Название | El quinto sol |
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Автор произведения | Camilla Townsend |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079909970 |
Tenochtitlan (N). Originalmente, un pequeño pueblo establecido por los mexicas en un islote del lago de Texcoco y, finalmente, la capital de un gran altépetl. Después de la conquista, fue el sitio de la fundación de la ciudad de México. La gente de la ciudad se llamaba tenochca.
tepanecas (N). Grupo étnico de habla náhuatl que habitaba el territorio al occidente del gran lago de la cuenca central de México. El grupo contenía varios altepeme distintos, incluidos los conocidos como Azcapotzalco y Tlacopan.
teuctli (pl. teteuctin) (N). Señor, cabeza de una casa dinástica, con tierras y sirvientes.
tlacuilo o tlahcuiloh (pl. tlacuiloque) (N). Persona encargada de pintar o “escribir” imágenes o palabras. En la época colonial, podía utilizarse para referirse a un escriba.
tlatoani (pl. tlatoque) (N). Literalmente, “el que habla” y, de manera implícita, el que habla en nombre de un grupo. Gobernante dinástico de un altépetl. En ocasiones se aplicaba a una alta autoridad española, como el virrey.
Tlaxcala (N). Un gran altépetl en las afueras del valle central que no fue conquistado por los mexicas y sus aliados. Los tlaxcaltecas fueron de los primeros en aliarse con los españoles.
tochtli (N). Literalmente, “conejo”. A menudo se usaba como metáfora para referirse a la mala fortuna. También era uno de los cuatro nombres rotativos del año.
Tollan (N). Literalmente, “lugar de tules”, llamado a menudo Tula en español. Gran ciudad del centro de México. En las historias antiguas, el nombre solía referirse a una comunidad utópica del pasado lejano.
topile (N). Persona que ostenta un cargo, por ejemplo un gobernante. La palabra pasó fácilmente de la época precolonial a la colonial.
totonacas (E). Grupo étnico de las regiones montañosas y costeras del oriente de México que ahora habita en los actuales estados de Hidalgo, Puebla y Veracruz.
Triple Alianza (E). Solía referirse a la alianza del siglo XV entre las familias gobernantes de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. En realidad, no existió una alianza formal ni una liga política, pero el entendimiento fue real.
-tzin (N). Sufijo náhuatl empleado con mayor frecuencia como honorífico, aunque en ocasiones simplemente buscaba transmitir el afecto por una persona o por un objeto de condición humilde.
virrey (E). Representante del monarca español en una región del Nuevo Mundo. Al principio, sólo había dos, el de la Nueva España y el de Perú.
visitador (E). Inspector. Los visitadores eran enviados regularmente por la corona española para investigar a los gobiernos locales de la América española, en un sistema de control y equilibrio de poderes.
xiuhpohualli (N). Literalmente, “cuenta de los años” o “cuenta anual”. Registro histórico tradicional utilizado por los nahuas para sus narraciones orales, transcrito con frecuencia en forma de textos escritos después de la conquista. Los estudiosos suelen llamarlos “anales”.
