Название | Una visita inesperada |
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Автор произведения | Irenea Morales |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418883156 |
—Y yo no entiendo cómo puedes llevar colores tan horribles y poco favorecedores —contratacó Daisy señalando la falda ocre tostado y la chaqueta oscura de su hermana—. Al menos te has puesto el sombrero que te regalé.
—Será mejor que nos demos prisa —dijo la mayor ignorando los comentarios despectivos hacia su atuendo y mirando su precioso reloj—. Hemos tardado tanto en salir de casa y atravesar la ciudad que llegamos con el tiempo justo.
Florence comenzó a abrirse paso entre el gentío con paso diligente, seguida de cerca por Daisy, que no estaba dispuesta en absoluto a perder el tren. Cerrando la comitiva iba Phyllis, aferrada a su pequeña maleta y tratando de seguir el ritmo de las otras dos damas.
El personal de la estación fue de lo más solícito con la señora Morland. En general, todo el mundo solía serlo. Daisy siempre se preguntaba si era por su forma expeditiva de expresarse o por la gravedad de su semblante; lo que estaba claro era que Florence había nacido para que sus órdenes fueran acatadas.
—¿Ves como no había de que preocuparse? —dijo la más joven cuando por fin pisaron el interior del vagón, en el mismo preciso instante en el que comenzó a sonar la sirena que marcaba la salida del tren.
—Sí que lo veo. Teníamos tiempo de sobra —ironizó su hermana—. Phyllis, ¿sabrás llegar a tu asiento?
—Creo que sí —contestó la doncella con poca convicción.
—No se preocupen, yo la acompañaré —indicó un joven ataviado con el uniforme de la compañía ferroviaria.
—Señora, señorita, permítanme conducirlas a su compartimento. —Otro acomodador de mayor rango y bigote se hizo cargo de sus bolsos de mano y enfiló el pasillo, revestido de madera.
—¡Ay, Dios, Florence! ¡Qué nervios! Dime qué aspecto tengo. —Daisy se pellizcó con suavidad las mejillas para dotarlas de un rubor innecesario, pues ya estaban lo bastante arreboladas por la carrera.
—Estás preciosa, como siempre. El señor Hamilton se enamorará de ti como el primer día.
—¡No te burles!
Avanzaron por el estrecho pasillo del tren hasta llegar al número de compartimento que les correspondía y, cuando aquel hombre abrió las portezuelas, Daisy se abalanzó para ser la primera en entrar. Florence oyó la algarabía del reencuentro mientras daba una propina al acomodador. Cuando se disponía a entrar, consiguió distinguir la figura de dos hombres, uno junto a su hermana y otro justo detrás.
—¡Ven aquí, Florence! —la llamó Daisy exaltada por la emoción—. ¡Estoy tan nerviosa! He esperado este momento con muchísimas ganas. Deja que te presente al señor Hamilton.
—Es un… placer. —La última palabra salió de los labios de Lance con apenas un tenue hilo de voz. Una exhalación vacua que los presentes apenas fueron capaces de percibir.
Aquel hombre la miró como si estuviera ante una aparición fantasmal, abriendo de golpe los ojos encapotados de color azul cristalino. Florence también lo observó con sorpresa, recorriendo con la vista la digna línea de su prominente nariz y sorprendiéndose con el hallazgo de un mechón plateado en su flequillo que no formaba parte de su recuerdo.
La sorpresa dio paso al temor, y este a la indignación al ser consciente de que se hallaba frente a algún tipo de engaño del que estaban siendo objeto tanto ella como su hermana.
En ese momento, el tren dio un par de bruscas sacudidas antes de comenzar a moverse, por lo que Florence estuvo a punto de perder el equilibrio y caer sobre la desgastada moqueta del suelo si en ese mismo instante la mano de aquel hombre no hubiera agarrado con firmeza la suya.
—Florence —dijo él, visiblemente consternado. A ella, el sonido de su propio nombre escapando de sus labios le sonó al murmullo de las olas y a momentos furtivos.
