Название | Las maletas del olvido |
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Автор произведения | Pilar Mayo |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417451080 |
Al cabo de un rato, no sabemos aún por qué, se ha levantado, ha salido de la casa y se ha montado en el coche sin rechistar. Tengo el presentimiento de que esto no va a salir bien. Dakota —si es que ella es Dakota, porque aún no ha abierto la boca— debe de estar bajo los efectos de alguna droga, dormita con la cabeza apoyada en la ventanilla. Además, hace un día horrible, las nubes se han empeñado en no dejar pasar el sol, tampoco ayuda que en esa casa no hubiera más que gatos negros, a montones. Me he fijado y todo lo que había en ese patio era impar: una silla, tres bombonas de butano, un carro de supermercado, trece macetas, cinco perros. Eso tiene que ser una señal, todavía estamos a tiempo; no quiero que Teresa sufra.
Recuerdo lo que le pasó hace años, se trajo a casa a una indigente que dormía en el cajero del banco por el que pasaba cada mañana de camino al trabajo. Al principio la invitaba a un café, después le compraba un bocadillo, le llevaba ropa… Hasta que se la llevó a casa, consintió en llevarse también al perro, un animal medio salvaje lleno de pulgas y garrapatas, ató el carro lleno de trastos y ropa vieja en la puerta de su jardín con un candado de bicicleta. Aunque dudo que alguien quisiera llevarse lo que había en ese carro, además podrían haberlo hecho simplemente metiendo la mano. Entonces, ¿para qué encadenarlo?, era absurdo, aunque nadie decía nada. Fingíamos que era algo lógico y normal. Estuvo viviendo a costa de ella hasta que se largó, llevándose todo lo que encontró de valor.
A Teresa no le dolió que le robara el dinero y las joyas, me decía que lo que le dolió fue el fracaso, no haber sido capaz de salvarla de esa vida de miseria y soledad. Ahí me di cuenta de que la que necesitaba ser salvada era ella.
Elena e Inés eran pequeñas, yo vivía estirando las horas para poder llegar a todo, haciendo tratos con mis hijas cuando había que cambiar los planes por culpa de algún imprevisto. No podía permitirme el lujo de perder el tiempo. A ella le sobraba. Estaba sola. La soledad, si es elegida, está muy bien, pero ella no la eligió.
Alguien que no la conozca no se da cuenta de la tristeza que esconden sus ojos, pero yo sí soy capaz de verla, enmascarada, agazapada, pero presente. Después de aquello tan terrible que cambió su vida para siempre hemos vivido muchas cosas juntas, hemos pasado por situaciones que nos han hecho llorar de risa, pero siempre, en algún momento del día, Teresa tiene un instante para recordar, un momento en el que la nostalgia la inunda, es como si se castigara recordando, como si no tuviera derecho a ser feliz.
Llegamos a casa y detengo el motor. Ninguna de las dos nos movemos, la zombi de atrás sigue dormida.
—Teresa, esto no va a salir bien. Vamos a darnos un plazo de tres meses y volvemos a replantearnos la situación, ¿qué te parece? Te prometo que durante ese tiempo no diré nada, te apoyaré, pero si transcurrido el tiempo la cosa no pinta bien, de un modo u otro tendremos que rectificar.
—Tres meses es muy poco tiempo, pero voy a poner tanto empeño que va a salir bien, ya lo verás.
Mientras habla acaricia un colgante que no se quita nunca. Es una piedra negra, un amuleto que dice que le da suerte, cómo puede decir eso después de lo que le pasó. Nos bajamos del coche y, al abrir la puerta de atrás, Dakota casi se cae, pero recupera el equilibrio y nos sigue. Espero que estemos haciendo lo correcto.
Inés
Hace bastante rato que se han ido y empiezo a estar preocupada, no debería haberlas dejado ir solas. Miro el reloj y descubro que, en realidad, no ha pasado tanto tiempo. Le he tenido que dar otro biberón a la niña, lloraba, y debía de ser de hambre, porque se durmió enseguida después de tomárselo. He hablado con Muriel, dice que van a esa masía a beber y a fumar, pero que nunca habían visto a América sola, al menos cuando ha ido ella con sus amigos. América, qué nombre, no me sale llamarla así, me suena raro, me parece un nombre demasiado grande para una niña tan pequeña. Estoy en el sofá con ella, me encanta la sensación de tenerla en brazos y el calor que desprende. ¿Seré madre algún día? Siento que se me escapa el tiempo, ya sé que es culpa mía, solo yo soy dueña de mi vida, si me empeño en desperdiciarla, no puedo culpar a nadie.
Muriel no quiere hablar de los dos días que ha estado fuera, ya me lo explicará cuando quiera, sé que terminará haciéndolo, solo ha insistido en que Dakota trata bien a su hija. Cuando dice eso pienso en mi hermana y en que hay muchas formas de abandono, me parece que mi sobrina quiere dar a entender lo mismo. Se debe sentir desamparada. Sentirse querida no consiste en tener el último modelo de móvil o que nunca te nieguen nada material. Elena me enferma, ¿cómo ha podido largarse y dejar a Muriel aquí? Le ha bastado con llamar para ver cómo está. No puedo evitar compararla con mi madre, que dejó su vida aparcada y se desvivió por nosotras. Cuando mi padre desapareció, ella nos dijo que se había ido a trabajar fuera de la ciudad. Nos leía unas cartas que llegaban puntuales cada mes, en las que nos decía cuánto nos quería y cuánto nos echaba de menos. Cuando empezamos a hacernos mayores no pudo seguir con la farsa: la letra de mi madre, el matasellos de Barcelona… Además nos parecía muy raro que no viniera nunca a vernos ni nos llamara por teléfono, así que decidió que lo mejor era matarlo.
Me acuerdo perfectamente de ese día. Cuando salimos del colegio estaba esperándonos, era muy raro, porque ella salía más tarde del trabajo. El camino hasta casa lo hicimos casi en silencio y nos extrañó que contestara a nuestras preguntas con monosílabos. Al llegar, nos indicó que nos sentáramos en el sofá y nos dijo que nuestro padre había tenido un accidente: «Mañana no iréis al colegio, vuestro padre ha muerto». Hacía años que no lo veíamos y él se había ido cuando éramos muy pequeñas. Su recuerdo se había ido diluyendo con los años… No es que nos causara un trauma, pero tampoco fue una noticia fácil de asimilar. Mientras estuvo en casa fue cariñoso con nosotras y, después, mi madre jamás nos dijo nada malo de él; al contrario. Sin embargo las ausencias pesan y te dan licencia para olvidar sin remordimientos.
Al día siguiente fuimos las tres al cementerio. Nos acompañó Teresa. Como éramos pequeñas y nunca habíamos pasado por algo así, no podíamos saber que lo normal