Prevención del delito y la violencia. Franz Vanderschueren

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Название Prevención del delito y la violencia
Автор произведения Franz Vanderschueren
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789563572926



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y largo plazo sobre la tasa de delincuencia y la calidad de vida. Requieren de análisis contextual y específico a cada tipo de territorio o grupo social, si no se quedan a nivel de generalidad y arriesgan esquivar las causas de los comportamientos delictuales o violentos. Una de las consecuencias de las teorías de la criminalidad es la obligación en los diagnósticos de seguridad urbana a evidenciar las principales características sociales que influyen en la criminalidad como por ejemplo la segregación espacial, la desigualdad de acceso a servicios sociales o urbanos o la calidad de la enseñanza.

      Las teorías del crimen o del acto criminal

      Estas teorías focalizan el pasaje al acto delictual intentando explicar porqué un individuo motivado comete un crimen en un momento determinado y en un lugar preciso. No analizan las características psicosociales de una persona sino el impacto de la interacción entre un individuo motivado y un entorno criminógeno.

      La mayoría de estas teorías asumen dos postulados: la racionalidad del autor del delito y su entera responsabilidad. “Su premisa principal es que el delito es una conducta intencional, diseñada para beneficiar de alguna manera al delincuente” (Felson y Clarke, 2008: 200). Esta racionalidad se refiere sea a las consecuencias del acto (costo-beneficio), sea a los objetivos del autor que Cusson ha resumido en cuatro tipos: la acción (el delito como excitación o juego), la apropiación de bienes ajenos, la agresión (defensa o venganza) y la voluntad de dominación (Cusson, 1981; Ouimet, 2015).

      Las referencias a la racionalidad de los objetivos del autor reenvían al origen del delito que puede derivar de frustraciones, del aprendizaje social, del impacto del entorno. Por ende, reenvían a las teorías de la delincuencia que enfocan las características individuales y la responsabilidad del delincuente y aquella de la sociedad.

      La racionalidad que se refiere a las consecuencias de los actos enfrenta dos objeciones mayores. Por una parte, los costos sobre todo sociales y morales (sanción) son muy variables en función del tipo de delitos, poco elevados en la venta de drogas y en los robos, mayores en caso de crímenes violentos como el homicidio (+/-70 % son sancionados) y muy bajos en las agresiones sexuales en razón de las pocas denuncias (6 %) (Ouimet, 2015).

      Por otra parte, este enfoque conduce a aumentar las penas para disminuir la comisión de delitos, lo que ha dado resultados bastante desiguales y a veces opuestos al objetivo buscado. Por ejemplo, el análisis de M. Bergman (2014) muestra que el tráfico de drogas en razón de la inelasticidad de la demanda, no baja en función del aumento de las sanciones, sino que genera un aumento del precio de la droga por los mayores riesgos (aumento de las penas) asumidos por el vendedor, lo que a su vez provoca la venta de drogas de menor calidad y mayor peligrosidad para los sectores populares. Análoga conclusión deriva de la aplicación de la “mano dura” a las pandillas centroamericanas que condujeron a su radicalización en “maras” (Rodgers, 2015). Del mismo modo la baja de la edad de responsabilidad penal juvenil conduce en muchos casos a una entrada en el crimen más temprana. Es decir, estas teorías que apuntan a la racionalidad del autor frente a las consecuencias de sus actos en particular las sanciones, requieren de un análisis más complejo y adecuado para verificar su validez que no es universal ya que el aumento (o disminución) de la sanción sirve en ciertos casos y es contraproducente en otros.

      Entre las teorías del crimen se destacan la “teoría de la ventana rota”, la del “patrón delictivo” y sobre todo, el enfoque llamado de “actividades rutinarias” (Felson y Cohen, 1979), que fundamentan la prevención situacional. Para los autores de este último enfoque existiría delito cuando convergen tres factores: un posible delincuente motivado, un objetivo atractivo y alcanzable, la ausencia de un vigilante adecuado (Clarke y Felson, 2008). Estas teorías permiten visualizar espacios y tiempos específicos propicios al delito y modalidades de comportamientos habituales criminógenos como también las carencias de vigilancia. Por consiguiente, la prevención situacional facilitaría la identificación de formas de protección de estos espacios o tiempos. Permite también entender cómo el uso de tecnología puede ser un mecanismo de defensa frente al delito. Por ejemplo, el uso de la red WhatsApp entre vecinos o mujeres puede generar una forma de alerta y protección comunitaria.

