La carta 91. Raul Ramos

Читать онлайн.
Название La carta 91
Автор произведения Raul Ramos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412404838



Скачать книгу

a la guerra fuera yo…

      —Si tú fueras allí, acabarías con el conflicto en un segundo —dijo Adam, sentándose en una roca y dejando un hueco a su lado para Rachel—. Si te vieran, quedarían prendados de tal manera que se les olvidaría hasta cómo se aprieta un gatillo.

      Rachel ofreció una sonrisa triste ante aquel comentario.

      —¿Por qué la gente se mata entre sí? ¿Acaso no dijo nuestro Señor que tenemos que amarnos los unos a los otros? —preguntó Rachel con la esperanza de encontrar una respuesta que acabara con todas las guerras y así evitar la marcha de su amado.

      —Porque les falta amor. Debe de ser que yo me he quedado el de todo el mundo amándote a ti y no he dejado para los demás, porque el que te tengo es infinito —concluyó Adam.

      —No digas tonterías…

      —Pero tienes razón. Si nos amásemos los unos a los otros, la guerra no existiría. A veces pienso que estas desgracias solo aparecen porque queremos que existan y, al fin y al cabo, tenemos lo que merecemos…

      El silencio se impuso a aquel debate ideológico, como si quisieran dejarlo de lado y disfrutar de aquellos últimos instantes sin palabras, sin que ningún estímulo ni pensamiento se interpusiera entre el hecho de sentir la presencia del otro, algo que echarían mucho de menos en los próximos días.

      —No quiero que te vayas… —dijo Rachel. Al sentir tan intensamente al joven, se le hizo imposible asumir su marcha.

      —Yo tampoco quiero irme. Pero… creo que tengo que hacerlo. Una vez superado el miedo y la sorpresa, empiezo a entender que Luke tenía algo de razón. No podemos obviar el mal que nos rodea o acabará despedazándonos. ¿Qué pasaría si Estados Unidos perdiera esta guerra? No puedo dejar que nuestros enemigos lleguen aquí. No puedo dejar que se acerquen a ti…

      Rachel no sabía si Adam se escudaba en el sentido del deber para hacer más llevadera su decisión o si realmente creía en ese argumento.

      —Pero es la primera vez, que yo recuerde, que nos vamos a separar… —apuntó la chica.

      —¡No nos vamos a separar! —dijo Adam, algo más animado—. Pienso escribirte siempre que pueda. Cada vez que se nos permita enviar correo, tendrás una carta mía. Te lo prometo. Ni siquiera vas a notar que no estoy…

      —¡Pues tú también tendrás una mía! —afirmó Rachel, alegre por aquella promesa—. Eso… Eso ayudará a que no te olvides de mí…

      —Jamás podría olvidarme de ti, Rachel.

      La joven apoyó su cabeza en el hombro de Adam. Pudieron ver una ballena saltar a lo lejos. El joven le contó una historia que decía que esos animales aparecían para dar buena suerte en momentos cruciales. Rachel no sabía si era cierta o se le acababa de ocurrir, pero por eso estaba enamorada de él, porque inventaba un mundo siempre a su favor. Cuando la luz solar comenzó a hacerse débil, decidieron volver a la ciudad.

      La noche ganaba terreno en el cielo sobre el hogar de los Stein, tiñendo de oscuro una situación ya bastante dramática de por sí. Los platos de la cena ya estaban vacíos, menos el de Adam, cuya cercanía a su marcha le cerraba el estómago.

      —Vas a servir a la patria —dijo Luke para romper el silencio que se había generado alrededor de la mesa—. Es todo un honor.

      El padre de Stein, Rachel y Logan, que también había sido invitado a la despedida, coincidieron con movimientos verticales de sus cabezas.

      —El verdadero honor es tener amigos como vosotros que me hacéis compañía en este difícil momento —correspondió Adam—. Gracias por venir a despedirme.

      —Diría que me gustaría acompañarte a Filipinas —intervino Logan—, pero eso es algo que dejo para los héroes como tú.

