Название | Un matrimonio por Escocia |
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Автор произведения | Edith Anne Stewart |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418616594 |
—Seguidme —le dijo Margaret a William, quien no tenía ni la menor idea de qué hacer en aquella situación, salvo lograr que ella lo aceptara de una u otra manera por el bien de Escocia, se dijo caminando en dirección a dónde ella lo había hecho.
Entraron en el comedor con el que contaba la casa. Austero en cuanto a mobiliario y decoración, pero tampoco es que le fueran mal las cosas al clan Murray. No en vano, se habían arrimado a Londres y al rey Eduardo. Y eso tendría sus beneficios, ¿no? se dijo William paseando la mirada por la decoración.
La madre de ella se colocó algo apartada de él, controlando a su hija. No sabía qué reacción tomaría, pero estaba segura de que no sería la que él esperaba.
William centró toda su atención de volcó en ella. En la joven muchacha de la ventana, que lo había cautivado que resultaba ser su prometida y futura esposa. La observaba caminar por la estancia como una fiera enjaulada. Tenía la cabeza gacha con la mirada puesta en el suelo y los brazos cruzados sobre el pecho. En ningún momento se dignó en mirarlo. Ni tan si quiera para ver si él estaba allí. Recordó las palabras de su padre acerca de tratarla bien para lograr el apoyo de los Murray. En ese momento comprendió que sería harto complicado viendo su reacción y lo entendía porque a ambos se la habían jugado. Pero, por otro lado, ¿qué podía hacer él? El padre de ella había dado su consentimiento tanto a apoyar al rey con su clan, como en entregarle a su hija. ¿Acaso importaba mucho cómo la tratara? Desde luego que pondría su empeño, porque le había gustado desde que la vio. Lo que desconocía era su carácter, del cual ya había visto una muestra cuando se envaró ante su padre. Y ahora cuando lo ignoraba.
—Mi señora…
Ella detuvo sus pasos y elevó la mirada para fijarla en él en cuanto lo escuchó referirse a ella. Lo contempló con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Seguía enrabietada por lo que había hecho su padre. Algo que no le perdonaría. Durante años había despotricado del rey Bruce, acusándolo de poco menos que asesino y usurpador al trono de Escocia. Y cuando este venía a pedirle ayuda para atacar Stirling, ¿qué hacía su padre? Aceptar su proposición entregándola a ella como moneda de cambio. ¿Dónde había quedado el honor de su padre después de esto? Se preguntaba mientras le sostenía la mirada al joven Douglas.
William percibía el enojo y la decepción en el semblante de ella. Había adoptado una postura defensiva cruzando los brazos sobre sus pechos, una especie de barrera con el fin de evitar que él se acercara de más. Y no lo haría, hasta que la viera más calmada. Ella le recordaba a una fiera salvaje en posición defensiva ante su atacante. Por ese motivo, decidió guardar la distancia.
—Mi señora, entiendo que todo esto os haya causado la misma sorpresa que a mí. Pero…
—¿Sorpresa a vos? —ironizó ella interrumpiéndolo y contemplándolo con gesto de asombro por aquel comentario—. Vos ya sabíais a lo que veníais. No me vengáis ahora a decir que estáis sorprendido —le rebatió con dureza recorriendo su cuerpo de los pies a la cabeza. Le llevó un tiempo hacerlo dada su estatura y su corpulencia.
—En ese aspecto tenéis razón. Conocía los planes del rey antes de venir. Fue él en persona quien me los comunicó.
Ella percibió cierta resignación en su voz. Como si no le hubieran dado otra opción. Y así era en aquellos tiempos. De igual modo que ella debía acatar la voluntad de su padre.
—¿Por qué no lo rechazasteis? Sois un caballero. Tenéis más poder que yo para hacerlo.
—No soy un caballero como decís. Mi clan lo perdió todo a manos de los ingleses. Y no puedo rechazar una orden de mi señor, el rey. Entendedlo. De igual modo que vos obedecéis a vuestro padre.
—Pero, ¿lo habrías hecho de haber podido? —La curiosidad la pudo y no se calló la pregunta que le quemaba la lengua.
