Название | Feminismo para América Latina |
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Автор произведения | Katherine M. Marino |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079946555 |
Lutz apoyaba estas ideas y compartía las ambiciones imperialistas. En 1922, como delegada de Brasil en la Conferencia Panamericana de Mujeres en Baltimore, promovió un feminismo panamericanista que, a pesar de celebrar a América en su conjunto, ponía de manera bien clara a Brasil y Estados Unidos por encima de los demás países. En su discurso exclamó que no había otro país “más elocuente con la libertad ni más preñado de esperanza que Estados Unidos”. Descartó a África, al decir que, “salvo sus umbrales de civilización, aún está en un letargo”; a Asia, a la que consideraba “absorta en asimilar los frutos de la civilización occidental y amalgamarlos con los principios de la sabiduría oriental en un todo armonioso”, y a Europa, “dedicada a recuperarse de los horrores de la guerra”. Afirmó que “ninguno de estos continentes puede ayudarnos” y agregó que el mundo miraba hacia América.81
Lutz repitió las habituales metáforas panamericanas sobre el progreso ininterrumpido de libertad e igualdad en América por encima de una Europa arrasada por la guerra y de los continentes de “razas oscuras”, reservando un elogio especial para Brasil —con su inmenso territorio, su tradición de paz que liberó a los esclavos y dio lugar a una república sin derramar una gota de sangre— y Estados Unidos, e hizo un llamamiento para poner fin a la guerra e iniciar la paz. Acabó su discurso con la afirmación de que el papel de liderazgo le correspondía a Estados Unidos.82
La intensidad del amor de Lutz por la América anglosajona provenía de su propia identidad racial nacional. Como hija de una mujer británica, con dominio fluido del inglés y profunda admiradora de las élites británicas y angloestadounidenses, Lutz, quien a lo largo de su vida hizo énfasis en la escritura inglesa de su nombre (Bertha en lugar de Berta), se concebía como excepcional y racialmente superior a sus compatriotas de Brasil.83 El panamericanismo dio un giro a su entusiasta afinidad con Inglaterra, inclinándola hacia el lado de Estados Unidos. Como le escribió a Carrie Chapman Catt, con quien entabló amistad rápidamente en Baltimore, se sentía “norteamericana” por temperamento.84
El vínculo especial que Lutz sentía con Estados Unidos, sobre todo con la LWV, era correspondido por la liga, lo que demostró el favoritismo hacia Lutz incluso antes del inicio de la conferencia. La fuerte relación forjada entre Brasil y Estados Unidos durante la guerra, además de la conexión personal de Bertha con un miembro de la LWV que había viajado a Brasil, facilitó que recibiera una invitación para asistir a la conferencia mucho antes que cualquier otra feminista de América Latina.85 Además, la liga le otorgó mayor financiamiento a Lutz. A pesar de que la LWV le ofreció a cada delegada latinoamericana 500 dólares para ayudar a sufragar los gastos de alojamiento y transporte, Leo Rowe, director de la Unión Panamericana, subrayó que el grupo debía hacer todo lo posible para cubrir los gastos de Lutz como forma de reconocer la importancia de Brasil para Estados Unidos. Sin embargo, no hizo esta petición para ninguna de las otras delegadas, aunque otros gobiernos también habían manifestado su preocupación por los costos. La LWV le dio a Lutz, y sólo a ella, la cantidad de mil dólares, el doble que a las demás.86
La profunda amistad que, en el transcurso de la conferencia, nació entre Lutz y Carrie Chapman Catt, entonces presidenta de la liga, fue fundamental para afianzar la compenetración entre Bertha y la LWV. Ese encuentro fue decisivo para ella. Meses después le enviaba a Catt una eufórica carta sobre el tiempo que habían compartido y le decía que los días que habían pasado juntas no sólo habían sido los más felices que había pasado en Estados Unidos, sino los más felices de su vida.87 Durante 20 años de correspondencia privada se escribieron como mínimo una vez al mes, hasta la muerte de Catt en 1946. Ésta la llamaba “mi hija brasileña”; Lutz llamaba “madre” a Catt.
