Название | Asja |
---|---|
Автор произведения | Roser Amills Bibiloni |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418857317 |
Walter rompió a llorar y se lanzó a los brazos de su madre con el deseo de aferrarse eternamente a ella, a ese amor excluyente, y esta vez Pauline, como si le hubiera leído el pensamiento, no lo rechazó como solía hacer, ya que en los ojos húmedos y oscuros de su hijo le había parecido ver la cristalización de todas esas penas inciertas que ella no podía evitar desde que se había casado. Entonces, ¿su hijito era filósofo, le decía el traidor de su hermano a su marido? ¿Ese era el truco, decir que el niño era filósofo? ¿Así iban a quitárselo? Apretó su cabecita contra el pecho.
Sí. Emil había dejado de reírse en los cabarets, en los cafés, en la pista de patinaje… Había decidido tomar cartas en la educación del hijo mayor, según él en peligro por culpa de Pauline y sus influencias. Desde hacía meses, se esmeraba en supervisar sus estudios y había solicitado la opinión de Arthur para tomar una decisión. Drástica, si fuera necesario. Temía que su esposa pudiera convertir a Walter en un pusilánime… Pauline se iba a poner a llorar de un momento a otro, mientras escuchaba todo aquello y apretaba los dientes, llevada por una rabia que no quería demostrar de hecho ni de palabra. Su hermano no se atrevía a mirarla siquiera.
—Walter, hijo, hubiera preferido una carrera con más futuro para ti, pero confío en el criterio de tu tío. Ha llegado el momento de mandarte a estudiar fuera y, si tienes que ser filósofo, pues lo serás.
—Bien pensado, es una carrera de buen gusto y perfectamente compatible con los negocios familiares —intervino el cuñado.
Emil pagaría los mejores colegios, resumió pomposo, y miró a Pauline de reojo y apuñaló el aire con su regordete dedo índice para añadir:
—Pero tendrás que ser el mejor cada año, ¡o recibirás un buen castigo! —y lo enfatizó con un manotazo en su hombro de pajarito: un golpe muy parecido al del martillo con que Emil remataba las ventas de subasta en su tienda.
De la paz a la guerra
Walter fue enviado lejos de Berlín para pasar dos años en un internado en el campo y Emil estaba pletórico. El aire libre, el senderismo y la rutina escolar robustecerían a su retoño. Así fue. Y se sintió radicalmente distinto al resto de sus compañeros desde el primer día y tuvo que transformarse en una especie de tortuga que, a la mínima, se escondía en su caparazón. Funcionaba. Se había despedido de sus hermanos y de su madre con lágrimas, con ese miedo mezclado con euforia tan palpable como la pérdida de los dientes de leche, pero fue empezar a vivir fuera y ya tenía mejor color, ni siquiera le costaba conciliar el sueño sin los cuentos de su madre. Como solución, decidió dormir menos y pasar las noches dedicado a la lectura; luego desayunaba, acudía a las clases y se permitía breves siestas. Así, se ahorraba tener que tratar con nadie, mientras su prodigiosa agilidad mental se revelaba inversamente proporcional a su lento desplazamiento corporal y ese caminar pesado devenía en frecuentes paradas para reflexionar, acompañadas de la doble exclamación francesa, «Tiens, tiens», que había aprendido de la nurse.
Por ello, algunos compañeros lo apodaron jocosamente «Tiens-tiens» y esas burlas lo obligaron a sacar un mal genio que nadie habría imaginado que tenía. El Walter bonachón se había esfumado y sufría violentos ataques de cólera por nimiedades, como perder una partida de ajedrez, y en esa atmósfera se sucedieron los cursos, hasta que ganó el acceso a las universidades más reputadas de Berlín y Friburgo y el pequeño melindroso pasó a ser un jovencito desmañado que sacaba cada vez mejores calificaciones académicas, pero que también le sostenía cada vez mejor la mirada a su padre. A esto último el señor Benjamin le quitaba hierro, confiado en que la disciplina de la vida universitaria le pondría fin en poco tiempo. Todo lo contrario.
—Tendría que darme algún dinero más esta semana, padre.
Emil miraba muy serio.
—¿Cuánto dinero y para qué?
