Название | Hoy camino con Dios |
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Автор произведения | Carolina Ramos |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Lecturas devocionales |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877982909 |
La trampa duele, aunque sea (y sobre todo) a los niños.
Al verlo, pensé en todas las veces que hice trampa con cosas pequeñas y con cosas más grandes también. Trampas que quizá solo Dios vio pero que a la larga terminaron trayendo dolor, a otros y a mí, momentáneo o duradero.
Es que... es muy fácil engañar y muy difícil reconocerlo.
Hay trampas en el juego, trampas en el trabajo, trampas en el amor no perfeccionado e incluso trampas en la religión.
No sé cuál es tu tentación hoy, qué trampa estás tramando llevar a cabo, aunque pienses que es dentro de todo “inocente” o que hasta puede pasar como algo “inconsciente”.
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8, 9).
Oremos para que las trampas con las que nos enfrentamos hoy no sean obstáculo sino motivo para ir corriendo a quien es Fiel y Verdadero.
Al día siguiente, el cordón estaba vacío, y la calle llena de alboroto hablaba de reconciliación.
Que tu corazón y el mío, así como el cordón, queden limpios.
Encuentros con Jesús - 15 de enero
El techo roto
“Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante de él. Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús” (Luc. 5:18, 19).
Este techo fue muy especial. No sabemos cuántas personas había bajo él, no conocemos los nombres de los amigos del hombre paralítico, cuántos años llevaban de amistad, cómo se conocieron, qué días solían reunirse o con cuál tenía más afinidad. No sabemos si hicieron chistes al cargarlo en el lecho, si lo ayudaron a prepararse para estar más presentable, si ese día hacía frío o calor. Desconocemos qué acción específica pasada era la que atormentaba tanto al hombre como para que le resultara más valioso sentir el perdón de Jesús que valorar su curación física. No se nos dice quién se quedó a juntar los escombros del techo, o si alguien decidió dejarlos tal como estaban como monumento al gran milagro.
Solo sabemos que hubo fe y que Jesús sigue haciendo milagros. Desde que rompió con su gloria el techo de nuestra atmósfera para venir como niño, crecer y vencer, trajo la opción de la salvación para todo el que cree en él. No hay límites ni techos para las manifestaciones de poder en la vida de sus hijos que eligen creer.
¿Qué está pasando debajo de tu techo?
¿Hay una multitud y bullicio que obstaculizan el milagro? ¿Hay prejuicios que pesan más que la verdad sencilla?
¿Hay un amigo que está intentando llevarte a los pies de Jesús?
¿Hay un pasado que te atormenta y te hace sentir indigno?
¿Y si dejas que el techo se rompa y no te preocupas por los escombros por un rato?
“El efecto producido sobre el pueblo por la curación del paralítico fue como si el cielo, después de abrirse, hubiese revelado las glorias de un mundo mejor. Mientras que el hombre curado pasaba por entre la multitud, bendiciendo a Dios a cada paso y llevando su carga como si hubiese sido una pluma, la gente retrocedía para darle paso [...] murmurando entre sí: ‘Hemos visto maravillas hoy’ ” (El Deseado de todas las gentes, p. 236).
Permítele al Maestro entrar en tu casa. Que tu techo tenga una historia para contar.
Aroma a sábado - 16 de enero
El arbolito caletense
“No dejen que el mal los venza, más bien venzan el mal haciendo el bien” (Rom. 12:21, NTV).
Los viernes de tarde eran especialmente cansadores. Y ese viernes, con un esguince en el pie izquierdo, la mochila llena de libros, un bidón de agua de ocho litros y el cansancio de toda la semana, venía caminando en mi diaria lucha contra el viento característico de la ciudad donde me encontraba colportando. Todo era árido y había solamente un par de arbustos secos en la especie de vereda que me llevaba a casa, además de mucha basura.
Sin embargo, había algo que siempre me llamaba la atención: en medio de toda las bolsas y plantas sin vida, había un arbolito que se erguía valiente y le daba un poco de verde al paisaje. Tenía un montoncito de tierra que rodeaba el tronco que intentaba crecer a pesar del clima poco favorable.
Ese viernes descubrí la razón de esa prolijidad.
Un hombre que peleaba contra el viento como yo, con una pala y mucho cariño, lo cuidaba, limpiaba y regaba. Tuve que parar para agradecerle por lo que estaba haciendo y su respuesta quedó registrada en mi mente para siempre: “Yo sé que este lugar es feo, pero este pedacito de tierra es mío y yo lo voy a cuidar. Si hago lo mejor en la pequeña parte que me toca, se nota la diferencia”.
A veces pensamos que simplemente con no hacer el mal ya podemos quedarnos tranquilos. Pero en este mundo eso no alcanza. Este lugar es feo, aunque Dios lo creó hermoso.
No alcanza con no hacer cosas malas. Tenemos un pedazo de tierra, un templo que cuidar, una misión que realizar. Y para eso se necesita acción, no simplemente la pasividad de algo malo no realizado. Para vencer el mal, se necesita hacer el bien, ocupar los huecos, los tiempos “muertos” con cosas buenas y emplear los momentos productivos en hacer justamente el bien. Solo así podemos asegurarnos de estar cuidándonos, y marcar una diferencia aunque sea en la vereda en que nos toque estar.
Una pequeña acción hoy puede llevarte a un sinfín de buenas acciones mañana, en el pedacito de tierra que se te asignó. ¡Defiéndelo! Dios te lo dio y pedirá cuenta de él.
Hoy venzamos el mal... haciendo el bien.
Parábolas modernas - 17 de enero
Reflejos imperfectos
“Ahora vemos todo de manera imperfecta, como reflejos desconcertantes, pero luego veremos todo con perfecta claridad” (1 Cor. 13:12).
Cierta vez, mi teléfono celular voló accidentalmente hacia el suelo y, por primera vez después de tantas caídas, se rompió.
Ver su pantalla resquebrajada y su funcionamiento resiliente me hizo pensar. Recordé todos los celulares que he visto, con pantallas mucho más frágiles que la mía, arruinados por alguna caída accidental también. Y siguen funcionando. ¡Cuán fácilmente nos acostumbramos a verlos así: quebrados! Nos acostumbramos a ver las imágenes distorsionadas que proyectan. Adaptamos nuestros ojos a las líneas que dificultan el manejo y la visión.
Quizás algo que costó mucho esfuerzo, en cuestión de segundos queda con marcas imborrables. Quizás alguna astillita de vidrio aún se clava en los dedos y hace sangrar. Y aceptamos esa realidad y seguimos funcionando.
No sé si tu celular costó cien dólares o mil, pero todos pueden quebrarse... todos podemos quebrarnos. El daño nos puede ser infligido o podemos infligirlo nosotros también.
Lo importante es recordar que hay arreglo. No nos acostumbremos a ver todo con líneas que recuerdan las caídas. No adaptemos nuestra visión ni veamos la vida solamente desde la perspectiva de algo quebrado o distorsionado.
Así como al entrar a un salón de espejos, donde nuestra figura queda totalmente distorsionada, reconocemos que lo que tenemos frente no siempre es un reflejo fiel de la realidad y que nuestra mente está siendo engañada, reconozcamos que en este mundo solo veremos reflejos imperfectos.
Pero estas noticias no son desalentadoras,