Más allá de las caracolas. Marga Serrano

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Название Más allá de las caracolas
Автор произведения Marga Serrano
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164776



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Porque para que eso haya sido posible ha sido necesario que tú hayas vivido tu vida, con todas tus particularidades y tu edad como un detalle más. Todas esas circunstancias te han hecho evolucionar y llegar a un punto, vamos a llamarlo vibratorio, que nos ha permitido conectar, porque en el momento de nuestro encuentro ambas nos movíamos en una frecuencia energética similar o en la misma frecuencia de comunicación profunda, esa que apenas necesita palabras.

      Al llegar a este punto, me eché a reír.

      —Pues ya vas casi por el sexto folio del discurso.

      Nina respondió con una carcajada.

      —La culpa es tuya. Ya sabía yo que me ibas a dar trabajo. Lo que te estoy diciendo en tu interior ya lo sabes, pero como te empeñas en seguir albergando esos temores, tendré que intentar ayudarte para que definitivamente los expulses y empieces a sentir la vida y disfrutar de tus sentimientos.

      —Vale, sigue ilustrándome —dije riéndome mientras comenzaba a acariciar sus pechos.

      Nina se estremeció y me dirigió una mirada burlona.

      —¡Juguetona…! Déjame terminar —dijo besándome de nuevo—. Por ese motivo, no solo me importa un comino tu edad, sino que la bendigo, porque si fueses más joven no estaríamos aquí ahora y no estaría sintiendo tus caricias, que me están poniendo otra vez a cien.

      —Hummm… ¿De verdad? —pregunté riéndome, pero sin dejar de acariciarla—. ¿Y qué pasará cuando dentro de quince años ni siquiera pueda acariciarte porque a lo mejor tengo artrosis?

      Nina soltó una sonora carcajada a la vez que me miraba divertida.

      —¿Quieres decir que en función de tu posible artrosis futura vas a renunciar a un montón de maravillosos años de amor juntas? Pues te aseguro que yo no voy a renunciar ni a un segundo. —Hizo una pausa y me dirigió una mirada burlona acompañada de esa sonrisa seductora que me volvía loca. A continuación me besó, se acercó a mi oído y me susurró—: ¿Vas a renunciar tú?

      —¿Tú qué crees? —le pregunté riéndome mientras reanudaba mis caricias sobre su espalda y la sentí estremecerse de nuevo.

      Volvimos a entrelazar nuestros cuerpos como amantes insaciables… hasta que por los agujeros de la parte superior de la pared vimos que había anochecido.

      —Pasaremos la noche aquí, ¿no? Porque no pienso despegarme de ti —pregunté a Nina.

      —Por supuesto —respondió riéndose. Yo tampoco quiero que te despegues.

      —¡Oh! ¡Vaya! —exclamé mientras recordé y mencioné a Tao y Greta—. Sus paseos no me preocupan, pues salen al jardín por la gatera, pero se van a quedar sin cenar.

      —No —respondió Nina—. Estate tranquila, Amanda se encargará de atenderlos.

      —¡Vaya! Piensas en todo.

      —¡Claro! No iba a permitir ninguna distracción después de tres días sin vernos.

      Recordé aquellos tres días, la mentira de Lucía, la llegada de la barca con Nina…

      —¿Me contarás dónde has estado?

      —Sí, claro que te lo contaré, pero no ahora porque, hablando de comida, tendremos que cenar algo. ¿Te apetece?

      —Sí, claro. La verdad es que tengo hambre… Me has abierto el apetito.

      Se levantó y cogió una mochila que estaba al lado de una de las piedras. Nos tapamos con las mantas y compartimos queso, pan y fiambres. Para terminar, Nina me miró y dijo:

      —Otra sorpresita que sé que te va a encantar.

      Se dirigió a una piedra plana, inclinada sobre otras tres dispuestas en un cuadrado abierto por el lado que daba hacia nosotras, y la retiró. Entonces vi restos de un fuego y varios palos preparados para encenderlo de nuevo. Trajo varios leños de un rincón y prendió una pequeña y encantadora fogata, donde calentó agua para una infusión que agradecí, pues hacía un poco de frío. Sacó de una caja de madera dos sacos de dormir, que por medio de las cremalleras convertimos en uno y nos metimos dentro.

