Una candidata inesperada. Romina Mª Miranda Naranjo

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Название Una candidata inesperada
Автор произведения Romina Mª Miranda Naranjo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494315237



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y bien educada. Con una… peculiaridad adorable.

      –Comprendo.

      «No es atractiva» pensó Andrew de inmediato. Cuando su madre, que siempre era sincera, describía a una persona basándose en atributos meramente interiores, sin hacer comentario alguno a su físico, normalmente era porque dicha persona no contaba con atractivo alguno. Tampoco se le pasó por alto el hecho de que la presentación en sociedad de Victoria hubiera sido hace algunos años, lo que le daba otra clara pista a tener en cuenta sobre ella. «Es una solterona», se dijo, puesto que no se había mencionado marido alguno en la conversación y sólo se había hablado de una puesta de largo.

      Pobre muchacha. Sin duda iba a sentirse terriblemente perdida e incómoda en compañía de invitadas como Adeline Aldrich y su madre, por no hablar de lo fuera de lugar que muchas de las damas de alta alcurnia, para quienes el linaje lo era todo, iban a hacerla sentir.

      –¿Las ha invitado para que pasar un tiempo en nuestra propiedad alivie en cierta manera sus… gastos económicos?

      –¡Andrew! ¿Cómo puedes pensar que yo haría algo semejante? –Joanna parecía realmente ofendida–. La presencia de las Linton en nuestra reunión no tiene nada que ver con la caridad.

      –Madre, no pretendo ser descortés… ni mucho menos maleducado, y puedes tener por seguro que no faltaré el respeto a las damas Linton si su compañía es tan agradable para ti. –Desde luego, le había educado para que fuera atento con todas las personas, independientemente de la holgura con la que vivieran.

      –Puedo entender que te parezca extraño que las haya invitado. –Aceptó Joanna, aunque parecía incómoda ante tanta explicación–. Sé que pueden no tener el perfil del resto de asistentes, pero en el pasado, Charles Linton y tu padre tuvieron una amistad afectuosa y por ello quiero hacer algo por la joven Victoria, ahora que tengo ocasión.

      –¿De qué se trata? –Se vio impulsado a preguntar Andrew, que no había conocido a Charles Linton en toda su vida y no recordaba haberlo oído mencionar a su padre.

      –Ya lo sabrás. –Joanna sonrió, encantada con mostrar misterio.

      –Sabe Dios que no me interesa entrar en tus maquinaciones, madre. Me siento más a salvo quedando fuera de ellas.

      Joanna rió delicadamente al mismo tiempo que el cochero cruzaba las verjas forjadas que daban acceso a la propiedad de campo de los Holt en Kent. Andrew sonrió al ver la enorme H labrada que su padre se había empeñado en hacer colocar a la entrada de las rejas principales, asegurando que toda gran casa que se precie debía tener un emblema. Con un suspiro, la mirada del joven abarcó toda la extensión de tierra y cultivos que conformaba el hogar donde había crecido. La añoranza se abrió paso dentro de él, paralizándole unos segundos.

      La casa Holt, situada a unos veinticinco o treinta kilómetros del amplísimo bosque en cuya dirección se encontraba Hampshire, estaba formada por dos pisos, con una planta inmensa, resultando más larga que alta en su construcción. Poseía un extenso porche sujeto por dos gruesas columnas y había sido conferida con más funcionalidad que ostentación. Al este, se erigía un invernadero acristalado con una parte expuesta al sol que formaba un coqueto parque redondeado donde crecían árboles frutales y plantas de todas las clases.

      Al oeste se hallaba el cuidado establo, que daba a un cercado cubierto donde se podía entrenar y liberar a los caballos para que se ejercitaran. Más allá del mismo, abarcando cuanto la vista alcanzaba, se extendían las zonas de cultivo y plantaciones, que conformaban parte del eje de los negocios agrarios del conde en Kent.

      Cuando el carruaje quedó detenido a la sombra de la cochera, un lacayo se apresuró a abrir la puerta y hacer un gesto de reconocimiento a Andrew. El muchacho, cuya librea de color chocolate estaba impecable, se apresuró a peinarse los largos mechones de pelo azabache en una coleta y tomó una expresión tan seria que rayó en lo hostil.

