Название | Psicoterapia Integrativa EIS |
---|---|
Автор произведения | Roberto Opazo |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789569946646 |
Más recientemente Lykken y Telegen han moderado un tanto sus radicales afirmaciones. Aun así, Lykken (1999) sostiene que los gemelos idénticos presentan una correlación de felicidad – entre ellos – que es alrededor de cinco veces la correlación que presentan los mellizos fraternos.
Lykken y Tellegen no son meros francotiradores. Han formado parte del grupo de investigadores del Estudio Minnessota con gemelos. Fundamentan sus aseveraciones en correlaciones observadas en dicigóticos-monocigóticos, evaluados a través de la Escala de Bienestar del Multidimensional Personality Questionnaire, administrada en distintos momentos de las vidas de los gemelos. Sobre la base de estos datos, "estimamos que la heredabilidad del componente estable del bienestar subjetivo se aproxima al 80%" (Lykken y Tellegen 1996, p. 186). Los autores encontraron que ni el estatus socioeconómico, ni los logros educacionales, ni el ingreso familiar, ni el estatus marital, ni el compromiso religioso, pudieron dar cuenta de más del 3% de la varianza del bienestar emocional.
Otros autores aportan datos en una dirección similar a la de Lykken y Tellegen; sin embargo, sus conclusiones no son tan radicales. Un estudio longitudinal realizado por Costa, McCrae y Zonderman (1987), en el National Institute of Aging, aporta datos de apoyo al concepto que hemos denominado aquí como "felicidad crucero". Luego de un seguimiento de 10 años, a una muestra de 5 mil personas, los autores encontraron que el nivel de felicidad se mantuvo en un punto muy similar; no obstante los cambios laborales, familiares y de lugar de residencia ocurridos en esos 10 años.
Un apoyo indirecto a los planteamientos de Lykken y Tellegen surge del análisis de Myers y Diener (1995), en relación al bienestar emocional. Estos autores sostienen que las personas poseen una notable capacidad para adaptarse, tanto a la buena como a la mala fortuna; de un modo tal que las circunstancias de la vida – salvo que sean extremadamente malas – no tienen un efecto duradero en el ánimo personal. En un survey que incluyó a 128 personas con sus cuatro extremidades paralizadas, se constató que la mayoría pensó en suicidarse al comienzo de su parálisis; un año después, el 90% de esas personas evaluaron su calidad de vida como buena o excelente (Whiteneck et al., 1985). Evoluciones similares se obtienen para personas diagnosticadas de sida, para personas post rupturas románticas dolorosas, etc. (Gilbert et al., 1998). El lema "No hay mal que dure cien años" parecería reinar en estos territorios.
Y, en la vereda de las experiencias "positivas", ocurriría algo análogo; personas que se ganan la lotería, al poco tiempo vuelven a su nivel de bienestar subjetivo "pre lotería" (Brickman et al., 1978). A un nivel más sociológico, ocurriría también algo similar: "El norteamericano promedio es ahora el doble más rico pero no es un ápice más feliz. En 1957 un 35% informó ser muy feliz; el 32% respondió de igual forma en 1998" (Myers, 2001, p. 483).
La señalada relación dinero-felicidad es explorada también por Myers y Diener en su clásico artículo "¿Quién es feliz?" (1995). Los autores concluyen que la riqueza es como la salud; es decir,, su ausencia puede generar miserias, pero su presencia no garantiza felicidad.
Lo anterior constituye un aporte contundente para la reflexión en psicoterapia. De existir una especie de punto de equilibrio homeostático de felicidad "crucero", determinado por la biología, tanto la experiencia en general – como la experiencia terapéutica en particular – tendrían poco que aportar al mundo del bienestar subjetivo. Más aún, sería posible hipotetizar que, pautas biológicas determinantes, podrían regir también para muchos desórdenes psicológicos. Todo lo cual a su vez podría explicar el porqué "la gente no cambia"; y el porqué la psicoterapia tiende a ser insuficientemente exitosa. Las recaídas mismas podrían involucrar un retorno al punto "crucero" de equilibrio/desequilibrio biológico inicial.
