La carta 91. Raul Ramos

Читать онлайн.
Название La carta 91
Автор произведения Raul Ramos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412404838



Скачать книгу

el tuyo. No puedes malgastar esa oportunidad futura uniéndote ahora mismo a Rachel.

      —¿Estás diciendo que Rachel es una mala oportunidad entonces? —gritó Adam, tan indignado que había perdido la forma moderada de dirigirse a su padre—. ¿Dices que la mujer que amo es un simple impedimento?

      El señor Stein golpeó la mesa haciendo que Adam, debido al respeto que le tenía, se calmase. El joven agachó la mirada instintivamente.

      —Estoy diciendo lo que la sabiduría de los años me deja ver y lo que tú, ciego de amor, pareces obviar. ¡El mundo es difícil, Adam! ¡Va a serlo más y más a partir de ahora que estamos en guerra! Solo las personas que sobresalen van a ser capaces de sobrevivir a este mundo atroz. Y yo quiero que seas una de ellas, hijo. Y para ello, has de olvidarte de este compromiso tan inútil que has adquirido, que no te hace ningún bien.

      —Padre, pero yo la amo… —dijo Adam esta vez más sosegado. Reconoció que la vía de la confrontación no le daría ningún beneficio, y optó por la de la empatía.

      —No discuto ese sentimiento, solo te muestro sus consecuencias. Sin ir más lejos, ¿a qué vino aquella ridícula declaración tras la conferencia médica?

      Adam apretó los dientes. ¿Cómo podía estar diciendo que era ridículo un acto que había salido de su más profundo corazón? Sin embargo, no encontró las palabras para contestar a ello. Su padre aprovechó su silencio para seguir arrollándole argumentalmente.

      —Tenías a los empresarios ganados. Habías ofrecido una visión comercial creíble sobre algo que habías estudiado. Solo tenías que seguir con ellos y escuchar sus ofertas. En cambio, te fuiste con tus amigos a celebrar cosas menos importantes. Ahí demostraste tu escaso interés y tu nula responsabilidad, en ese momento vieron que no podrían contar contigo si no les prestabas la atención que ellos esperaban de ti. Seré más franco, perdiste una gran oportunidad de formar parte de una gran empresa. Por culpa de esa chica, Adam.

      —¡Pero en la vida no todo es el éxito y el dinero! —protestó el joven, tan alterado que se levantó de la silla—. ¿Acaso le preguntaste alguna vez a madre si era feliz? ¿Le preguntaste alguna vez si no hubiera cambiado tanto lujo y tanta riqueza por hacer más cosas contigo en el poco tiempo que tuvo de vida?

      Adam se arrepintió de aquellas palabras nada más soltarlas. Apelar a la prematura muerte de su madre no había sido justo. Quiso pedir perdón, pero la fría actitud de su padre, incluso ante aquella recriminación, le crispaba y le impedía hacerlo.

      —Tu madre hizo lo que tuvo que hacer. Por eso, tú ahora vives con estas comodidades y tienes el privilegio de poder estudiar. Dices que amas a Rachel, y lo entiendo. Pero con esta actitud la estás condenando. Contra tu propia voluntad, lo sé, pero lo haces. Porque así no llegarás a nada, y nada podrás ofrecerle.

      —Rachel y yo vamos a celebrar nuestro matrimonio y seremos felices, con o sin su aprobación, padre —afirmó Adam calmándose, volviendo a tratar con educación a su progenitor y sentándose de nuevo.

      —No, no lo vais a hacer —expuso el señor Stein poniendo los cubiertos sobre el plato y dando por finalizada la comida. Acto seguido, juntó sus manos y miró a Adam seriamente—. Ya tengo preparado otro futuro para ti. Más prometedor.

      Adam miró a su padre con miedo. Físicamente eran muy parecidos, la gente afirmaba que cuando la madurez y la seriedad alcanzaran el rostro de Adam, este sería extremadamente idéntico al de su padre, siempre y cuando se dejara el mismo bigote afilado.

      —Como padre que soy, responsable de tu porvenir, he hecho unas cuantas gestiones para asegurarte un futuro exitoso.

      Adam seguía enmudecido por la sorpresa, expectante. De aquellas palabras no podía salir nada bueno.