—He encargado libros y tengo que pagarlos sin falta.
—¿Cuánto? —insistía.
—Me arreglo con sesenta o setenta marcos —respondía con respeto, pero sin bajar la mirada.
—Hace poco te di ochenta —recordaba Emil, despacioso—. ¿Se puede saber qué haces con el dinero?
—Lo empleo bien —respondía el hijo, sombrío y con la lección aprendida, pues entonces preguntaba a Emil por sus negocios: a eso sí jugaba con agrado el señor Benjamin. Se le llenaba la boca, como si su hijo fuera uno de sus colegas, al contarle lo bien que iban últimamente sus proyectos urbanos, tan innovadores: esos que lo mantenían durante horas al nuevo aparato de teléfono que habían instalado en casa entre el cesto de la ropa sucia y el gasómetro.
—Pronto, hijo, estarás preparado y podrás ayudarme en mis prósperos negocios. Así podrás disponer de tu propio dinero…
Walter no tenía la más mínima intención de hacer eso. Esbozaba una sonrisa tras cada ingenuidad burguesa de su padre. ¿Qué prósperos negocios? Estaba informado.
Sabía que los sucesos de octubre de 1917 en Rusia y las tormentas políticas que habían conmocionado a Europa entera avanzaban de nuevo, tras una aparente tregua. Su padre era un iluso de tomo y lomo. ¡Menudas discusiones tendrían, si le dijera lo que pensaba!
Pero el señor Benjamin no sabía ni la mitad de lo que hacía y pensaba Walter; haberlo averiguado entonces lo habría dejado atónito. Emil se limitaba a pagar facturas académicas, mientras la sangre revolucionaria hervía en las venas de su hijo mayor, pues Walter estaba perfeccionando esa habilidad para rebelarse en silencio que le había faltado durante la infancia y sus únicos proyectos de futuro eran leer, escribir, recortar, pegar, armar y desarmar historias. Sin embargo, Emil insistía y, finalmente, durante unas vacaciones, decidió que era el momento de que entrara a trabajar en un banco, como había hecho él a su edad. Se lo anunció en la mesa a la hora de los cafés.
—Por desgracia, voy a tomar otro camino, padre.
Walter no quería dejar la universidad y lo que le proponía su padre era todo lo contrario de lo que había empezado a soñar. Emil se lo tenía merecido, por haberle hecho caso a su cuñado y haberlo embarcado en el dolor de la lucidez, por haberle hecho estudiar entre desconocidos y vivir solo, así que no hubo manera. Por más que Emil se soliviantó, no logró quitarle a su hijo la idea de que hacer carrera como docente universitario era el camino más adecuado. Walter lo decía tan seguro que intimidaba, con esa sonrisa madura que había empezado a curvarse en sus labios desde que firmaba polémicos artículos en una revista subtitulada «Arte y literatura del futuro», y se había empezado a interesar por corrientes de pensamiento extrañas, por todo aquello que solo compartía con su hermano Georg —quien, por su parte, se había vuelto un comunista del todo discreto—, y juntos se interesaban por lo que fuera en contra de la burguesía. No sabían qué les depararía el futuro ni en qué condiciones lo vivirían, pero habían resuelto que sería en un mundo más ancho que el de los convencionalismos en que se habían criado, lejos de esa forma de entender la vida a la que pertenecían por familia, aunque ya no por sus ideas, invadidos ambos por una energía desconocida.
Le gustaba a Walter reír y gastar ocurrentes bromas a los catedráticos envarados y su pseudónimo para que no descubrieran sus artículos era Ardor. Walter, el estudiante de filosofía que costaba una fortuna, iba a por todas contra cualquier hipocresía y el señor Benjamin también se habría llevado las manos a la cabeza, de haberlos leído.
—Hijo, ahora eres joven y te crees que lo sabes todo, pero ya hablaremos cuando empieces a ver mundo...
Y Walter decidió, de inmediato, empezar a viajar en serio.
Engañó con facilidad a su padre cuando le aseguró que escribiría crónicas sobre su encuentro con la pinacoteca de Brera, La última cena de Leonardo da Vinci o la Arena de Verona. El veto de las fronteras tras la guerra