Todo este análisis contribuye a enfatizar el rol de la biología en el bienestar emocional, y la génesis de patologías. Va quedando claro que modificar el nivel de bienestar emocional es una tarea sumamente difícil. En este contexto, la pregunta de fondo se impone por sí misma: ¿Cuán determinante es la biología en nuestra dinámica psicológica? ¿Cuán inmodificable? ¿Cuánta razón tienen Lykken y Tellegen?
Hemos visto que, a la hora de las afirmaciones radicales, Lykken y Tellegen (1996) no se andan con remilgos. Sin embargo, su posible tendencia al reduccionismo encuentra la contraparte en los reduccionismos de los psicoterapeutas; esta vez en la dirección opuesta, es decir, hacia lo psicógeno.
Como lo he venido señalando, los psicoterapeutas hemos tendido a desperfilar la biología. De hecho, hemos caído en el reduccionismo opuesto y hemos "preferido " las etiologías psicógenas; y, por supuesto, a la hora de los tratamientos, hemos optado por las terapias psicológicas. Son muchos los casos que ejemplifican esto.
Nuestra tradicional tendencia a favorecer lo "psicógeno" se grafica bien en el ámbito de la disfunción eréctil. Hace ya algunos años, Masters y Johnson (1970), afirmaron que un 95% de los fracasos de erección tenían un origen psicógeno. Sin embargo, "estudios más recientes sugieren que aproximadamente el 50% de los pacientes que presentan una disfunción eréctil, tienen algún compromiso vascular, neurológico u hormonal" (Roth y Fonagy, 2005, p. 370).
Una pregunta relevante se refiere a los "por qués" de todo esto. ¿Por qué la tendencia al reduccionismo psicógeno se muestra tan omnipresente entre los psicoterapeutas? Específicamente: ¿por qué hemos venido sobreenfatizando el rol de las variables psicológicas, en desmedro de las variables biológicas?
Una primera razón para ello, es que muchos psicoterapeutas saben poco de biología, y se interesan poco por el tema. Por "deformación profesional", la atención pasa a concentrarse en las temáticas que dominan más.
Una segunda razón, para desperfilar la biología, se relaciona con el hecho que las etiologías biológicas no se dejan ver. Para un psicoterapeuta, una experiencia traumática es más fácil de detectar que una influencia genética; una relación "edípica" es más fácil de detectar que un desbalance endocrino. Así, en la biografía de una persona, podemos encontrar muchas experiencias a las cuales atribuir un rol etiopatogénico: comunicación doble vincular, estilos de apego, organizaciones de significado personal, ansiedad frente al rendimiento, estilos atribucionales, etc. De hecho, cada una de estas opciones ha sido postulada como causa de algo. En un sentido genérico, a un psicoterapeuta le resulta más "accesible" el detectar fallas en la biografía que en la biología. Esta "accesibilidad", sin embargo, no necesariamente nos conduce al conocimiento más válido; el camino más "fácil" no siempre es el mejor. Para usar la analogía del genetista conductual Robert Plomin, extraída de una fábula Sufi: "Esto es como el hombre que perdió su billetera en un callejón oscuro, pero la busca en la avenida porque la luz es mejor" (William Wright, 1999, p. 16).
Una tercera razón – para desperfilar el rol de las variables biológicas – es que los psicoterapeutas no deseamos enfatizar las variables biológicas; simplemente porque no nos conviene. Muchos terapeutas piensan, con mayor o menor razón, que el ambiente es más modificable que, por ejemplo, las disposiciones genéticas. Las disposiciones biológicas serían poco modificables; en especial por vía psicoterapia. A partir de esto, resulta fácil querer entregar "menos municiones a la competencia"; y querer enfatizar variables más propias del enfoque y/o