Название | Clara en la noche, Muriel en la aurora |
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Автор произведения | Rodrigo Atria |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789569986772 |
En su memoria apareció un recuerdo aprendido, no suyo, porque ella aún no nacía en ١٩٤٢, pero cuyos rastros aparecían en placas de mármol con inscripciones de in memoriam que estaban empotradas en los muros de todos los barrios de París. En realidad, era un hecho de la historia de Francia conocido después como la redada del velódromo de invierno. Ahí estaba, ahí había prendido, en su memoria juvenil sensible y ávida, y ahora aparecía en su cabeza como el brote de una planta asomando a la superficie de un almácigo: la Rafle du Vélodrome d’Hiver. Por eso sabía que una redada, más o menos violenta, más o menos masiva, tenía consecuencias: los miles de hombres, mujeres y niños judíos atrapados en la operación «Viento primaveral», los días 16 y 17 de julio de 1942, en París, fueron reunidos en ese recinto deportivo y, desde allí, derivados a campos de concentración en Drancy, Beaune la Rolande y Pithiviers, para ser deportados, después, a los campos de exterminio nazis en Europa oriental.
Así que, pensó Muriel, debieron haber ocurrido ciertas cosas en la Hacienda Quilpué. Pero, ¿qué exactamente? ¿Qué había sido de aquellos campesinos apresados en la redada? El texto traducido no lo decía. Solo añadía que, desde el momento de la ocupación militar de la Hacienda, las labores productivas se reanudaron bajo la supervisión directa de los militares.
Entonces, la reforma agraria se había detenido. Dedujo que no solo eso: desde ese momento había empezado a revertirse.
Muriel reparó en que, no obstante, el palacio había logrado sobrevivir a todas esas turbulencias. Pensó que también parte de su jardín: Au moins, les cyprès cylindriques, l’étang du miroir d’eau. Sí, los cipreses cilíndricos y el estanque del espejo de agua estaban en fotografías de años inmediatamente posteriores a aquellos hechos. ¿Cómo se había descompuesto todo hasta convertirse en las ruinas expuestas por imágenes de años recientes que aparecían también en la pantalla de su computador portátil? ¿Qué historias se escondían? Ella no estaba allí para indagarlas. Venía para montar una exposición sobre el jardín francés que, en realidad, no pretendía ser su apología, sino el motivo, la excusa para mostrar y hablar de la relación presente del ser humano con el mundo vegetal. Para esto trabajaban en la Dirección de Espacios Verdes y Medioambiente, para eso contaban con los cuatro sitios del Jardin Botanique de la Ville de París y para esto la habían enviado a ese museo de la Quinta Normal de Santiago durante todo un mes. A dar un aldabonazo en la conciencia de la gente. A encender un pabilo para que la gente entendiera que el vínculo con las plantas y las flores, alguna vez tan estrechamente conectado con la cultura, estaba hoy tan directamente ligado a algo anterior a la cultura: la propia subsistencia de la vida humana. Esto tenía que ver con una naturaleza peligrosamente degradada por efecto del modo como los seres humanos vivían y, al revés, nada tenía que ver con otras historias. Sin embargo, Muriel no dejó de sorprenderse por lo que podía haber detrás de las ruinas de un edificio y su jardín à la française en un país que hasta entonces solo ubicaba en el mapa. Y, a la pasada, se preguntó si habría algo, alguna historia escondida en el edificio francés del museo de la Quinta Normal.
Apagó y cerró el computador.
