Condenados. Giovanni de J. Rodríguez P.

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Название Condenados
Автор произведения Giovanni de J. Rodríguez P.
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789585331839



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de alguna manera, le decía a su mente que respondiera con mayor altura y decoro que sus interlocutores; miraba entretenido la discusión, para él lo que sucedía era inexplicable desde lo espiritual e inaceptable y cuestionable desde la razón. Después de su última plática con el presidente había optado por investigar qué podía generar tales muertes y había encontrado en la ciencia una respuesta sensata. Cuando notó un hueco en la conversación se metió.

      —Somos testigos del arribo de la singularidad tecnológica y el inicio de la edad posthumana. Las muertes son el producto de una tecnología nueva que puede utilizar gadgets con señales mentales, algo que desconocemos, un arma operada a distancia con gran cobertura y…

      —Qué estupidez. Esto es serio, doctor Pacheco, lo que menos necesitamos es trazar un plan basado en fantasías. Los criminales murieron por causa divina, no hay otra explicación —replicó tajante el regordete Elías Tobar, ministro de defensa nacional. Guillermo los observó sin parpadear, era evidente que entre el ministro y el asesor no existían buenas relaciones, Tobar y Juan entronaron las cejas y se miraron como toros de lidia dispuestos a darse cabezazos.

      —Estúpido es aquel que por sus prejuicios banales se hace el ciego ante la realidad. Apuesto mi sueldo que no conoce el themerim, se lo recomiendo, mírelo funcionar para que entienda lo que he dicho.

      Hubo silencio en la sala de reuniones hasta que habló Facundo Soler, ministro del interior.

      —No hay delito sin contravención de la ley, los atacantes eran ladrones en potencia que no consumaron el delito, es decir, no hubo crimen, así que no podemos llamarlos como tal, por ende, no hay victimarios qué incriminar y todos se convirtieron en víctimas inocentes, además, si los tratamos como criminales no tardarán sus familias en demandarnos.

      —Doctor Soler, su silogismo abductivo raya con la moral. No vamos a entrar en señalamientos. Si a esas personas no las hubiera detenido algo, el día de hoy acabaría con ese mismo número de hurtos; es improcedente tomar una posición moralista, no es nuestra labor; ni el objetivo de esta reunión —exclamó el presidente. Facundo asintió y continuó hablando en un intento de robustecer su participación en la reunión.

      —Lo entiendo, señor presidente, reconozco que, desde el ámbito legal ellos no cometieron un delito, no hay un acto consumado. Por otro lado, el problema que ahora tenemos es de sanidad, hay municipios en los que no hay espacio para albergar los cuerpos mientras se hacen las autopsias, se están utilizando coliseos y técnicas de conservación para evitar malos olores y problemas de salud pública.

      —El último reporte indica que todos murieron por la misma causa. Postulantes a ser criminales y otros novecientos como maestros, ingenieros y estudiantes que no estaban en proceso de robo —añadió Pacheco.

      —¿De qué murieron? —urgió Guillermo Pontefino con tono de impaciencia e intuyendo la respuesta.

      —En cincuenta y cinco autopsias realizadas se encontró lo mismo: muerte natural a causa de un infarto agudo al miocardio —completó Leopoldo Azcón.

      —¡Homicidio! —exclamó Guillermo, golpeando la mesa con el puño.

      —Posiblemente a todos los demás se les dictamine la misma causa. Pero eso tardará meses —repuso Facundo, arrugando la frente.

      —Señores, el tema es más delicado de lo que parece, las familias querrán a sus difuntos pronto para los funerales y seguramente habrá problemas sociales, han muerto jóvenes de todos los estratos sociales, ¿quién lo hubiera pensado? Se supone que gente de niveles socioeconómicos altos no necesitan robar. Surgirán señalamientos y discriminación entre las clases sociales —agregó Leopoldo y todos empezaron a opinar.

      Juan Pacheco, con ironía, los miraba discutir y pensaba que todos justificaban lo que ocurría en la sociedad, olvidando que el mismo sistema abogaba por la libre expresión y el desarrollo de las personas. Él pensaba que todos y cada uno de los ciudadanos tenían las oportunidades y medios necesarios para ser quien quisieran ser. Entre tanto observaba con jocosidad a los ministros y reflexionaba que ellos, en su afán de dar una respuesta, olvidaban que no existen modelos perfectos para gobernar y que toda comunidad es una amalgama de personalidades diferentes que hibridan la cultura en matices complejos difíciles de predecir y mucho menos de controlar. Las estribaciones surgidas en contra de las normas no corresponden a una causa raíz, a un núcleo de maldad o a un sistema defectuoso, sino a una acumulación de eventos degenerativos que causan efectos encadenados. La oferta y demanda en la satisfacción de las necesidades básicas genera una competencia tutelada por leyes que muchos atacan. Después de unos segundos, la reunión parecía un mercado donde cada cual trata de imponerse sobre los demás para vender sus ideas.

      —¡BASTA! No nos excusemos más. La culpa no puede ser de la sociedad, del sistema o de nosotros. Es de todos —apuntó Guillermo—, tenemos deficiencias que trataremos a su debido momento. Pero ese es otro tema; no pongan sus necesidades ministeriales como plataforma para ganar recursos y adelantar proyectos como alternativa de solución a esta situación en particular. No nos apartemos del asunto que nos tiene aquí. Estoy seguro de que todo esto es un acto humano, y probablemente el doctor Pacheco tiene razón. Los infartos pudieron generarse por medio de alguna fuente de radiopropagación o cualquier otra tecnología de ondas; cómo lo hicieron y, sobre todo, cómo identificaron a las personas que iban a cometer un delito es un misterio que debemos solucionar, y entendiendo que no tenemos los recursos tecnológicos necesarios para esta investigación, así que solicitaré ayuda internacional.

      Pacheco sonrió levemente, se sintió ante el doctor Elías Tobar. Era sensato que el presidente, en un caso como estos, confiara más en sus juicios que en los del ministro de defensa, un eminente abogado muy bueno como jurista, pero muy malo en asuntos de ciencia. Además, Juan Pacheco era el hombre del gabinete presidencial más ilustrado en tecnología.

      —¿En verdad es posible? —preguntó el doctor Soler.

      —Es la hipótesis más probable —respondió Pacheco—. El desarrollo tecnológico de la humanidad avanza con pasos agigantados. Sin embargo, las características de dicha arma son tan particulares que rayan con la ciencia ficción. Y no tenemos los recursos tecnológicos ni los académicos para estudiarla.

      —Señor presidente, ¿qué hará cuando tenga en sus manos esa tecnología? —preguntó el doctor Tobar.

      “Ajustar la intensidad”, pensó.

      —Primero encontremos el arma. Después decidiremos qué hacer.

      —Señor presidente, cuidado con lo que dice. Recuerde que hoy murieron aquellos que intentaron robar —expresó Elías con tono mordaz—. Si en verdad es un arma con la facultad para detectar las intenciones de las personas y atacarlos en el acto… —vaciló— podría detectar las intenciones de terceros para rastrearla. De todas maneras, dudo mucho que dicha arma exista; de equivocarme, que Dios nos ampare porque todos somos vulnerables.

      —Entonces, ¿qué cree que es?

      —Un castigo divino. No hay duda, apoyo la posición del doctor Soler. Sucedió lo mismo en el pasado. Dios envía viento, tierra, fuego y agua…

      —Y ahora envía cartas… vamos, no diga estupideces. ¿Juan, existe la posibilidad de un arma así? —insistió el presidente.