      —Estoy asombrada y fascinada —dije mientras me abrazaba a ella—. Vaya rincón que habéis preparado. Me están dando ganas de quedarme a vivir aquí.

      —Sabía que te gustaría —respondió abrazándose también a mí.

      A pesar de lo feliz y relajada que me sentía, no podía dormir. Contemplé el techo de la gruta, débilmente iluminado por la luz del fuego, así como las figuras que el movimiento de las llamas y las sombras dibujaban sobre las rocas, e intenté imaginar a nuestros antepasados viviendo en las cuevas prehistóricas y la importancia que tuvo que tener para ellos el descubrimiento del fuego. Después repasé todos los acontecimientos de aquel día y miré a Nina, que dormía plácidamente con su cabeza apoyada en mi hombro, su pierna sobre la mía y abrazada a mi cintura. Contemplé su cara y otra vez la emoción asomó a mis ojos. No podía creer que la tuviese allí, entre mis brazos. No podía creer que ella me amase. Pensé que quizás era un deseo pasajero. Volví a mirarla… No, estaba segura de que no era pasajero, porque después de nuestros momentos de fogosidad y locura pasional había comprobado su ternura y había sentido que estábamos unidas por algo más que el deseo. Sentía en mi interior algo que no acertaba a definir, una especie de extraña energía que me unía a ella, como un invisible cordón umbilical que iba mucho más allá del ansia sexual. La besé suavemente en los labios para no despertarla. Al poco rato debí de quedarme dormida.

      Cuando desperté estaba de espaldas a Nina, quien abrazaba mi cintura con uno de sus brazos. Aún somnolienta, sentí que acariciaba y besaba mi hombro. Me volví. Me miraba sonriente.

      —Buenos días, bella durmiente.

      —Buenos días —respondí abrazándome a ella—. ¿Qué tal has dormido?

      —Muy bien, como un bebé. Así que diecisiete años más… Anoche me dejaste exhausta —comentó riéndose.

      —¿Y cómo crees que me dejaste a mí? —respondí riéndome también.

      —Te amo —musitó en mi oído.

      —Hummm… Me apunto a este despertar todas las mañanas. —Querrás decir al mediodía.

      Miré mi reloj. Era la una del mediodía. Me costaba trabajo dejar de abrazarla, pero tenía que levantarme. Me fui derecha a la cascada para espabilarme del todo. El agua estaba casi helada, lo que me hizo volver rápidamente al estanque, donde me zambullí dejándome abrazar por una calidez agradable. Vi que Nina se dirigía también a la cascada y a continuación se unió a mí en el estanque. Nadamos un poco y nos sentamos en la rampa. Nina abrazó mi cintura y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Tras unos minutos, me preguntó:

      —¿Quieres que pasemos aquí otra noche o prefieres que regresemos?

      —Me encantaría quedarme otra noche, pero creo que será mejor que volvamos.

      —¿Lo dices por mi madre y tus perros?

      —Sí, no debemos abusar de Amanda y Lucía.

      —No, no te preocupes en absoluto por eso. Ellas lo hacen muy gustosas. En realidad, no nos esperan hasta mañana.

      —¿Ah, sí? Entonces ¿para qué me preguntas?

      —A lo mejor no te apetecía… Tenía que preguntar.

      —¿Me estás tomando el pelo? —inquirí con sorna.

      —No —respondió intentando contener la risa—. Es que soy muy respetuosa con eso de la edad. Es posible que estés cansada y no quiero empeorar tu artrosis.

      —¿Otra vez jugueteando conmigo? —repliqué soltando una carcajada a la vez que, tumbándola sobre la rampa, comencé a besarla y acariciarla.

      Nina, riéndose conmigo, me abrazó y empezó también a acariciar mi espalda. La miré.

      —Eres