Una candidata inesperada. Romina Mª Miranda Naranjo

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Название Una candidata inesperada
Автор произведения Romina Mª Miranda Naranjo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494315237



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mujeres, dado que podían tropezar con sus faldas y caer.

      Todas las pistas recogidas dejaban bastante claro que aquel coche era de segunda mano. Seguramente, la familia poseedora lo había vendido y los actuales propietarios habían decidido pintarlo y cambiar el símbolo de la puerta por otro, pero no parecía que hubieran hecho un trabajo demasiado vistoso. Incluso quedaba la posibilidad de que el coche fuera alquilado y por ello la altura de la escalerilla no hubiera sido regulada.

      –Qué extraño… –musitó Andrew, inclinándose hasta apoyar las manos en el cristal del invernadero–. ¿Quién de nuestros invitados no puede permitirse su propio coche particular?

      –Milord –siseó una voz a su espalda–. ¿Milord?

      Con un carraspeo Andrew se dio la vuelta y sonrió a Josh como pudo, pretendiendo que no había sido hallado en ninguna posición comprometida. Harvey levantó la cabeza en cuanto su amo se movió.

      –Le estaba buscando –dijo el muchacho, apresurándose a bajarse las mangas de la librea para mostrar un aspecto más adecuado–. Uno de los canales de riego se ha estropeado y ha ahogado dos tomateras del sector norte.

      Andrew forzó su mente a concentrarse en lo que el recién ascendido lacayo le informaba. Alzó la vista hacia el otro lado de la propiedad, donde se encontraban los establos y los campos de cultivo. Eran unas tierras prósperas, donde se había sembrado una gran cantidad de frutas y hortalizas que alimentaban tanto a la casa principal, como a los arrendatarios que trabajaban en ellas.

      –Se ha ahogado… ¿Y el encargado? ¿El señor Greyson? –preguntó de súbito, envarado–. ¿No se ocupa él del control de la cosecha?

      –Está en cama, milord –explicó Josh, cuyas orejas estaban ya rojas–. Reúma.

      Un gruñido bastante maleducado salió de la garganta de Andrew. Por supuesto, sabía que su comportamiento estaba siendo ridículo, pues era claro que cualquier cosa relacionada con el bienestar de la finca y todos los que allí vivían recaía directamente sobre sus hombros. Siempre le había gustado estar al tanto de lo que se hacía, de los planes y nuevas medidas que se tomaban para mejorar la producción y hacer más fáciles las vidas de todos. Pero en esta ocasión, sin embargo, su ansiedad por conocer la identidad de esos visitantes que acudían a su hogar en un carruaje tan poco apropiado parecía eclipsar todo lo demás.

      Asumiendo que su responsabilidad y deber debían estar por encima de cualquier inesperada obsesión, Andrew palmeó el hombro del azorado lacayo como disculpa por su actitud, dándose la vuelta para emprender el camino a la zona de los cultivos, decidido a tomar el mando de la situación cuanto antes y cumplir con su obligación.

      –Busca a un par de mozos que no estén ocupados cargando con los equipajes de los huéspedes y llévalos al sector norte –ordenó, mientras empezaba a andar, quitándose la chaqueta–, arreglaremos esa fuga antes de que eche a perder todos los tomates.

      –¡A la orden milord!

      –Vamos, chico.

      Harvey trotó junto a su amo alegremente, con las orejas levantadas, Andrew le dio la espalda al camino de entrada a la propiedad y se alejó, sin ver cómo Victoria Linton descendía del carruaje recién llegado y ponía los pies en la casa Holt por primera vez.

      Victoria Linton se permitió unos minutos de admiración y alzó la cabeza para abarcar cuanto pudiera de la propiedad que tenía ante sí. Definitivamente la casa solariega del conde de Holt era, con diferencia, el lugar más impresionante que había tenido la oportunidad de ver. Dirigiera su mirada a la dirección que fuera, únicamente veía árboles bien podados, cercas cuidadas y recién pintadas, estructuras que armonizaban con el paraje natural y lo embellecían. Incluso oía el correr de un riachuelo por allí cerca, aunque no podía verlo.

