Mi abuelo americano. Juana Gallardo Díaz

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Название Mi abuelo americano
Автор произведения Juana Gallardo Díaz
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418575617



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parecer más joven de lo que era. Se enfadaba cuando no le daban ropa para vestirse con la que ella se sintiera guapa. Sus ojos azules podrían competir con los cielos más claros y sonreía siempre, lo que facilitaba el trato con ella, aunque resultara pesado que preguntara a cada momento quién eres y qué haces aquí.

      La costumbre de Bella era traerla unos días antes del 17 de marzo. Neala no quería alejarse de Corktown, su barrio, tan lleno de irlandeses. Decía que solo allí se habla su idioma. A todos les hacía reír semejante ocurrencia. Después, el día diecisiete, iban, con Bella y “todos sus hombres”, más Anxélica y su familia, a casa de Neala, donde se ponían alguna prenda verde y se prendían en la solapa el trébol de San Patricio para ir a ver los desfiles.

      Ese 17 de marzo de 1923 asistieron a una maravilla. Durante el desfile que Neala ve con los ojos bien abiertos, como si quisiera disipar la noche eterna que hay en su memoria, empiezan todos a cantar con el sonido de las gaitas Danny Boy. De repente la mirada de Neala se dulcifica y empieza a cantar la canción que no recordaba desde hacía años: “Oh, Danny boy, the pipes, the pipes are calling. From glen to glen, and down the mountain side the summer’s gone, and the roses falling,”. Francis y los demás están cantando también mientras traducen mentalmente, la letra de aquella canción: “, Y cuando vengas, y todas las hojas mueran, si estoy muerta como bien podría ser, tú vendrás a encontrar el lugar donde estoy yaciendo,”. Bella les tira de las mangas y les señala a su madre: Neala está cantando con los ojos llenos de lágrimas. Al terminar la canción, Neala les ha devuelto una mirada de sorpresa como la que ellos le estaban dirigiendo. Ella tampoco podía entender qué había pasado, también la había sorprendido el sonido de aquella canción, las palabras. Los ha ido mirando uno a uno. Parecía que seguía sin saber quiénes eran, pero de repente ha mirado a Bella y ha llevado la mano hacia las mejillas de su hija, la ha acariciado y ha dicho: “Te quiero”. Bella la ha abrazado emocionada, y le ha dicho que ella también la quería. Cuando se han separado del abrazo, la mirada de Neala se había vuelto a hundir en el abismo y ha vuelto a preguntar a su hija que quién era. Esa primavera verán más veces a Neala.

      A finales de ese mismo mes de marzo fueron todos un domingo por la mañana a las orillas del río Detroit a ver a Harry Houdini. Por la tarde iba a actuar en el Garrik Theatre. Era un verdadero fenómeno, el mago más grande de toda la historia. Todos los de la casa tenían entradas en los asientos más baratos, porque es un prodigio que no pueden perderse.

      Esa mañana va a hacer un número gratuito en Belle Isle, al aire libre. Aparece Houdini y un murmullo recorre las filas de la muchedumbre que se ha reunido allí para verle. Beatrice Rahner, su mujer, le ayuda a prepararse. Aparece con un maillot de agua y ella coloca a su alrededor cadenas y más cadenas que lo van envolviendo. Le llena de cerrojos que cierran esas cadenas fatídicamente alrededor de su cintura, que le atan las piernas, los brazos. Todos miran con atención. Quieren descubrir el truco. Francis cree que el truco tiene que ver con la cantidad tan excesiva de cadenas:

      —Demasiadas cadenas - les dice- , son tantas que no puedes ver nada con claridad. Si fuera una sola, veríamos el truco

      —¡No pienses tanto en el truco! Disfruta, hombre, que no sabes disfrutar, le dice James.

      —Y tú sabes demasiado, ¡mocoso!

      Cada vez es más agria su relación. Esta tarde todos irán al teatro juntos, todos menos James, que irá, pero con otra gente, les ha dicho secamente para ahorrarse explicaciones.

      Ahora Francis le ha mirado con reprobación por sus palabras y devuelve su atención al espectáculo. Una vez que ya está claro que Houdini está atado y bien atado y que han cerrado con llave todos los candados, le encierran a la vez en una caja fuerte. Se produce un silencio expectante. Después, una grúa empieza a levantar esa caja. Se mantiene el silencio. Poco a poco la grúa va acercando la caja de hierro al agua y, finalmente, en medio de un oh expectante, dejan caer la caja fuerte con Houdini dentro. Durante unos segundos, quizás unos minutos, no ocurre nada. Las ondas concéntricas que ha dibujado la caja al hundirse se van difuminando y el agua va recuperando su calma y su quietud. Ese hombre se va a ahogar ahí dentro, piensa Francis, y fantasea sobre cómo será sacar la caja y descubrir dentro el cadáver de Houdini.

