Homo bellicus. Fernando Calvo-Regueral

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Название Homo bellicus
Автор произведения Fernando Calvo-Regueral
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788417241940



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de volver a África. Las tornas han cambiado definitivamente de signo. Las vidas paralelas de los dos generales van a converger en Zama (202 a. C.), cuando un envejecido Aníbal y un pujante Escipión se encuentren cara a cara al frente de sus fuerzas.

      Se dice que la noche antes de la batalla ambos mantuvieron una entrevista en la tierra de nadie. El segundo recordaba perfectamente al Barca, pues, siendo muy joven, había resultado herido en el combate del río Tesino mientras rescataba a su padre de una muerte segura. Y si es cierto que Aníbal de niño había jurado odio eterno a Roma, muy probablemente aquel joven Escipión jurara entonces lo mismo contra Cartago. Más allá del debate histórico que este encuentro sigue planteando, parecen plausibles los términos de la conversación: Aníbal, ahora a la defensiva y a pocos kilómetros de su ciudad de origen, a la que no había regresado desde la infancia, buscaría negociar la paz…, pero ni Roma ni Escipión estaban a esas alturas de la guerra por nada que no fuera una rendición incondicional, esa tentación a la que sucumbirán en el futuro tantos militares y políticos.

      El púnico combate por primera vez con superioridad de medios, si bien solo una pequeña parte de su infantería es veterana: el resto son jóvenes reclutados en Túnez sin tiempo para recibir la adecuada instrucción. Por otro lado, la eficaz caballería númida ha desertado al bando contrario, poniéndole en una clara inferioridad en esta arma. Los elefantes, por su parte, iban a caer presos de una estratagema bien ideada por los romanos, quienes dejan unos pasillos en su formación legionaria más amplios de lo habitual para ofrecerles una avenida por la que penetrar, momento en que son aturdidos con un atronar de trompas y hostigados por lanzamiento de jabalinas que causan su desbandada. Tras unos momentos de incertidumbre, la caballería romana llega a la retaguardia cartaginesa y culmina, esta vez a su favor, la maniobra de envolvimiento.

      Aníbal viviría aún lo suficiente para reformar política y económicamente Cartago, si bien los romanos pondrán precio a su cabeza y le perseguirán hasta los confines del Mediterráneo oriental, deseosos de llevarlo a Roma encerrado en una jaula. Por su parte, Escipión se convertiría en el hombre más influyente de Roma, despertando las envidias de poderosos enemigos internos. Tras participar en las campañas de Asia Menor, sería procesado por corrupción, renunciando por un prurito de dignidad a defenderse. Enterrado voluntariamente fuera de la ciudad inmortal, su epitafio bien podría haber servido a estos dos grandes generales de la Antigüedad que se profesaron mutua admiración: «¡Patria ingrata, ni siquiera posees mis huesos!».

Illustration

      Carthago delenda est: cincuenta años después de la batalla de Zama, Roma arrasaba sin piedad la ciudad africana. Si la primera de las guerras púnicas había supuesto la irrupción de la república latina como potencia y la segunda su consagración definitiva tras amargas vicisitudes, la tercera solo puede ser considerada como un acto de venganza, una muestra de poderío incontestable. Como muchos imperios posteriores, los romanos no se conformaban con anular las principales amenazas que sobre ellos se cernían, sino que las más de las veces cayeron en la siniestra tentación de su aniquilación total.

      Pero volvamos por un momento a los inicios de este capítulo. Tras las guerras pírricas, Roma había consumado su dominio del sur de Italia, lo que, unido a sus conquistas en el norte, la afianzan como fuerza hegemónica de la península (c. 270 a. C.). Con la primera guerra púnica crean su primera provincia en Sicilia y se anexionan Córcega y Cerdeña, controlando así el Mediterráneo central (c. 220 a. C.). En la guerra anibálica se han instalado en Iberia por la parte occidental mientras que por la oriental tienden una cabeza de puente en Macedonia, que les servirá para domeñar la Hélade (190-140 a. C.). Tras la destrucción de la capital púnica ocupan la costa africana e impulsados por una fuerza inercial que a veces a ellos mismos sorprendía se lanzan a controlar Siria y territorios limítrofes (140-60 a. C.). Julio César añadirá la Galia a este gigantesco puzle, lo que servirá de trampolín para ganar territorios germánicos y parte de Britania (a partir de 50 a. C.).