      Estas teorías ofrecen luces para definir políticas locales de urbanismo, de control social, de uso tecnológico apropiado, de protección de espacios públicos, mientras la del patrón delictivo evidencia la distribución geográfica del delito y la importancia del ritmo de actividad diaria, lo que permite obtener mapas del delito según las horas y los días de la semana y relacionar el delito con las rutas del desplazamiento de las personas. Su estrategia contempla tres aspectos: incrementar la dificultad, aumentar el riesgo y disminuir la ganancia para el delincuente. Su implementación, en América Latina, ha progresivamente añadido la participación ciudadana en la aplicación de estas medidas (Rau, 2018).

      Sin embargo, este enfoque situacional no puede evitar los desplazamientos geográficos o a otro tipo de delito, o bien a otros métodos.

      En efecto, su principal límite radica en su incapacidad de explicar cómo la interacción persona y ambiente lleva a cometer un crimen. La teoría de la acción situacional Wikström (2010) corrige radicalmente este enfoque afirmando que el comportamiento humano es guiado sobre todo por hábitos (“rule-guidance”) interiorizados. “Las personas cometen actos delictivos porque perciben y eligen (de forma habitual o tras alguna deliberación) una determinada clase de acto delictivo como una alternativa de acción en respuesta a una motivación específica (una tentación o una provocación)” (Wikström, 2017: 338).

      En resumen, la prevención situacional facilita la identificación de los lugares donde ocurren más crímenes y permite promover políticas de disuasión5, pero para llegar a las causas, como lo ha mostrado la perspectiva de la acción situacional, reenvía a las teorías de la delincuencia como explicación de los hábitos que son factores decisivos en la conducta humana. Una de las consecuencias directas de este enfoque de las teorías del crimen es que los diagnósticos de seguridad urbanos deberían incluir la dimensión socio-espacial, en particular los espacios públicos, con sus carencias y riesgos para la criminalidad.

      Las teorías de la delincuencia

      Estas teorías son las que apuntan más a las raíces de los factores que generan violencia y delincuencia, pero la cantidad de teorías hace imposible abordarlas en su totalidad. La pluralidad de teorías refleja a la vez el enfoque filosófico de cada autor o autora, la multiplicidad de factores causales como también la diversidad de grupos autores de delitos o de violencia y la heterogeneidad de los contextos sociales o urbanos. Existen varias clasificaciones de estas. Además de la teoría clásica de fin de siglo XVIII que hace referencia a Beccaria o Bentham, existen las teorías del control social que incluyen el autocontrol (Gottfredson, 1990), el control informal (“desorganización social de la escuela de Chicago, eficacia colectiva de Sampson), el control y apego familiar que ha sido el objeto de análisis de muchas corrientes criminológicas. Otra gran corriente es la de la anomia y tensión (Agnew, 2005), desde Sutherland (1939) la teoría del aprendizaje social se volvió famosa y fue profundizada por Akers (2016), por las corrientes de la subcultura y más recientemente por los criminólogos que focalizaron los delitos de cuello blanco (Van Slyke et al., 2016); finalmente las corrientes del conflicto social donde se sitúan las estimulantes criminologías críticas (Larrauri, 2000), las feministas (Renzetti, 2013) y la criminología cultural (Ferrell, 2008). Existen intentos de integrar estas teorías, como la Teoría del Ciclo Vital (Benson, 2013) y la del Triple Riesgo Delictivo (TRD) de Redondo (2015) o la de la Carrera Criminal (Blumstein, 1986).

      El problema no es optar por una u otra ni tampoco asumir una teoría integrativa sino de ver cómo aplicarlas de modo de realizar el vínculo entre prevención y causalidad. Tampoco basta identificar los puntos de acuerdo entre estas teorías como, por ejemplo, la importancia de la socialización en la infancia, porque lo que importa para nuestro objetivo es saber el porqué de la relevancia de esta socialización desde la perspectiva de cada teoría.

      Lo primordial es identificar las modalidades a realizar en cada caso, el vínculo entre la causalidad y la prevención. Varios autores (Sampson et al., 2013) proponen tres condiciones para conseguir este objetivo: hacer referencia al contexto, aceptar la heterogeneidad de los efectos preventivos