      Adam sonrió, notó que la mano que tenía agarrada de Rachel apretaba con más fuerza bajo la mesa conforme avanzaba la noche.

      —Espero que todos coincidamos en que esta ha sido una decisión acertada por parte de Adam —expuso el señor Stein intentando acallar algunas miradas que le acusaban de mandar a su propio hijo a la guerra. Los compañeros del joven asintieron por cortesía, pero no pensaban igual que aquel hombre.

      —Estamos de acuerdo en que su servicio le colmará de prestigio —quiso expresar Logan, incapaz de retener más su opinión—. Y también estamos de acuerdo en que el frente necesita buenos médicos. Pero usted es uno de los grandes, si no me equivoco. ¿Por qué no acompaña a su hijo, señor Stein?

      Adam puso su mano en el hombro de su amigo, pidiéndole que no entrara en esa disputa.

      —¡Yo ya tengo mi posición en la sociedad! —replicó el padre de Adam, severo—. Te recuerdo, muchacho atrevido, que también con su juventud yo fui enviado a una gran guerra. Y es por eso que ahora mismo soy el que soy. Quiero que mi hijo goce de los mismos privilegios que yo cuando no pueda protegerlo. Quiero que su honor le permita sobrevivir si esta guerra nos despoja de todos los bienes. Y, dime, ¿acaso has hecho tú algo beneficioso para la sociedad para poder hablarme con esa diligencia?

      —Hay muchas otras formas de ganar prestigio —repuso Logan—. Su hijo es un buen estudiante…

      —No lo dudo… Pero no verás a un Stein mendigar un empleo tras acabar los estudios universitarios. No. A los Stein se nos busca, se nos suplica nuestro oficio. A un White, está claro que no…

      Logan chistó ante aquella burla a su apellido.

      —De todas formas, hay algo que tengo que intentar —insistió el amigo extendiendo un pedazo de papel al hombre de la casa.

      —¿Qué son estas cifras? —preguntó el señor Stein poniéndose las lentes para observar mejor el documento que había recibido.

      —Es la cantidad de dinero que podemos reunir entre todos los que no queremos que Adam se marche.

      Una mueca en el rostro de Adam demostró que había sido profundamente conmovido por aquel esfuerzo por parte de sus amigos.

      —¿Qué estupidez es esta? —preguntó el padre de Adam arrugando el papel—. ¿Con esta insignificante cifra pretendes convencerme?

      El señor Stein señaló los adornos a su alrededor, especialmente un candelabro de oro que mostraba que no era precisamente mediante términos económicos que se le podía persuadir.

      —¿Y por la fuerza? ¿Y si pretendemos convencerte usando la fuerza? —manifestó Luke levantándose y sacando rápidamente una navaja de afeitar de su bolsillo.

      —¡Luke! —exclamaron al unísono los dos prometidos.

      —Pero ¿qué estás haciendo? —añadió Adam levantándose para calmar a su amigo del sombrero—. ¿No se supone que eras tú el que decía que todos deberíamos estar a favor de proteger nuestro país? ¿Vas a obligar a mi padre a que no me deje ir?

      —Lo sé, sé lo que siempre he dicho, pero… —Luke soltó la navaja, se echó las manos a la cara y dejó salir toda la frustración que le invadía—. Es muy fácil decirlo cuando no tienes ni idea de lo que estás diciendo, pero no es lo mismo cuando afecta a la gente que te rodea, cuando son tus amigos los que van a meterse de lleno en la lucha… No quiero que vayas, Adam…

      —A todos parece que nos da igual la guerra hasta que toca de lleno a uno de los nuestros —apuntó Logan mostrando una triste realidad.

      Dos focos luminosos se pudieron observar entonces a través de la ventana del comedor. Las luces se hicieron cada vez más grandes hasta que se detuvieron frente al hogar. El claxon llamó la atención de los presentes. Adam ya sabía lo que ese aviso significaba. Se dirigió a la puerta en medio del mortecino silencio que había invadido la estancia.

      —¿Adam Stein? —preguntó un hombre que salía del camión que invadía el portal de la casa.

      —Soy yo —contestó el joven señalándose