Sentía las piernas adormecidas por mantenerlas cruzadas tanto rato, con el computador cargándoles su peso. Así que salió de la cama y fue al minibar. Husmeó dentro. Había una pequeña botella de vodka, que abrió para verter el licor en un vaso. Mantuvo encendida solamente la lamparilla del velador y, vaso en mano, se acercó al ventanal. Era un quinto piso. Una polera le cubría el torso, pero abajo estaba en bragas y no le importó que algunos ojos intrusos pudiesen mirarla desde un edificio vecino. A quien mirara, hombre o mujer, ella le obsequiaba, sin pudor, aunque inalcanzable en el cuarto del hotel, la insinuación de su cuerpo, sus piernas largas y todavía firmes, el vértice encajado entre sus muslos. Que alguien lo pasara sexualmente bien con ella como objeto de una fantasía erótica le importaba un bledo. Bon appetit!, dijo para sí misma. Y bebió un trago de vodka. Se quedó pensando: ¿Qué hacía allí, acompañada de su soledad, en una ciudad desconocida? Cumplía una misión para la Dirección de Espacios Verdes y Medioambiente, porque la Municipalidad de París había firmado un acuerdo de cooperación cultural con instituciones chilenas. Pero no era claro que eso le bastara. No a esa hora de la noche, con un vaso de licor en la mano y medio desnuda. ¿Avanzaría alguna posición en su carrera profesional por cumplir su deber? Tironeada por la soledad, terminó su vodka y se retiró del ventanal. Se avecinaba otro día cansador. Dejó el vaso sobre la mesa de la habitación y fue a meterse en la cama. Entonces sonó el teléfono. Era el Agregado de Cultura, también director del Instituto Francés: quería saber si todo estaba bien. Como resumen del día, para ella todo estaba efectivamente bien. D’accord!, escuchó. También oyó que él pasaría a recogerla temprano para llevarla al museo de la Quinta Normal. D’accord!, respondió ella. Suficiente por esa noche. Colgó el teléfono y se metió entre las sábanas. Apagó la luz de la lámpara sobre el velador cuando copiosas imágenes visitaban su cabeza: vistas del rosedal del parque de Bagatelle, captadas desde la pagoda que se situaba sobre un pequeño montículo en una de sus orillas, vistas del edificio del museo de la Quinta Normal, vistas de don Cipriano en su cotona, vistas de Emma nuevamente. Por algún motivo. Emma y el tipo con quien mantenía una relación íntima que no la convencía. Tenía una habilidad intuitiva mejor que la de su hija, quizás por edad, tal vez porque había vivido relaciones de pareja que, al final, no la habían convencido. Pero de eso hacía ya un tiempo y, desde entonces, estaba sola. Ningún hombre que la amara. Nadie que la necesitara. Algunos hombres que la deseaban. Los hombres en el comedor del hotel. Los percibía, aunque estaba un tanto borracha. Aún antes de dormirse, sintió esa antigua pulsión. ¿Por qué no? Descansaba una mano sobre su estómago y la deslizó hacia su vientre, para enseguida, poco a poco, introducirla bajo sus bragas. Allí la dejó descansando, sobre el vértice entre sus muslos, apenas antes de que el vodka le cerrara los párpados.
INVERNADERO
Alrededor de 1850, los horticultores de la provincia holandesa de Westland descubrieron que en edificios de cristal que aseguraran abundante luz y calor constante no solo se podían cultivar plantas de lugares cálidos, sino que se incrementaba el rendimiento de los cultivos. Unos años después, probablemente hacia 1866, el empresario californiano Henry Meiggs, asentado en Chile, levantó un invernadero de fierro forjado y vidrio en Santiago. Se sospecha que sus piezas fueron prefabricadas en Francia, debido a la similitud que tiene con los invernaderos del parque del Château des Ravalet y el del Jardín Massey, en Tarbes. En 1890 fue trasladado a la santiaguina Quinta Normal de Agricultura para servir de reservorio de plantas exóticas del Jardín Botánico Nacional. El invernadero, único en Chile, subsistió al Jardín, que desapareció en 1922, y allí se encuentra, derruido y oxidado, hasta estos días.
HABÍA UN GATO recostado, tomando sol en el zócalo sobre el que se alzaban los restos de la estructura de fierro forjado, despojada de todos sus vidrios, que permanecía en pie. Allí estaba, junto a una mata de flores silvestres que, pese al abandono, seguía viva, sobresaliendo del seto de ligustrinas