      Los sirvientes deambulaban de una lado para otro, siendo lo más invisibles posible. Un lacayo ya estaba guiando al cochero que las había acompañado hasta la zona apartada donde se guardaban los carruajes y su equipaje había desaparecido (ella ni siquiera había visto al mozo que debía haberlo recogido). Con un suspiro, Victoria sacó los guantes del bolsillo de su falda y procedió a ponérselos, como dictaba el buen gusto, mientras intentaba calcular mentalmente cuánto podría costar a los dueños mantener la propiedad en tales condiciones.

      –Es impresionante, ¿verdad, hija?

      Eleanor Linton, con su cara regordeta y su figura rolliza se abanicaba profusamente mientras seguía con sus propios ojos la dirección que ocupaba la atención de su hija. Se ajustó el corsé de su vestido amarillo y exhaló un quejido. Aunque habían salido pronto, el viaje se le había antojado demasiado largo, no obstante, le sonrió a Victoria cuando la vio hacer un mohín.

      –Si no dejas de arrugar el ceño así… envejecerás pronto.

      –Deberíamos darnos prisa en entrar, madre –respondió la joven, tomándola del brazo con decisión–. Este calor no te hará nada bien.

      Con un asentimiento resignado, la mujer aceptó la petición de Victoria y dejó que empezara a guiarla por el camino que daba a la entrada de la elegante mansión. Conforme iban avanzando hacia la impresionante propiedad, la mirada de Victoria se iba trasladando con más frecuencia al invernadero, situado en el lateral de la casa. Era una estructura acristalada de belleza sin igual, bordeada con rosales y arbustos repletos de unas flores coloridas que no había visto en toda su vida. Con melancolía, se preguntó si, de haber sido las cosas diferentes, ella podría haber tenido un lugar así en el que poder sacar a relucir su pasión por la botánica.

      Desde niña le había gustado mucho el mundo de la jardinería, e incluso tenía un pequeño huerto en la modesta casita que compartía con su madre, pero desde luego, nada podía compararse con la majestuosa superficie que ahora veía. Echando cálculos aproximados, se asombró al pensar que era muy posible que el invernadero de los Holt fuera casi tan grande como su hogar entero. La sola perspectiva le daba escalofríos.

      Aferró la mano de su madre, que parloteaba más para sí misma que para ella y continuó andando, adecuando el paso al de Eleanor para evitar que se cansara. Todavía se mostraba inquieta ante esa repentina visita a los condes de Holt, y habría insistido más en sus cábalas de no ser porque su madre le había expresado que el aire puro de esa zona de Kent era justo lo que necesitaría para acabar de superar su leve afección respiratoria.

      –¿Estás segura de que este esfuerzo no será demasiado para ti, madre? –le preguntó en cuanto la idea de una recaída le llenó la mente.

      –El médico lo recomendó, Vicky, y por mujeres instruidas que seamos, no podemos pretender saber más que él. –La mujer le sonrió, como si eso dejara zanjado el asunto.

      –Solo digo que tal vez… este viaje esté algo fuera de nuestras posibilidades. –Y fue todo el tacto que pudo usar para referirse a un tema tan delicado–. Después de todo… es la casa de un conde, madre… y parece que se espera que la más alta alcurnia de la aristocracia esté aquí.

      Eleanor asintió y palmeó la mano de Victoria con un ademán tranquilizador. Por supuesto, ella compartía las inquietudes de su hija y sabía bien que no podrían situarse al mismo nivel de muchas de las adineradas familias que habían acudido en tropel a la llamada de Joanna, pero también era cierto que había sido puesta sobre aviso, y si bien su necesidad de contar con tranquilidad y un clima más fresco eran parte del motivo que la había decidido a arrastrar a Victoria hacia Kent, no era el único.

      –Piensa que no solo mejoraré mi salud –dijo, cuidando mucho el tono para no revelar demasiado–, sino que además estas semanas aquí supondrán un cese en nuestros gastos, querida.

      Victoria ya había pensado en eso, por supuesto. Durante el tiempo que ellas estuvieran en la mansión Holt, no harían uso de ninguna de las cosas que tenían en su propia casa, incluyendo alimento, abrigo, cera de velas… y no es que se encontraran en la ignominia social (aunque bien podría parecerlo si se las