Homo bellicus. Fernando Calvo-Regueral

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Название Homo bellicus
Автор произведения Fernando Calvo-Regueral
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788417241940



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los que se resistían y ganándose a los que, por el contrario, deseaban liberarse del yugo romano. Lo mismo haría en Italia, pues buena parte de la fortaleza del ejército romano dependía de los contingentes proporcionados por sus aliados, por lo que consideraba imprescindible atraerlos a su causa a medida que fuera progresando por la península. Iba a necesitar, también, forraje para las bestias y sustento para sus tropas.

      Después, en uno de los debates más interesantes de la historiografía bélica, emprendió la marcha sobre los Alpes: independientemente del camino elegido, que aún no se conoce a ciencia cierta, su ejército utilizó desde luego una ruta agreste, alejada en cualquier caso de los pasos tradicionales o costeros de tan imponente cordillera. Sus hombres dudan, momento en que Aníbal despliega todos los rasgos de su caudillaje personal, liderando con el ejemplo, poniéndose literalmente al frente de sus queridos soldados y consiguiendo en quince días la hazaña de aparecer como un relámpago en el norte de Italia. Sorprendía así radicalmente a su enemigo a pesar de llegar con las fuerzas mermadas (se calcula que perdió más de la mitad de sus tropas en la expedición). Roma queda sacudida por un escalofrío de pavor mientras él da un descanso a sus hombres y prosigue la política de alianzas contra su adversario en la Galia Cisalpina.

      La impaciencia romana por cortarle el paso les forzará a entablar combate cuanto antes, lo que se traduce en las dos primeras victorias de Aníbal en el Tesino y Trebia (218 a. C.). Si la infantería de las legiones era poderosa, la caballería romana no estaba a la altura de la cartaginesa, mucho más experimentada, veloz y fiable para realizar los audaces envolvimientos que su caudillo exigía de ella. Tras una nueva aproximación indirecta, Aníbal consuma una emboscada perfecta en el lago Trasimeno, ya muy cerca de Roma (217 a. C.). Ocurrió que un ejército romano se adentró por una zona donde el camino se constriñe entre unas colinas y las orillas del lago; fue entonces cuando se toparon con una fuerza cartaginesa que les bloqueaba el paso a vanguardia, mientras otra cerraba su retaguardia. El resto de las fuerzas del Barca, como salidas de la nada, descendieron de las alturas entre la neblina y aniquilaron a las legiones. El camino a Roma, que ha perdido la flor y nata de su patriciado, quedaba expedito. Aníbal, sin embargo, decidió marchar al fértil sur de la península en otro movimiento sorpresivo.

      Pero ¿cuál era realmente la situación de Roma en aquellos momentos? Desde la llegada de Aníbal a Italia, la ciudad había entrado en pánico, especialmente después de las tres derrotas sufridas: el inquieto grito de Hannibal ad portas recorre el foro. No obstante, en una muestra de su persistencia, decidió movilizar sin descanso una legión tras otra para conjurar la grave amenaza. También este periodo fue una prueba para su compleja estructura política senatorial: mientras unos abogaban por dejar a los cartagineses que profundizaran en la península debilitándolos con continuas escaramuzas (la famosa estrategia fabiana, que en parte se realizó), otros optaban por juntar el mayor ejército que jamás hubiera levantado la república y buscar al enemigo allá donde se encontrara para liquidar de forma permanente la guerra. Triunfante esta última corriente, Roma iba a sufrir la mayor derrota de su historia…

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      Amanece el 2 de agosto de 216 a. C. sobre la abandonada ciudadela de Cannas y los campos cercanos al río Ofanto en Apulia, al sureste de Italia. La fiel infantería hispana de Aníbal se inquieta ante el formidable ejército enemigo que tiene enfrente: ocho legiones fuertes en ochenta mil soldados y seis mil jinetes. Por otro lado, se preguntan por qué el Barca ha dispuesto que su línea avance hacia el despliegue enemigo adoptando una formación curvada de media luna, pero ellos jamás discuten las órdenes de su jefe, que tantas victorias, botín y atenciones les ha procurado. En los flancos y a su retaguardia tienen al veterano contingente africano y, en las alas, despliega la caballería. El día es caluroso y sopla una brisa matinal, el vulturno, que arrastra polvo sobre los ojos de los legionarios romanos. No es casual: el cartaginés ha estudiado concienzudamente el campo de batalla así como la psicología de los dos cónsules enemigos, que se alternan diariamente en el mando y, a pesar de sus disensiones, se muestran ansiosos por entablar combate fiados en su enorme superioridad numérica.