      De pronto, el silencio que había en la multitud se rasga como un velo por un murmullo de susurros que empieza a propagarse cuando observan unas burbujas salir del lugar donde se había hundido la caja. Lo que son al principio unas pequeñas burbujas se convierten en un movimiento del agua cada vez más intenso y, finalmente, de ese remolino emerge triunfante Houdini. Y todos aplauden y sonríen porque, por un momento, han pensado que iban a asistir a un desastre y han asistido, finalmente, a un prodigio. Nunca se sabe. Neala ríe feliz también. No saben de qué se entera y de qué no, porque a veces parece que no acordarse de nada es una decisión que ha tomado, no una enfermedad.

      Ya la gente había empezado a disgregarse. Algunos habían traído la cesta de picnic de madera de sauce, con las correas de cuero sosteniendo los platos, los vasos y los cubiertos ¡Qué sabios son los americanos, piensa siempre Francis, ellos sí que saben vivir! Las estaban abriendo, dispuestos a pasar allí todo el día, ahora que las tardes ya son más largas. Bella y todos los demás decidieron marchar y se estaban dirigiendo a la salida cuando, de repente, Francis se encontró con los ojos de Candy. Llevaban ya casi un año evitándose y juntándose. Durante algún tiempo él había respetado con su voluntad de hierro el propósito que se había hecho de no hablar más con Candy a raíz de lo que le había dicho James. No le convenía estar con ella, porque era mujer y, además, negra. Hace dos meses, aún no sabe cómo, rompió ese propósito y llevaban todo este tiempo buscando con anhelo caminos por donde no pasara nadie: esos eran los caminos que estaban condenados a transitar para encontrarse porque eran los únicos en los que podían coincidir.

      Hoy, al encontrarse en aquel parque, se quedan mirando. Ella iba rodeada de su gente, Francis de la suya. Hay muchos mundos y cada uno de ellos habitaba en uno diferente. Ella sonrió levemente y él apartó la mirada.

      Por la tarde, en el Garrik Theatre, volverán a ver a Harry Houdini en sus mejores momentos. El espectáculo de las Metamorfosis dejaba sin aliento al público. Se le ata, como siempre, se le coloca dentro de un saco y este, a su vez, dentro de un baúl. Todo ello es sujetado con candados. A continuación, con un redoble de tambores, que te hace temblar hasta las tripas, su ayudante y mujer, Beatrice, sube encima del baúl y levanta una cortina que la tapa a ella y al baúl, 3,2,1, Beatrice baja la cortina y, ¡allí está Houdini liberado! Dentro del baúl se desatan a continuación todas las cuerdas y candados para mostrar a Beatrice dentro de la caja.

      En 1926, dentro de tres años, Houdini volverá a Detroit a hacer estos mismos números y otros nuevos que habrá ido desarrollando. En los tres años de diferencia que hay entre este día de hoy de 1923 y el fatídico día de su muerte en 1926 su fama no había hecho sino aumentar. Era un hombre de éxito. Cuando actuó, aquel día de 1926, se encontraba mal desde hace días. Al terminar la función, se fue al hotel Statler y murió repentinamente después de decir a Beatrice: Estoy cansado de luchar, creo que esto me va a vencer. Pero eso será después de tres años. Tres años que separarán el éxito total del que disfruta en esta primavera de 1923 y la derrota de ese cansancio que él presintió, acertadamente, que lo vencería.

      Esta noche de momento todo brilla. También la sonrisa de Houdini en el escenario mientras se despide de un público que va allí con ambivalencia de sentimientos porque por una parte quieren ver cómo Houdini triunfa una vez más, pero a la vez también quisieran ser testigos de su derrota. En el momento en que está el público de pie dedicando un enfervorizado aplauso a aquel hombre, Francis ve a James en los asientos más próximos al escenario, en esa platea que a ellos les resulta tan lejana como otra galaxia, porque no entra dentro de sus posibilidades económicas ni remotamente. Va tan bien vestido como siempre cuando sale y está acompañado de unas personas que Francis no conoce.

      —Vamos, John, vamos, que allí abajo está el chico. Vamos a ver si lo vemos.

      John empieza a seguir a Francis dócilmente, aunque no entiende su interés y su prisa, y se abren paso casi a empujones entre la gente. Baja tan excitado que Francis da un traspiés en la escalera y baja a trompicones hasta llegar