William la vio dar un par de pasos que la acercaron más hasta él. Sin duda debidos al ímpetu y el coraje que derrochaba que a que quisiera acortar la distancia entre ellos. Su mirada brillaba por todo lo que le estaba pasando. Sus manos estaban cerradas en puños como si fuera a golpearlo. Pero lo que le llamó más la atención fue su imagen con el cabello cayendo en ondas sobre sus hombros, se le había soltado con cada uno de sus movimientos y ahora le ocultaba una parte de su rostro. Lo atrapó cuando percibió la fuerza de emanaba de ella.
Por otro lado, controlaba los movimientos y los gestos de lady Murray, su madre. Y esta parecía advertirle de que tuviera cuidado con su hija. El joven Douglas no parecía ser un peligro para esta, por lo que ella observaba y escuchaba. Más bien intentaba justificar su presencia allí.
—No tenía intención de buscarme una esposa hasta que Escocia fuera libre. Y eso siempre que encontrara una acorde a mis gustos. Si eso os sirve de consuelo, mi señora.
—Dejad de referiros a mí de esa manera —le refirió sacudiendo la cabeza—. No soy vuestra señora.
—Pero si sois mi prometida os guste o no. Vuestro padre ha accedido a entregaros a mí a cambio del castillo de Stirling —le recordó endureciendo el gesto y el tono de su voz, aunque no le gustara.
—Mi padre… Sí. Él mismo que durante años ha acusado al rey Robert de usurpador al trono por acabar con John Comyn en Greyfriars. Ese ese mi padre que ha cambiado de bando en cuanto le han puesto en bandeja la fortaleza de Stirling. Tarea nada sencilla, por cierto. Lo de reconquistarlo para Escocia. E imagino que vos tomareis parte del asedio.
—Por supuesto. Y estoy seguro de que no lamentarías que muriera bajo una flecha inglesa —frivolizó él buscando su reacción.
Tanto lady Margaret como ella palidecieron y se sobresaltaron al escuchar aquellas palabras en boca de él. Y mientras su madre no sabía cómo reaccionar, Bronwyn se acercó un poco más y le dedicó una mirada que bien podría haber acabado con él en el suelo.
—No soy tan despiadada —el aseguró con orgullo y determinación. Sin perderle la mirada—. Que esté en contra de casarme con vos no significa que os desee la muerte
—Seríais la señora de Stirling.
—¿Acaso pensáis que quiero vivir en el castillo? ¿Qué ardo en deseos de ser la señora? —Lo contempló con desaire y sacudió la cabeza—. No sé si a estas alturas os habéis dado cuenta que no soy más que una moneda de cambio. Nada más. Tenedlo en cuenta —sacudió la cabeza y apartó la mirada de él un instante. Su cercanía la turbaba en gran medida.
—Ambos los somos.
Ella volvió el rostro cuando lo escuchó y dejó escapar una risita mordaz.
—Pero en vuestro caso saldréis ganando más. Un castillo, una esposa que os entregue un heredero, honores de caballero. Tal vez incluso el rey os llame a la corte en Edimburgo. De ese modo podéis libraros de mí y tened tantas amantes como gustéis para engendrar bastardos —le objetó con desdén.
Estaba decidida a plantarle cara y a luchar para no ponerle las cosas fáciles.
—Eso puedo tenerlo sin una esposa —le aseguró siendo él quien la recorriera con su mirada. Se detuvo en su rostro dándose cuenta de la fina lluvia de pecas que se esparcían por sus sonrosadas mejillas. De la palidez de tu tez, de sus labios entre abiertos por los que respiraba de manera trabajosa. Aquella especie de duelo la alteraba haciéndola más exquisita y deseable a sus ojos.
—En ese caso, no me necesitáis.
La vio darle la espalda una vez más y caminar dirigirse hacia su madre. Esta permanecía en silencio, escuchando la conversación entre ellos dos. No había dicho nada hasta ese momento en el que su hija se dirigió a ella. Pero William la había visto gesticular en algún momento de aquella conversación. Él interpretó aquella retirada suya como una pequeña tregua entre ellos y cogió aire