      –Bienvenido a la casa Holt, milord.

      –Muchas gracias, Josh –respondió Andrew, apeándose de un salto–. Santo Dios, ¿al fin han conseguido imponerte la librea? Creí que siempre te había gustado más encargarte de los caballos.

      –Y así es, milord. –El joven se encogió de hombros, manteniendo abierta la puerta del carruaje–. No me quedó más remedio que aceptar el puesto.

      Joanna, que en ese momento se apeaba, sujeta de la mano de su hijo, le dedicó al joven empleado una sonrisa maternal de reconocimiento. No en vano, aquel muchacho había crecido al amparo de los Ferris desde mucho antes de que el condado recayera sobre los hombres de Andrew.

      –Ascender es bueno –le dijo con cariño–. Y en tu caso, más que merecido.

      –Bienvenida a casa, milady –expresó el joven con un leve rubor.

      Respetuosamente (y agradecido de poder esconderse por ahí), Josh ayudó al otro lacayo a bajar las maletas mientras Joanna y Andrew salían al sol de la tarde y dejaban atrás la cochera. Llevando a su madre del brazo, el joven conde se dio cuenta de que la casa bullía en actividad. Recibían saludos distraídos a cada paso que daban, puesto que los sirvientes parecían recorrer la propiedad a toda velocidad. Barrían los caminos, cortaban las malas hierbas, recogían las flores marchitas que caían al suelo, preparaban los servicios de aseo para los carruajes, llenaban los abrevaderos para los caballos…

      –Es extraño notar tanto movimiento aquí –susurró Andrew, acompañando a su madre a las escaleras del porche.

      –Es normal, teniendo en cuenta que nuestros invitados empezaran a llegar al anochecer. –Le acarició el brazo para indicarle que ya podía soltarla–. Lo que me recuerda… que tengo que cambiarme y asegurar que todos los dormitorios estén a punto para nuestros huéspedes.

      –Estoy convencido de que Josephine se habrá adelantado a todas tus posibles peticiones, madre, como siempre.

      –Naturalmente, como ama de llaves no hay mujer en Inglaterra que sea más exigente que ella. –Le apuntó con un delicado dedo, arqueando la ceja en modo de advertencia–. Recuerda bien lo que te he dicho, Andrew… muestra respeto y cortesía para con todos mis invitados. No es un ruego.

      –Es una orden, lo sé. –Le hizo a su madre un respetuoso gesto con la cabeza–. Prometo que seré el perfecto anfitrión, madre. Me mostraré cortés con todas las personas que se alojen bajo este techo, incluidas tus protegidas Linton.

      Una sonrisa satisfecha enmarcó el rostro nacarado de Joanna, que le hizo a su hijo una leve reverencia y traspuso el umbral de la casa, dejando que sus pies resonaran en el mármol gris del hall. Mientras la veía alejarse rumbo a la escalera principal, seguramente para comprobar que el equipaje estuviera ya en su aposento, Andrew cayó en la cuenta de algo importante. ¿Cómo podría cumplir la promesa que acababa de hacer, si una gran parte de los invitados le eran desconocidos?

      Había nombres que le sonaban pero a los que no podía poner cara, y las Linton eran un ejemplo de ello. Sin percatarse de que quizá estuviera dando más importancia a ese hecho del que tenía, siguió a su madre hasta llegar al primer escalón, haciéndola detenerse en plena subida.

      –¿Cómo sabré quiénes son? –le preguntó, ceñudo–. Apenas recuerdo nada de la presentación en sociedad de la hija, y estoy seguro de que jamás conocí al padre para sacar algún parecido.

      Por alguna razón, Joanna pareció divertida ante la preocupación de su hijo. Pudo calmarlo fácilmente diciendo que ella le presentaría a todos los huéspedes conforme fueran llegando, pero en lugar de eso, decidió proseguir con el aire enigmático que había caracterizado aquella conversación desde un comienzo.

      –Oh, estoy segura de que las reconocerás enseguida. –Su delicada mano enguantada se colocó mejor sobre la reluciente barandilla de la escalera–. Al menos, a Victoria.

      –¿Acaso tiene algo que la haga distintiva del resto?

      Al ver que su madre se disponía a proseguir el ascenso al segundo piso, Andrew temió que no le dijera nada, ya