolescencia, Selene había descubierto algo maravilloso que le cambiaría la vida, le brindaría la compañía que ella necesitaba y refinaría sus pensamientos. Los libros. Ellos la rescataban del aislamiento en el que había escogido vivir. Cada vez que abría un libro, sentía como si estuviese empujando unos arcanos y pesados pórticos hacia una tierra nueva y exótica, llena de oportunidades e ilusiones. Con el tiempo, Selene encontró en sus lecturas la orientación que ella necesitaba para afrontar la soledad en la que había nacido. Siendo escoltada e inspirada por aquellos escritores que compartían la soledad de sus ideas con sus lectores. A Selene le gustaba pensar que entre las personas que escriben y las que leen existe una relación mucho sincera y duradera que cualquier otra relación mundana y física. Cuando ella leía no tenía que reprimir sus pensamientos o fingir estados de ánimos para caer bien. Además sus libros siempre estaban allí cuando los necesitaba, no se desdecían de sus palabras ni rompían sus promesas. Sus libros eran leales, las personas no.
Sin embargo, este tipo de convencimientos no eran más que excusas con las que intentaba justificar su reclusión. Porque muy dentro de ella, y lo convenientemente escondida de sus egos de Aleatoria adolescente resentida. Deseaba más que nada en el mundo ser tocada y besada por alguien que la ame. Pero ese deseo estaba prisionero por enormes murallas que ella misma había construido para alejarse de los demás. Por otro lado “el destino de toda muralla es ser derribada”. Y eso también lo sabía. Puesto que uno de sus libros le susurró aquel secreto, al igual que otras tantas verdades y pensamientos que Selene consideraba tan importantes para subsistir como el oxígeno.
Le encantaba debatir todo lo que leía, pero lo hacía consigo misma. Creando una entrevista imaginaria con el autor del libro que estaba leyendo. Quizás, en esos momentos de demencia literaria juvenil, fue que nacieron sus deseos de ser periodista.
Era una lectora desordenada pero persistente. Y con el tiempo la pequeña biblioteca de su cuarto comenzó a desbordarse de libros que su padre le regalaba y otros tantos que conseguía en negocios de compra-venta de libros usados, y que con orgullo coleccionaba. Pero no para presumir que los tenía, o porque figuren para algunos charlatanes de cafés literarios en la lista de “lecturas imprescindibles”. Sino más bien, porque esos libros realmente significaban algo para ella. Cada libro era una idea, un consuelo, un amigo.
Una vez llegó a sus manos un libro de Jacques Cousteau, en el que hablaba sobre las diversas formas de vida que existen en el océano, y que el famoso Aleatorio francés dedicó su vida en investigar. De todas ellas, Selene se obsesionó solo por una.
Ocupó gran parte de su tiempo libre en investigar todo lo referente a la vida de las ballenas. Le fascinaba leer sobre sus viajes migratorios y conductas. Una de las cosas que más le llamó la atención es que siendo animales muy sociables, ocasionalmente se registraban ejemplares solitarios. Los científicos que las estudian ignoran el motivo por el cual estos cetáceos no migran con el resto de los de su especie hacia las zonas de alimentación y apareamiento. El ejemplo más conocido de este tipo de conducta es el de la “ballena 52 hercios” llamada así porque canta en esa frecuencia*. Mientras que otras ballenas similares lo hacen en una frecuencia de entre 15 y 25 Hz. Sin embargo, no es solo esta “reclusión social” la que caracteriza a esta ballena, sino que también suele permanecer en los mismos lugares merodeando durante meses. Sola en medio de la oscura y fría inmensidad del océano. Emitiendo intermitentes sonidos incompresibles para las otras ballenas, llamando a alguien en un idioma que solo ella comprende.
Una vez leyó un maravilloso cuento de Ray Bradbury, titulado “La sirena” y que le hizo pensar en esta particular ballena. El cuento narra la historia de un monstruo que recorre solitario la inmensidad del mar. Buscando. Llamando a otro de su clase.
“… El monstruo respondió.
Lo vi todo… lo supe todo. En solitario un millón de años, esperando a alguien que nunca volvería. El millón de años de soledad en el fondo del mar, la locura del tiempo allí, mientras los cielos se limpiaban de pájaros reptiles, los pantanos se secaban en los continentes, los perezosos y dientes de sable se zambullían en pozos de alquitrán, y los hombres corrían como hormigas blancas por las lomas...”.
Al cumplir 21 años, sus padres le obsequiaron un viaje al sur del país. Allí podría ver por primera vez en su vida aquellos animales que tanto le fascinaban, y vivir aquella palabra que solo había experimentado leyéndola. El mar.
Al viaje lo realizó en tren durante el mes de junio. Y fue allí en donde tuvo su primera relación sexual con una pareja. Todo comenzó en el momento en que ella almorzaba en el vagón comedor. Cuando de la nada, un muchacho de más o menos su misma edad se sentó junto a ella con tanta rapidez que la tomó por sorpresa. Él se presentó con amabilidad, aunque con un sobreactuado toque seductor. Selene aceptó su presencia. Le pareció interesante la idea. Además, se había propuesto cambiar de actitud, y ese viaje era una excelente oportunidad para empezar a hacerlo.
Esconderse de las personas y convertirse en una “Selene 52 hercios”, no era el tipo de vida que ella quería, más allá de lo fascinante, romántica y misteriosa que le parecía la idea. Y por cierto que una conversación, por más banal que sea, le ayudaría a digerir esa desdichada porción de verduras y carnes que el mozo dejó sobre la mesa anunciando con increíble caradurez que eso sería su almuerzo.
Durante los primeros diez minutos, Selene fue testigo de cómo las preguntas de aquel muchacho fueron mutando del mismo modo en que lo haría un licántropo bajo luz de la luna. Pasando de ser preguntas simples a cuestionamientos totalmente estúpidos, los cuales él pretendía camuflar de ingeniosos sazonándolos con una espontaneidad que no tenía nada de espontánea, sino más bien parecían haber sido comentarios ensayados una y otra vez frente al espejo. En algún momento de aquella metamorfosis coloquial, más o menos a mediados del noveno minuto, y sin poder evitar el ya indisimulable aburrimiento. Selene comenzó a responder a esas preguntas de modo instintivo, al tiempo que observaba el paisaje plagado de frondosos árboles dispersos en verdes e inmensos prados que se deslizaban rápidamente por la ventanilla del tren. El día se terminaba, y Selene observó los colores anaranjados del horizonte flotando en la atmósfera, creando un espectáculo único e intemporal. En el cielo azul oscuro no había ninguna nube, y ya se podía intuir la aparición de las primeras estrellas. Fue en ese momento en el que Selene tomó conciencia de que ya había atravesado las fronteras del mundo que conocía, y por cierto también, las de su paciencia.
Cuando estaba a punto de negarse a responder una de esas tantas preguntas, (la cual tenía que ver con su postre favorito) apareció como recién caído del cielo un hermoso ángel. Se presentó