Homo bellicus. Fernando Calvo-Regueral

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Название Homo bellicus
Автор произведения Fernando Calvo-Regueral
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788417241940



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fluir, la larga etapa que conocemos [como]

      Edad Media ha tenido un lugar que no representa, en ningún modo, un simple paréntesis entre dos épocas de esplendor.

      EMILIO MITRE

      En 1922 el erudito belga Henri Pirenne lanzaba un órdago a la historiografía tradicional que haría tambalearse si no la división convencional de la historia en edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea sí la fecha de «corte» entre las dos primeras. Lo hizo en su clásico Mahoma y Carlomagno al afirmar que las invasiones bárbaras en realidad no habían trastocado tanto las estructuras subyacentes heredadas del mundo grecorromano como lo harían la irrupción de los árabes y su vertiginosa expansión: «Sin los musulmanes, el Imperio carolingio no hubiera existido, y Carlomagno, sin Mahoma, hubiese sido un absurdo».

      Aunque no es este lugar para profundizar en la polémica, lo cierto es que desde un punto de vista de la historia militar la cesura propuesta por Pirenne parece cobrar sentido: aunque se produjeron muchos sucesos importantes entre la desintegración del Imperio romano de Occidente (a partir de 400 d. C.) y la creación de una superpotencia islámica desde la península ibérica hasta el Indo (a partir de 622), lo cierto es que uno de los rasgos distintivos de esta época será la gran confrontación de las dos religiones monoteístas por excelencia. Una lucha que desplazaba el tradicional eje este-oeste de las guerras de la Antigüedad para convertirlo en uno norte-sur, con las dos riberas del Mediterráneo en franca oposición.

      Tomando por su importancia la fecha de coronación de Carlomagno, el año 800, como arranque de esta parte del estudio, un simple vistazo al mapa geopolítico de dicho momento nos ofrece no solo una fotografía del mundo por aquel entonces, sino una especie de resumen de las centurias precedentes y un atisbo de las venideras. La fragmentación es evidente: en el centro de Europa el emperador, gracias a sus dotes diplomáticas y militares, ha logrado crear una entidad que abarca la actual Francia, Países Bajos, parte de Alemania, Austria, Chequia y el norte de Italia, además de establecer un tapón a la expansión árabe por el sur con la Marca Hispánica. La carolingia es, en efecto, una entidad imperial (de vocación universal), sacra (o amparada por la iglesia… y viceversa), romana (radicada en lo que fueron tierras latinizadas) y franco-germana (con una elite militar heredera de los caudillos «bárbaros»). Todo es, sin embargo, un espejismo: al desaparecer su prestigiosa figura como fuerza centrípeta, esta especie de enorme «fortaleza sitiada» se desintegrará y las fuerzas centrífugas de la historia expelerán por doquier el germen de futuros reinos y naciones.

      Al norte, las islas británicas aparecen ya con unos contornos que nos son familiares: Inglaterra en proceso de formación, principados galeses, los pictos o escoceses y los reinos irlandeses, mientras que los países nórdicos preparan sus naves vikingas para futuras y temibles incursiones. En los confines orientales, eslavos, polacos, magiares, búlgaros, serbios y un sinfín de pueblos presionan hacia Occidente al sentirse a su vez presionados por el azote de los nómadas de las estepas: antaño los hunos, hogaño los mongoles. El Imperio bizantino, antiguo romano de Oriente, semeja un gigante con pies de barro que se mantiene de momento firme en Anatolia, parte de la península balcánica y sur de Italia: con altibajos, aguantará durante siglos la presión ejercida en sus límites y las entradas de diferentes hordas que lo tantean en busca de sus riquezas. Colinda con el islam, ya fragmentado en califatos pero con fuerte unidad espiritual y capacidad de ser movilizado ante cualquier llamada a guerra santa. En el último extremo occidental de este polvorín, casi como pidiendo permiso, un pequeño reino que atesora tres potentes herencias, la hispanorromana, la visigoda y la católica, aguarda desde su precaria victoria en Covadonga su momento: es Asturias, origen de las Españas, cuya importancia en el advenimiento de un nuevo mundo merece capítulo aparte.