      Todo ello lo hace bajo la forma de una república de corte elitista ejemplificada en un acrónimo que todavía resuena con fuerza: SPQR, el Senado y el Pueblo de Roma (Senatus Populusque Romanus). Aunque teóricamente el Senado solo tenía funciones de asesoramiento a los cónsules y magistrados electos, de facto actuaba como órgano rector supremo y, dada su compleja estructura y los delicados equilibrios de poder en su seno, constituía el auténtico cerebro político que atesoraba las esencias de la «raza». Al pueblo le ocurría lo contrario: su asamblea, compuesta solo por ciudadanos de pleno derecho, estaba dotada de facultades legislativas, pero en realidad era un ente empleado por la oligarquía dominante como fuente de legitimidad. Una foto válida para todo este periodo nos ayuda a entender su composición además de los derechos —o su carencia— y las obligaciones —mayores o menores— de los distintos grupos sociales, incluyendo sus cometidos militares:

      • En la base, los esclavos como mano de obra necesaria, numerosa y creciente a medida que se vayan afianzando las conquistas. Después, los manumitidos, esto es, esclavos liberados, que no libres de pleno derecho. En principio, fuera del sistema de recluta.

      • Un escalón por encima, el proletariado carente de propiedades. Como los anteriores, solo eran movilizables en caso de extrema necesidad.

      • El grueso ciudadano —agricultores, artesanos y comerciantes— con el derecho y el deber de realizar el servicio militar en las legiones de a pie. Porque, como en Grecia, todo ciudadano era en Roma por definición un soldado.

      • Los grandes terratenientes o «caballeros» realizaban su servicio militar, también obligatorio, como jinetes y oficiales. Del éxito en las campañas dependió durante mucho tiempo su elegibilidad para cargos públicos.

      • El poder ejecutivo y lo que hoy llamaríamos generalato quedaban reservados a los potentados, divididos en las influyentes familias patricias o plebeyas.

      La economía se basaba en la agricultura: Roma nunca abandonará su origen rural, si bien, a medida que se iban añadiendo territorios, el sistema fue derivando hacia el comercio, por tierra gracias al entramado viario que todavía hoy es un referente y por mar. En términos urbanísticos, Roma pasa de ser una «aldea grande» a una populosa metrópoli, fuente, pero también receptáculo, de cultura e innovaciones. En el ámbito espiritual, Roma practicaría una política no original pero sí maestra: apropiarse de los dioses de los vencidos. Había en ello algo de superstición, un poco de tolerancia al culto privado y mucho de instrumento político destinado a cohesionar un espacio geográfico que albergaba desde tribus tan indómitas como lusitanos y galos a sociedades tan desarrolladas como las helenas. Fue esta una fórmula de éxito que no prosperaría ni con los judíos ni con una derivación de estos que hizo más por socavar desde dentro el poderío de Roma que cualquier derrota exógena: el cristianismo.

      Mucho antes, por tanto, de la aparición del primer emperador, Roma era ya un imperio en toda regla. Es más, la historia y la propia geografía, también la vitalidad de su pueblo y la genialidad no exenta de vesania de sus políticos, como sucedería tantas veces posteriormente, habían abocado a los hijos de Rómulo y Remo a la conquista. Por un lado, disponían del mejor ejército del momento, con unas legiones eficaces, curtidas y fieles, transmisoras de civilización (bien que a golpe de espada); también de la mayor flota del Mediterráneo, con unas naves comerciales que ahora podían surcar las aguas protegidas por buques de guerra contra la endémica lacra de la piratería. Por último, no se puede olvidar en la panoplia de instrumentos de homogenización un sistema monetario común, el derecho y, por encima de todo ello, la lengua: el latín, hablado y escrito, cuyas vulgarizaciones hablamos todavía millones de seres humanos.

      SPQR era, en cualquier caso, una loba voraz: voraz de territorios, voraz de triunfos bélicos, voraz de materias primas y lujos. La expansión militar exterior era verdadero motor de su modelo económico. Pero SPQR era, a la vez, una loba que amamantaba nuevas provincias, fronteras físicas y espirituales, avances de ingeniería (calzadas y acueductos, circos y teatros, templos, canales, equipo para la explotación