—¿Tristan?
-3-
Caminos cruzados
—¿Ya os conocíais? —preguntó Daisy mientras los miraba a ambos con desconcierto. El otro hombre se había apartado un poco de la escena, apoyándose en la ventana, por la que se podía ver desaparecer el andén y la estación.
—Sí —contestó él.
—¡No! —respondió Florence al mismo tiempo, con las mejillas arreboladas y el gesto contrariado, mientras le soltaba la mano como si quemara—. Yo conocí hace años a un tal Tristan Campbell. Claro que no pueden ser la misma persona, ¿no es así?
—Sí. Quiero decir, no —titubeó él. Usó la mano recién liberada para recolocarse el cabello, intentando calmar su frustración—. Ni siquiera sé lo que estoy diciendo… Es verdad que soy Tristan Campbell.
—¿Lance? ¿Qué está pasando? —quiso saber Daisy. Parecía confusa y a punto de echarse a llorar por haber visto estropeado el esperado reencuentro.
—Campbell es el apellido que he usado prácticamente toda mi vida. Me lo cambié por Hamilton cuando lord Artherton me permitió usarlo —aclaró él.
—¿Y el nombre?
—Me llamo Lancelot Tristan. —Su acompañante, que había permanecido apoyado en la ventana, ahogó una carcajada que consiguió distender el ambiente y que el que hablaba prosiguiera con una sonrisa—. A mi madre siempre le ha fascinado el ciclo artúrico. Uso Tristan para el trabajo, aunque la familia siempre me ha llamado Lance. Mi buen amigo aquí presente puede confirmar que todo cuanto digo es cierto.
—Me temo que sí. —El otro hombre se acercó al grupo con una radiante sonrisa—. Señora, señorita, Phinneas Van Ewen a su servicio. Les diría que pueden tomarse la libertad de llamarme Phinn, pero creo que ya hemos tenido demasiadas charadas con los nombres por hoy.
—Necesito beber algo —anunció Florence justo antes de salir al pasillo, huyendo de aquel pequeño y opresivo espacio.
—Ya voy yo —concluyó Daisy frenando con la mano el movimiento casi automático de Lance, que parecía dispuesto a ir tras ella. La muchacha recorrió dos vagones en pos de su hermana, que parecía haberle tomado bastante delantera—. ¡Florence, espérame! ¿Se puede saber a dónde vas? El vagón restaurante ni siquiera está en esa dirección.
—Yo… me he despistado.
—¿Qué ha pasado ahí dentro? ¿De qué conoces a Lance?
—Lance, Tristan, o comoquiera que se llame, era un viejo amigo de James; por lo que recuerdo habían estudiado juntos, de niños. Coincidimos con él hace años, en Miconos, durante nuestra luna de miel —añadió sin poder disimular su turbación—. Siento muchísimo haber actuado así, pero por un momento he pensado que estaba tratando de tomarte el pelo.
—¡Ay, mi hermana querida! —exclamó Daisy mientras la abrazaba y, sonriendo divertida, depositaba un fugaz beso en su mejilla—. Siempre tratando de protegerme. Venga, volvamos y pidamos que nos traigan una botella de champagne.
—No sé si podré volver ahí dentro. —Florence se sonrojó. Parecía avergonzada.
—¡Si solo ha sido un malentendido! No le des más importancia de la que tiene. Seguro que Lance no lo ha hecho.
—Supongo que tienes razón. —Tragó saliva con dificultad e intentó esbozar un amago de sonrisa—. Solo ha sido un malentendido.
***
—¡Menudo numerito! —se burló Phinneas, todavía con una sonrisa en sus gruesos labios—. Digno de un vodevil. —Su gesto cambió en cuanto vio que su amigo se sentaba resoplando y aflojándose la corbata con una mano al tiempo que se pasaba la otra por el ondulado cabello—. ¿Me he perdido algo?