      Los honderos baleares y los vélites romanos comienzan la habitual escaramuza de la infantería ligera previa a la batalla; después, las legiones avanzan con estruendo contra la formación cartaginesa. El centro de Aníbal, tal y como este esperaba, va cediendo pero ordenadamente, al mismo tiempo que los africanos empiezan a contornear el avance contrario, que se va estrechando, reduciéndose por tanto su capacidad de maniobra. La caballería púnica del ala izquierda está alejando a la latina del campo de batalla. En el otro extremo, ala derecha, los jinetes ligeros númidas siguen enzarzados en el choque con la caballería latina. Justo cuando la media luna de la formación central se ha invertido, el grueso púnico se cierne sobre los flancos de las apelotonadas legiones y la caballería vuelve con vigor al campo de batalla tras batir a los jinetes contrarios, cerrando el cepo sobre el más grande ejército que jamás haya puesto Roma en combate. Perdida su principal virtud, la flexibilidad, el despliegue legionario ha caído en una trampa que no se ha basado, como en otros encuentros, en ningún obstáculo natural, en ningún ardid o engaño, sino en el sutil pero eficacísimo despliegue cartaginés y en los nervios de acero de Aníbal Barca. Ya solo resta ir rematando a golpe de falcata a la informe masa de aterrorizados enemigos. El doble envolvimiento se ha consumado y quedará en el imaginario colectivo militar desde entonces hasta hoy como la batalla perfecta, la clásica victoria. Después, el caudillo cartaginés duda. Tito Livio, una de las fuentes clásicas sobre las guerras púnicas, nos advierte de la trascendencia del enfrentamiento y de sus consecuencias:

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      Se luchó contra Aníbal en Cannas en medio de un gran desastre: murieron en dicha batalla cuarenta y cinco mil quinientos infantes y dos mil setecientos jinetes entre ciudadanos y aliados, noventa senadores y treinta antiguos cónsules, antiguos pretores y antiguos ediles. […] A Aníbal los demás generales rodeaban, felicitaban y aconsejaban. Maharbal le dijo: «En cinco días celebrarás el banquete de la victoria en el Capitolio. Sígueme: iré por delante con la caballería, para que sepan que he llegado antes de que se enteren de mi intención de ir». A Aníbal le pareció la propuesta demasiado optimista y necesitaba tiempo para sopesar el plan. Entonces Maharbal le espetó: «Sin duda los dioses no conceden todo a la misma persona: sabes vencer, Aníbal, pero no sabes explotar la victoria». El retraso de aquel día, es opinión generalizada, supuso la salvación de Roma.

      No solo eso: sobre las ruinas de este desastre, el Senado y el pueblo romanos forjarán su grandeza. Si al estudiar la batalla de Maratón afirmábamos que una victoria táctica podía hacer fracasar una estrategia de largo alcance, ahora ocurría el fenómeno inverso: el incontestable triunfo de Cannas se mostraría insuficiente para culminar una planificación brillantemente concebida y ejecutada. Seguramente Aníbal no explotó el éxito de su victoria por no contar con medios adecuados para sitiar Roma y optó por realizar ofertas de paz, que la ciudad rechazó sistemáticamente. Aníbal se pierde luego en una serie de campañas parciales que, si bien le aseguran el control del sur de Italia, no logran decantar la balanza a su favor. Pero una prolongación del conflicto solo podía beneficiar a su enemigo, que moviliza nuevas fuerzas y envía a un joven tribuno superviviente de la derrota a la península ibérica: es Publio Cornelio Escipión, quien ha aprendido de su rival y va a iniciar la campaña de aproximación indirecta que acabará con Cartago… y le valdrá el sobrenombre con que pasará a la historia: el Africano.

      En un espacio relativamente corto de tiempo, Escipión desmantela la base de operaciones púnica en Hispania y la convierte en provincia romana, incluyendo el vital puerto de Cartagena. Conforman su ejército las «legiones malditas», aquellos supervivientes de Cannas a los que ha devuelto la dignidad perdida y convertido en una formidable máquina militar. Mientras tanto, otras fuerzas latinas baten al hermano del púnico en el