Aleatorios. Sergio Alejandro Cocco López

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Название Aleatorios
Автор произведения Sergio Alejandro Cocco López
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878720098



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aceite. O las corporaciones petroleras tan dañinas para el planeta como lo son de inútiles. Ni siquiera son capaces de transportar su toxina negra sin que cada tanto un barco derrame su porquería en el océano. Sin embargo, para Oliver los verdaderos asesinos del planeta son el ama de casa, el niño que se balancea en el sube y baja de una plaza, el empleado de oficina, el médico, el verdulero, la dulce anciana que pasea por el parque con su nieto, etc. Oliver estaba convencido de que todos ellos son los auténticos homicidas. Su necesidad constante de consumir y trasladarse son las más certeras puñaladas al planeta. Millares y millares de litros de detergente salen de sus casas y van a parar a ríos que luego desembocan en el océano, o se estancan en alguna parte contaminando y devastando todo a su alrededor. Se deshacen de su basura sin que siquiera les importe a dónde va a parar, o qué es lo que hacen con ella. Se quejan del calentamiento global y su efecto invernadero, pero todos los días y sin remordimientos giran la llave de sus motores, suben a colectivos, remises. Luego está aquel selecto grupo de la sociedad que, inmersos en su sangrienta y pestilente vanidad, creen que la piel de un zorro ocultará sus fermentados y perecederos físicos, su adicción al glamur les cuesta la vida a miles de animales todos los años.

      La historia de la humanidad hasta el momento parece resumirse en aquella popular frase “el hombre es un lobo para el hombre”. A la que por supuesto se le podría agregar “… y un verdugo para su entorno”. Todos hemos contribuido en una u otra forma a empujar el puñal que está desangrando el planeta. Y de eso Oliver estaba categóricamente convencido. No había vuelta que darle, mientras más lo analizaba, más justificaba el propósito de “Ellos”.

      En conclusión. La clave para parecer normal y encajar en esta extraña comunidad es no esforzarse en comprender ni en ser comprendido. Y si uno practica lo suficiente en disimular la insensibilidad y la indiferencia, pensaba Oliver, hasta podría llegar a fundar un partido político. El truco está en sonreír mucho, hablar sin reflexionar en lo que se dice y en saber disimular la apatía y la codicia.

      Son muchas las técnicas y estrategias que pueden adoptar aquellos que quieran dejar de ser unos inadaptados monstruos como lo es él, y ser parte de la sociedad. Pensaba Oliver. Pero para lograrlo, primero uno debe ser una persona. Se podría decir que la esencia de una persona (descartando los conceptos genéticos y leguleyos) se define por sus ideas y pensamientos, pero más que nada por sus recuerdos. Lo que llevaba a Oliver a preguntarse una y otra vez si él era una persona. Teniendo en cuenta que su memoria se desvanece con espantosa velocidad, y el desarrollo de su historia comienza con la ausencia de un principio.

      De algún modo, él se había convertido en la prueba viviente del “principio de incertidumbre”, puesto que cada vez que miraba hacia su pasado, este cambiaba de forma o de lugar. Aunque la verdad era que las mayorías de las veces desaparecía al ser observado. Había momentos en los que Oliver sentía como si hubiese formado parte de un experimento cuántico, que al final terminó por convertir su existencia en un inexplicable efecto sin causa, un accidente sin sustancia.

      Desde hacía un tiempo a esta parte, su mente había comenzado a bloquearse ladrillo por ladrillo hasta convertirse en un gris y amohecido muro que crecía de a poco y le impedía recordar su pasado. Sin embargo en aquel paredón, existían pequeñas grietas por donde se filtraba la luz de lo vivido con ella. Pequeños fragmentos de instantes en donde la felicidad era una forma de vida. En donde el rencor no controlaba su mente. En cambio ahora odiar se había convertido en un acto ritual que repetía con frecuencia. En el que debía recorrer curvas espirales de preparación y adiestramiento hasta llegar al centro de la maldad suprema.

      Oliver sintió otra vez esa incomoda comezón en su cabeza. Solo que esta vez con más intensidad. Casi pudo escuchar cómo las liendres pasaban de su etapa larvaria a la adultez. El rastrillado de esas alimañas era insoportable. Había probado todos los métodos que tuvo a su alcance para eliminarlos. Pero nada parecía servir. Era como tener una actividad de piojos paranormales en su cabeza.