Desde la perspectiva de la LWV, el enérgico respaldo de Lutz a Estados Unidos fue de vital importancia para la percepción y el éxito del encuentro, sobre todo cuando otras delegadas latinoamericanas objetaron el arrogante liderazgo de la liga. De hecho, el impulso misionero de la LWV hacia las mujeres latinoamericanas impregnaba la conferencia. Presentada como una oportunidad para que las mujeres estadounidenses establecieran vínculos amistosos con las de Sudamérica, Centroamérica, México y Canadá, los organizadores de la conferencia excluyeron las aportaciones de las feministas latinoamericanas, que representaban un porcentaje mínimo de las 2 mil asistentes.88 Las sesiones diarias eran todas en inglés y con participación dominante de portavoces estadounidenses provenientes de importantes organizaciones progresistas, que urgían a las mujeres latinoamericanas a seguir su liderazgo.89 Incluso en las ocasiones en que las delegadas de América Latina cuestionaban la superioridad estadounidense, apenas tenían éxito. Las feministas mexicanas, por ejemplo, sufrieron una terrible decepción ante el rechazo de Catt a considerar una propuesta de la educadora comunista Elena Torres para discutir sobre el petróleo, las tierras, la inmigración, las fronteras y la explotación de trabajadoras mexicanas a manos de las compañías mineras estadounidenses.90
Los debates más acalorados surgieron ante la sensación de superioridad de las mujeres estadounidenses sobre sus incultas hermanas latinoamericanas. En la sesión sobre el estado civil de las mujeres, la fiscal general de Estados Unidos, Mabel Walker Willebrandt, declaró que el derecho consuetudinario anglosajón era preferible al código napoleónico de América Latina. En países anglosajones como Estados Unidos, Inglaterra y Canadá, señaló Willebrandt, las mujeres habían conseguido el derecho a tener propiedades y percibir salarios, formas de independencia legal que aún no habían sido adoptadas en todos los países de América Latina.91
La imagen negativa de las leyes de América Latina planteada por Willebrandt era parte de un antiguo patrón de denigración de la cultura legal y política de la región por parte de las élites estadounidenses, lo que provocó una fuerte discusión conducida por Celia Paladino de Vitale. Ella relató las múltiples formas en que el movimiento de mujeres de Uruguay había conseguido la igualdad entre hombres y mujeres, reconociendo los derechos de guarda y custodia de hijos e hijas, y los derechos hereditarios de hijos e hijas fuera del matrimonio. Paladino señaló la prestación de amplios derechos de bienestar social para hombres y mujeres por parte de Uruguay, derechos que Estados Unidos aún no había garantizado: jornada laboral de ocho horas, pensiones de vejez y educación pública y gratuita, con libros de texto y material escolar. En Uruguay, las mujeres casadas tenían además derechos a la nacionalidad independiente, a diferencia de en Estados Unidos.92
El logro de una amplia justicia social y de derechos de bienestar en Uruguay reflejaba las aspiraciones que impulsaban distintas versiones del feminismo latinoamericano. La constitución de 1917 del México revolucionario, que abrazó el bienestar social de las mujeres trabajadoras, se alzaba como modelo continental para muchos grupos feministas en ciernes a lo largo y ancho del continente. En la Conferencia de Baltimore de 1922, esta noción de derechos sociales marcó una línea divisoria entre Paladino y la LWV, que entendía que estas preocupaciones sociales tenían una importancia de segundo nivel en los derechos políticos y civiles. Durante el encuentro de la IWSA de 1920 surgieron tensiones similares, ya que esta organización no reconoció que muchas de sus metas postsufragio ya estaban vigentes en Uruguay, lo que provocó la ira de Luisi.93 Esta tendencia de las mujeres estadounidenses a privilegiar los derechos