Notas sobre la terminología,
la traducción y la pronunciación
Transmitir la historia de un pueblo a personas ajenas a él en términos que la gente entienda y apruebe conlleva ciertos desafíos. En el caso que nos ocupa, incluso el nombre presenta una situación difícil, porque, técnicamente hablando, nunca hubo “aztecas”. Ningún pueblo se llamó a sí mismo de esa manera. Es una palabra que los eruditos comenzaron a usar en el siglo XVIII para describir al pueblo que dominaba el centro de México en el momento de la llegada de los españoles. Su uso resulta confuso a menudo, porque algunas personas emplean el término como lo hicieron los intelectuales de los siglos XVIII y XIX; otras lo usan para describir no solamente al grupo dominante, sino también a todos los que fueron gobernados por ellos, que incluyeron pueblos que se extienden por la mayor parte del centro de México y algunos otros que se dispersaron más ampliamente hacia el sur, hasta El Salvador. En este libro, el término azteca se usa para referirse al pueblo que dominó la región desde su altépetl, la ciudad-Estado de Tenochtitlan, así como a todos aquellos que vivían en la cuenca central y estaban estrechamente aliados con ellos.1 A pesar de que la palabra azteca aparece en el título y en la introducción, donde se necesita como herramienta de comunicación, no la uso con mucha profusión en el resto del libro. Si me refiero al grupo étnico que llegó al poder, empleo la palabra que ellos usaban, mexica, y, si estoy hablando de sus aliados cercanos, también los llamo por el nombre que ellos se daban; si me refiero a los pueblos diseminados por el centro de México que compartían un idioma y una perspectiva cultural, muchos de los cuales fueron conquistados por los propios mexicas, aunque no todos, los nombro como ellos se llamaban a sí mismos: nahuas. Utilizo el término azteca únicamente cuando hago el análisis de las percepciones posteriores de tiempos pasados; así, los lectores se enterarán de lo que generalmente se cree que fueron o hicieron los “aztecas”.
Hay un problema similar con todos los pueblos que vivieron en el continente americano mucho antes que otros. Con el tiempo, se han utilizado diferentes términos para referirse a ellos, algunos peyorativos, otros no. Hoy en día, los individuos pertenecientes a comunidades descendientes de diversas regiones suelen tener diferentes preferencias sobre cómo deberían llamarse: en Canadá, tienden a preferir la formula “naciones originarias”, mientras que, en México, el de “indígenas”; en Estados Unidos, algunos eligen “nativos americanos”, mientras que otros prefieren “indios americanos” o solamente “indios”. Cada grupo tiene razones históricas válidas para su preferencia; sin embargo, yo no elijo entre todos esos términos, sino que los uso de forma indistinta.
También hay innumerables decisiones que es necesario adoptar respecto de la traducción de las palabras. Cuando, por ejemplo, los mexicas deseaban que sus oyentes entendieran que una mujer de una familia noble provenía del linaje que daría origen a los herederos, la llamaban inhueltiuh, “su hermana mayor”. Ese término es problemático, por lo que pensé en sustituirlo por la palabra “princesa”, pero quienes conocen a los mexicas saben muy bien que en náhuatl no existe una palabra que signifique eso con exactitud. Otro ejemplo: cuando la gente se reunía por la noche para una celebración, los animadores les narraban su historia y la cantaban en secuencias variadas. Cuando escribo sobre esos historiadores, que también eran artistas, en ocasiones me refiero a ellos como “bardos”, pero otros pueden optar por “narradores y cantantes de historias”; simplemente, no hay una solución perfecta para las cuestiones de ese tipo relacionadas con la traducción. Las notas al final del libro ayudarán a aquellos lectores que busquen una mayor especificidad.
Presentar los nombres de las personas en un idioma extranjero también puede ser difícil: la palabra chimalxóchitl no fluye con facilidad en las lenguas de los pueblos de lenguas europeas, por lo que un lector que batalle con el nombre puede perder el significado de la oración; sin embargo, si la muchacha se llamase simplemente Flor de Escudo, ¿quedaría atrapada en un mundo de nombres encantadores y poéticos?; ¿nos sentiríamos sutilmente superiores a ella si no se llamase Isabel o María? En este libro, intento dar solución al problema, moviéndome de un lado a otro entre los dos posibles nombres, pero siempre recurriendo a la traducción al español cuando el párrafo podría resultar desconcertante si no se hace así.
En lo concerniente a la pronunciación aproximada, tres reglas ayudarán a los lectores a pronunciar la mayoría de las palabras en náhuatl con relativa facilidad. Primera: la consonante tl se pronuncia suavemente. Segunda, cuando la h va seguida por la letra u, es muda: la intención es producir únicamente el sonido de la u. La palabra náhuatl ilustra ambas reglas. Tercera, finalmente, la letra x