      Lo más frustrante de todo era que comenzaba cuando se ponía nervioso. Primero una comezón en la nunca, que luego se expandía hasta su cráneo, y de allí se distribuía al resto de su cuerpo; los hombros, la palma de las manos, las piernas. En ese instante estuvo a punto de comenzar a rascarse rabiosamente como solía hacer. Cuando la revelación de una idea lo paralizó por completo. Se le puso la carne de gallina, y un frío recorrió toda su espalda.

      > ¿Serán “Ellos” quienes crean en mí esta insoportable comezón para poder tener a partir de allí algún tipo de control sobre mi mente? O peor aún, ¿podrán escuchar y sentir todo lo que yo pienso y siento? <

      >La respuesta es muy simple< se respondió a sí mismo.

      >Seguro que sí… no hay ningún tipo de dudas. Mis pensamientos están siendo monitoreados, y hasta quizás dirigidos. ¿Es posible que nada de lo que hiciese o pensase, por más espontáneo que fuese, llegaran “Ellos” a pasarlo por alto?<

      Se sintió un tanto estúpido al preguntarse algo tan obvio. “Ellos” podían hacer lo que quisiesen. Hasta eran capaces de estar presentes en cualquier lugar de cualquier tiempo y dimensión. Oliver nunca dejaba de asombrarse por las habilidades que “Ellos” tenían, y al mismo tiempo repudiaba la arrogancia de los “sapiens” y sus Gobiernos. Todas sus armas y artilugios no son más que juguetes infantiles en comparación con los extraordinarios recursos que “Ellos” poseen, y que los convierten en verdaderos seres superiores en más de un sentido.

      Unos meses antes de que “Ellos” se diesen a conocer, Oliver había estado totalmente desorientado. Había acariciado y mimado la idea del suicidio como si fuese un huidizo ratoncito entre sus manos. Llegó a tener lapsos en que la tristeza era tan profunda que hasta lo inmovilizaba por completo. En ocasiones se pasaba días sin dormir. Si es que así podía llamarse a la agobiante sensación que tenía cada vez que cerraba los ojos. Sensación que solo era un preludio de la agonía que sentiría el resto del día. O la falta total de apetito, asqueándole todo tipo de comida. De cualquier alimento que consumía, su estómago devolvía más de la mitad.

      En una ocasión había considerado en ahorcarse. Pero si no hacía un buen nudo o la cuerda no era lo suficientemente resistente, corría el riesgo de caer al suelo semiasfixiado retorciéndose como una cucaracha rociada con insecticida, y todo terminaría en un infructuoso y vergonzoso desastre. Calculó que corría el mismo riesgo al tirarse de un puente o edificio. Medicamentos lo suficientemente fuertes para una sobredosis no tenía, y comprar un arma era demasiado complicado. Hasta que en unos de sus viejos libros encontró la posible respuesta.

      Otra de las tantas cosas de las que Oliver estaba categóricamente convencido era de que los libros son una excelente herramienta para cualquier tipo de cosa que uno se proponga hacer en la vida. Incluso en casos como este, puesto que si uno es lo suficientemente persistente en la búsqueda, se puede conseguir en ellos toda la información que se necesite y más. Por otro lado, si había algo que todavía permanecía en los pasadizos secretos y polvorientos de su delicada memoria eran la cantidad de conceptos e ideas que dejaron en su mente la infinidad de libros sobre esoterismo, abducciones, ocultismo, filosofía, hermetismo, alquimia etc., que se apasionó en leer. En una ocasión, leyendo un libro “alquímico-mágico” sobre el refinamiento de los venenos en la Edad Media, y combinando esa información con la de un libro de química escolar, aprendió cómo hacer algo tan letal como el cianuro de hidrógeno. Y si la mezcla era correcta comenzaría a sentir un particular olor a almendras. También averiguó que en el caso del cianuro de hidrógeno. Con solo 50-200 miligramos o 1-3 miligramos por kilo de peso, serían suficientes para matarlo. Y si no se equivocaba en la cantidad, todo saldría a pedir de boca y moriría antes de que comenzara a asfixiarse.

      También averiguó sobre la manera más eficaz de cortarse las venas de las muñecas (consejos que agregó en sus nuevos volantes). Si bien odiaba a los Aleatorios desde lo más profundo de sus intestinos, no era éticamente correcto inducirlos al suicidio