La carta 91. Raul Ramos

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Название La carta 91
Автор произведения Raul Ramos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412404838



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estudiantes del mundo. Sin más dilación, le cedo el turno de palabra a Adam Stein.

      Los aplausos estallaron cubriendo las inspiraciones forzadas de Adam, que se obligó a relajarse.

      —En primer lugar, gracias por asistir y por mostrar interés en mis estudios —fue lo primero que dijo, algo ensayado para conseguir un poco de seguridad—. Como ya se ha anunciado, voy a hablar de enfermedades transmitidas por picaduras de insectos, como pueden ser el paludismo, el tifo exantemático o la peste bubónica. —Aunque había temido enredarse con aquellos nombres, solo había notado que su voz vibraba ligeramente al pronunciarlos—. Si bien son padecimientos bien conocidos, en las ilustraciones que tienen en sus mesas podrán ver los preocupantes datos de su incidencia.

      Adam había preparado unos documentos con el objetivo de mostrar los verdaderos peligros de esas enfermedades. Tal y como le habían recomendado los empresarios que habían organizado la exposición, era necesario captar la atención de manera drástica y no había mejor manera de hacerlo que con algunas fotografías que mostraran la cruda realidad de los procesos patológicos.

      Después, Adam se centró en las características fisiológicas y los datos históricos referentes a las patologías que había nombrado. Su amor por el conocimiento le obligaba a ello. Pero antes de que los asistentes comenzaran a boquear, pasó a la parte más práctica del asunto: su solución.

      —Por suerte, es posible erradicar estos males, y para ello solo es necesario acabar con el vector que los propaga, los insectos. Existe un producto químico muy eficaz para ello, el dicloro-difenil-tricloro-metil-metano, también llamado DDT, que es más fácil de pronunciar. —La falta de risas ante aquel comentario hizo que Adam se pusiera más nervioso. El joven retomó la seriedad—. El científico suizo Paul Hermann Müller acaba de descubrir su toxicidad y creo que podríamos adelantarnos a Europa en su desarrollo y aplicación. Al fin y al cabo, es aquí donde tenemos los mejores científicos y es nuestro deber poner al servicio de la medicina esta oportunidad y no dejarla en manos de los europeos, que a saber lo que pueden hacer con ella…

      Algunos asistentes sí que rieron ante aquella chanza que le habían aconsejado incluir en su discurso, aunque realmente Adam no compartía pues admiraba a los científicos del Viejo Mundo. El joven siguió con una profunda descripción sobre el DDT e hizo hincapié en los posibles beneficios de su comercialización, para agrado de los empresarios y los posibles inversores.

      —Por eso, como estudiante, creo que esta sustancia aportará un incalculable beneficio a la sociedad y sería un desperdicio pasarla por alto. Espero haberles contagiado mi interés por este producto y que pronto todos podamos disfrutar de él. Muchas gracias por la atención.

      Adam hizo una ligera reverencia dando por finalizado su discurso y recibiendo aplausos a cambio de sus palabras. Sin embargo, antes de que las congratulaciones se apagaran y de que alguien comenzara el turno de ruegos y preguntas, continuó hablando.

      —Sin embargo… Sin embargo… —Adam pidió silencio con las manos. Le obedecieron—. Sin embargo, quisiera decir algo más.

      El joven hizo una pausa dramática en la que todos le observaron con curiosidad, sin tener ni idea de la deriva que iba a tener su exposición.

      —Todos los que estudiamos y todos los que trabajáis en esta profesión que amo —comenzó a decir Adam, y esta vez había algo extraño en su voz, quizá un hilo más de sentimiento que bordaba sus palabras— tenemos como objetivo salvar la vida y hacer que las personas puedan esquivar a la muerte. —Los asistentes se miraban entre sí, asintiendo algunos, confirmando aquella obviedad—. Pero ¿qué sentido tiene vivir más tiempo o en mejores condiciones?

      Comenzó a generarse un murmullo generalizado con la opinión común de que aquellas palabras tenían que ver más con la filosofía que con la ciencia, una rama que tendía a nutrirse de cifras exactas y no de divagaciones mentales. Nada de eso. Aquellos pensamientos tenían más que ver con el amor.