      —Muchos de nuestros compatriotas están sufriendo los bombardeos japoneses. Hace falta médicos valientes que se encarguen de los hombres que están arriesgando su vida por nuestro país.

      Si no fuera por el tono neutro con el que lo había dicho, Adam habría jurado que su padre estaba diciendo que lo iba a mandar a la guerra. No, eso no podía ser cierto. La incapacidad de creer algo así hizo que el joven diera por hecho que no podía estar refiriéndose a eso.

      —Pero yo no soy médico… —expuso Adam como principal excusa, por si acaso.

      —Y ahí radicará tu éxito. Te convertirás en un gran doctor antes incluso de acabar tus estudios. Me ha costado mucho conseguir que cuenten contigo. Es una gran oportunidad para ti de conseguir reconocimiento. Volverías de la guerra colmado de honores por el servicio prestado a la patria y por la experiencia que da el conflicto. El prestigio que otorga un hospital de campaña no se puede conseguir en ningún otro lugar ni…

      Adam dejó de escuchar. Conforme su padre emitía más palabras, todo se oscurecía a su alrededor. De repente, todo lo que salía de la boca del señor Stein llegaba traducido a su cerebro en forma de «vas a ir a la guerra, vas a ir a la guerra…».

      —¿Me mandas a la guerra? —preguntó Adam finalmente interrumpiendo a su padre, mostrando un evidente pánico en su rostro y volviendo a tutearle.

      —Te mando a curar heridos, que para eso estudias. —Su padre alzó la mano para captar la atención del servicio del hogar y solicitar un café—. No estarás en el frente. Tranquilo, me aseguraré de ello.

      Pero eso no calmaba en absoluto a Adam, que no dejaba de pensar en metralla atravesando cuerpos, en granadas deformando hombres a escasos metros de él, en intestinos fuera de sus vientres y en sangre derramada por todos lares.

      —No voy a ir. En absoluto… —negó Adam, buscando su vaso con agua para regar una garganta que se había quedado seca del miedo.

      —Por supuesto que vas a ir. Ya te he dicho que me ha costado mucho conseguir esta oportunidad para ti. Y la vas a aprovechar. Volverás digno de honores y con el renombre necesario para ser parte de esta casa.

      —¿Eso es lo que esperas de mí? ¿Dices que no tengo el renombre necesario para vivir aquí? ¡Entonces no quiero ser parte de esta familia! ¡Acabaste con la vida de madre con tus obligaciones y ahora quieres acabar con la mía!

      Adam se levantó y salió corriendo del hogar familiar, dando un feroz portazo como única respuesta. Continuó su carrera tan preocupado que ni siquiera notó que la lluvia bañaba su cuerpo, solo se dio cuenta del temporal que lo rodeaba cuando un resbalón casi le hizo caer. El mal tiempo no evitó que siguiera avanzando hasta llegar al único lugar que era capaz de calmar la ansiedad que le invadía por dentro.

      Una vez en su destino, se inclinó ligeramente obligado por la fatiga y después tocó la puerta de una casa que nada tenía que ver con la opulencia de su hogar. Le abrió una mujer de avanzada edad y amable rostro.

      —Vengo a… ver… a…

      —A Rachel, lo sé —completó la mujer viendo las dificultades que Adam tenía para respirar—. Pasa, muchacho. No te quedes ahí fuera con la que está cayendo. ¡Rachel! ¡Es Adam! ¡Rachel, ven!

      La muchacha fue corriendo y reaccionó con temor al ver que su amado entraba a la casa empapado, temblando a partes iguales por el frío y por la ansiedad.

      —¡Adam! —exclamó la chica—. Voy a por unas toallas. ¿Estás bien?

      Adam asintió con la cabeza y se dejó cuidar. En unos instantes, se encontraba seco, sentado en el sofá, con una manta sobre él y una infusión en sus manos que le ayudaría a recuperar el calor corporal perdido.

      —¿Qué ha ocurrido? —preguntó Rachel, deseosa de saber por qué Adam había llegado en tan pésimas condiciones. La madre de la chica se marchó para dejarles intimidad.

      —He salido corriendo de mi casa, sin pensar.

      —¿Por qué?

      Rachel estaba cada vez más nerviosa, Adam no tendía a ser en absoluto tan impulsivo.

      —He discutido con mi padre