      El signo de los tiempos viene marcado por un sistema que Emilio Mitre en su Historia de la Edad Media dibuja con precisión:

      El feudalismo se define como un conjunto de instituciones que respaldan compromisos, generalmente militares, entre un hombre libre —el vasallo— y otro hombre libre superior —el señor—. A cambio de ellos, el primero recibe del segundo para su mantenimiento una concesión (en general en forma de tierra) llamada genéricamente feudo. […] De acuerdo con los presupuestos marxistas, el feudalismo se define como un modo de producción con unas peculiares formas de relaciones socioeconómicas. Se desarrolla en todo tipo de sociedades (no solo en la occidental medieval) entre la fase de producción esclavista antigua y la capitalista moderna. Se caracteriza por la explotación de una casta militar sobre una masa de campesinos sometidos a una serie de cargas que les permiten el usufructo de la tierra que ocupan. La propiedad de esta es del señor, pero no en términos absolutos, ya que, al encontrarse inmerso en la jerarquía de su propia casta, es vasallo de otro señor superior.

      Se trata de una economía profundamente injusta que condiciona todo tipo de relaciones y solo contempla tres clases sociales: los nobles, que guerrean; los monjes, que —entre otras tareas— oran, y los campesinos, un 80-90% de población sometida a pestes y pandemias, cambios climáticos que arruinan cosechas, arbitrariedades e inseguridad jurídica, calamidades sin cuento. Un régimen legal y religioso, ámbitos entonces de difícil deslinde, dota de un aparataje levemente formal al sistema. En lo político, atomización de poderes apenas compensada por unas monarquías débiles y, en el orden militar, compromisos encadenados que rompen con la tradición de grandes ejércitos de la Antigüedad e imponen una anarquía castrense que solo concluirá con la refundación de formaciones fuertes y vuelta a una movilidad interrumpida por el predominio de los castillos y la armadura pesada. Si definitivamente la Edad Media no fue una época oscura (románico, cantares, universidades, códices, gótico, órdenes religiosas y caballerescas, caminos de peregrinaje…), sí fue desde luego miserable en las condiciones de vida de los habitantes: se dice que en Roma hubo esclavos que vivieron mejor que los agricultores de la Europa intermedia, quienes luchan por la mera subsistencia, se ven impelidos a canjear libertad por defensa y buscan el consuelo de la fe en paraísos prometidos por las religiones del Libro. Artesanos y comerciantes se las ingeniarán, no obstante, para pervivir, los primeros agrupados en gremios, los segundos estableciendo ligas que irán ganando poco a poco músculo financiero, revitalizando ambos las ciudades, estimulando nuevas formas económicas y fomentando la aparición de la burguesía.

      Dada la enormidad espacio-temporal que trata este capítulo conviene, no obstante, matizar lo antedicho. Estamos hablando de un ámbito que va desde Islandia a la península arábiga, desde Portugal hasta el Volga, y que abarca un periodo de más de ¡mil años!, dos simples datos que nos han de llevar a reflexionar sobre la mera valencia transicional que se da habitualmente a la Edad Media. La que sigue es una síntesis orientativa de fases e hitos que puede ayudarnos a desbrozar los caminos de esta parte del estudio:

      • Transición al medievo (siglos V al VIII). Saqueo de Roma por los godos y de Cartago por los vándalos; azote de los hunos de Atila, detenidos en la batalla de los Campos Cataláunicos (451 d. C.). Bizancio, dique de contención gracias al emperador Justiniano y sus generales Belisario y Narsés. Prédicas de Mahoma y expansión musulmana.

      • La Alta Edad Media (VIII al XI). Inicio de la reconquista hispano-lusa. Imperio de Carlomagno. Incursiones vikingas y eslavas. Cisma de Oriente entre Bizancio y Roma (iglesias ortodoxa y católica).

      • Medievo pleno (XI a XIV). Cruzadas e irrupción de las órdenes militares, plenitud de las monásticas. Azote de los mongoles de Gengis Kan. Hambruna en Europa.

      • La Baja Edad Media (XIV-XV). Guerra de los Cien Años. Peste negra. Cisma de Occidente. Portugal inicia la era de los descubrimientos, Gutenberg acciona las palancas de la imprenta y caída de Constantinopla a manos de los turcos otomanos. El 3 de agosto de 1492 tres naves españolas parten de Palos de la Frontera rumbo a una nueva era.

Illustration

      El panorama militar del medievo es relativamente pobre, por más que los cantares de gesta idealizaran un modelo caballeresco mejor retratado en la literatura