      —Yo me he hecho muchas veces esa pregunta. En el momento en el que un médico salva a su paciente y observa que este se marcha del hospital, ¿sabrá realmente el doctor qué sentido tiene este logro? ¿Sabrá ese hombre recién sanado valorar todo lo que la medicina ha hecho por él? ¿Vale la pena tanto esfuerzo por parte de los investigadores y de los sanadores realmente?

      Adam pudo observar a uno de los empresarios hablar con su compañero. Por su sonrisa, debió pensar que el joven estaba preparando un alegato sentimentalista de esos que tendían a persuadir a los inversores. En ese caso, el muchacho le iba a facilitar las negociaciones y, tal y como le habían dicho, sería cierto eso de que era un genio. Siguió escuchando atentamente para comprobar que se equivocaba.

      —Lo que trato de decir es que hay algo más importante que todo lo que hacemos y sin lo que todo nuestro trabajo no tendría sentido. Ese algo es encontrar el motivo por el que vivir. No importa que vivamos treinta o cien años, no tiene ningún mérito salvarnos de una muerte segura si no sabemos por qué ni para qué estamos vivos. Y, ciertamente, encontrar esa respuesta es algo bastante complicado. —Adam alzó la vista buscando a Rachel entre los asistentes de las últimas filas—. Pero yo la he encontrado.

      El corazón de Adam comenzó a acelerarse en cuanto su mirada se cruzó, en la distancia, con los ojos color miel de su amada, como si el órgano cardíaco quisiera tomar el control de la escena. Alrededor de la chica podía observar el medio millar de asistentes que había acudido a la exposición, creando un attrezzo perfecto para lo que quería decir. No solo el hecho de tener la atención de tantas personas daba grandeza a la escena, sino que iba a anteponer sus palabras a algo tan importante como era su momento más glorioso en su carrera como estudiante.

      —Mi razón de seguir vivo el máximo tiempo posible es esa preciosa joven de ahí. —Adam señaló a Rachel con un dedo tembloroso, atacado por los nervios. Pudieron identificar a la chica porque sus mejillas habían adquirido un color rojizo claramente visible y porque intentaba esconderse en su asiento—. Por favor, Rachel. ¿Podrías venir un momento?

      Las personas que había sentadas al lado de la chica se levantaron para permitir su paso, no dejándole otra opción que salir de su guarida y avanzar al encuentro de su amado. Lo hizo lentamente y encogida, como si quisiera hacer su cuerpo más pequeño para no recibir tantas miradas por unidad de superficie, de la misma manera que el frío tendía a encoger los cuerpos para exponerlos menos a las bajas temperaturas. Avanzó a paso lento e inseguro, sintiendo que el pasillo que había entre las sillas se convertía en una cuerda floja que podía enviarle sin contemplación al abismo, tal era su nerviosismo. Finalmente, se encontró con su amado y con la sincera sonrisa que le ofrecía.

      —Ella es Rachel Green —dijo Adam. La chica se decidió a alzar la cabeza para observarle—. La conozco desde que éramos niños y la amo desde que tengo capacidad de hacerlo. —A medida que aumentaba el discurso, a Adam le temblaban más los labios, el pecho se le encogía de emoción—. No recuerdo un momento importante de mi vida en el que ella no haya participado, y no imagino un instante en mi vida futura en el que ella no esté. Si por algo he escogido esta profesión que desafía a la muerte, es para protegerla a ella, porque sin ella yo sería incapaz de vivir. Y hoy, en un día tan importante para mí y delante de tanta gente, soy incapaz de aguantar un segundo más sin decirle que quiero estar el resto de mi vida con ella.

      Adam buscó en su bolsillo una cajita, le costó dar con ella debido a su escasa costumbre de vestir aquel tipo de pantalón. Finalmente, se hizo con ella. La sacó al exterior provocando que el rubor se expandiera por toda la cara de su amada, que ya intuía la situación. Adam abrió la caja, hincó la rodilla en el frío suelo y se dirigió a Rachel.

      —Rachel Green, ¿quieres hacerme la persona más feliz del mundo convirtiéndote en mi esposa?

      Rachel entrelazó sus manos nerviosas, las llevó a su pecho. Su cuerpo respondía con involuntarios movimientos espasmódicos como resultado de su interior, que se había revolucionado como una fábrica a todo rendimiento. Quiso esperar para darle algo de intensidad a la escena, pero no pudo. Estaba deseando responder.

      —¡Sí! ¡Sí quiero! ¡Por supuesto que