Una visita inesperada. Irenea Morales

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Название Una visita inesperada
Автор произведения Irenea Morales
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418883156



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en ella, no lo evidenciaba en absoluto.

      —¡Mi querida señorita Lowell! ¡Qué ganas tenía de tenerte por fin en mi casa! —exclamó sonriente la anfitriona.

      —No me lo habría perdido por nada del mundo —dijo la muchacha lanzándole una mirada de soslayo a Florence—. ¿Recuerdas a mi buena amiga Millie? La acompaña su tía, la señorita Martha Coddington. —Las mujeres se saludaron tras la presentación—. Y aquí está el señor Hamilton —añadió sin intentar suavizar su pícara sonrisa.

      —Es un placer volver a verla, señora Siddell. Gracias por su invitación —reconoció Lance, besándole la mano enguantada.

      —No tiene por qué darlas. Los… amigos de Daisy son bienvenidos —admitió ella, satisfecha.

      —Permítame que le presente al señor Van Ewen. Es el acompañante que le mencioné en mi carta.

      —Enchanté, madame. —Phinneas hizo una leve reverencia y se levantó el sombrero de hongo con galantería.

      —Encantada. Cuando el señor Hamilton me informó de que traería a un pianista a mi humilde hogar, casi exploto de la emoción. Al fin alguien le arrancará algo de música a nuestro abandonado instrumento.

      —Será un placer —respondió él con entusiasmo.

      —¿Por qué seguimos todos aquí fuera con la humedad que hace? —vociferó la anfitriona—. Por favor, vayan entrando. No estaba muy segura de la hora a la que llegarían, así que he mandado que les preparen un pequeño refrigerio en el salón para que coman algo antes de acostarse. Deben de estar agotados de tanto trasiego. —Geneva los guio hacia el interior como haría una pastora con su rebaño—. Emilia, querida, indique al servicio las habitaciones en las que pueden ir dejando los equipajes. —El ama de llaves asintió con la cabeza y empezó a dar órdenes a su alrededor.

      Cuando rebasaron el umbral, los recuerdos de Florence se avivaron de repente al contemplar el mosaico circular del suelo del recibidor, las coloridas cristaleras sobre puertas y ventanas, y las intrincadas volutas de la balaustrada de la doble escalinata. Aquel lugar estaba envuelto en una naturaleza de hierro y cristal que lo volvía salvaje e irregular.

      Había llegado a olvidar lo vivo que parecía todo en aquella casa.

      -5-

      Tan jóvenes y bellos

      Cuando Phyllis entró en la habitación para ayudarla a vestirse, Daisy aún se encontraba en esos deliciosos momentos que separan la vigilia del sueño. Experimentaba un curioso placer en dormir en camas ajenas y quizás por eso le gustaba tanto viajar. El abrazo de un colchón más firme que el suyo, unos almohadones más mullidos y el aroma a lienzos limpios le proporcionaban un descanso mejor que el de su propia casa, donde las paredes parecían ahogarla.

      —Hace una mañana maravillosa, señorita —dijo la doncella mientras estiraba un delicado vestido de algodón blanco adornado con encajes y un fajín de satén rosado.

      —¿Llego a tiempo para el desayuno?

      —Por supuesto. No se preocupe por eso, nunca la dejaría dormir tanto como para perdérselo. Su hermana bajó hace un buen rato. Ya sabe lo madrugadora que es.

      —¿Y el señor Hamilton?

      —No sabría decirle, señorita.

      —Está bien, Phyllis. Quiero que me trences el pelo. Mi intención es parecer lo más arrebatadora posible ya de buena mañana, así que pongámonos manos a la obra.

      Al llegar al comedor, Daisy comprobó que no era la última en llegar. Millie, que necesitaba disponer de los servicios de una de las doncellas de la casa, todavía no había bajado, y el señor Van Ewen tampoco. Florence no se encontraba allí, aunque sí Geneva, que parecía disfrutar de una animada charla con Lance y el señor Townsend, actitud que se estaba ganando una de las reprobatorias miradas de la añeja señorita Coddington.

      —¡Santo cielo, Daisy! Estás tan bella como una ninfa de los bosques; ¿no está de acuerdo, señor Hamilton? —dijo la anfitriona en cuanto la muchacha apareció en la sala.

      —Más aún —contestó Lance poniéndose en pie y retirando una silla para que su prometida tomara asiento.

      —¡Sois tan afectuosos conmigo! Me he puesto el primer vestido que he encontrado. Y aún sigue algo arrugado después del viaje —dijo ella con fingida modestia mientras Lance procedía a llenarle la taza de té.

      —Celebro poder disfrutar en mi casa de tu juventud y belleza. Cuando llegas a cierta edad, necesitas olvidar que todo cuanto conoces se va marchitando. Incluida tú misma.

      —Geneva —intervino Sterling—, tú todavía estás muy lejos de eso.

      —Gracias, querido. —Ella le tomó la mano sobre la mesa. Fue un gesto lo bastante íntimo como para que a Daisy le llamara la atención.

      El mayordomo abrió la puerta justo antes de que Florence la atravesara. Llevaba una de sus habituales chaquetillas negras y una falda de color pardo tan funcional como pasada de moda. Tenía las pálidas mejillas arreboladas y algunos mechones de pelo se le habían soltado al quitarse el sombrero.

      —Buenos días. Espero no llegar demasiado tarde.

      —No te preocupes, querida, y sírvete cuanto te apetezca —la tranquilizó Geneva—. ¿Te ha sentado bien el paseo?

      —Ha sido bastante vigorizante, la verdad —contestó mientras se servía y tomaba asiento junto a ellos—. Esperaba llegar hasta el mar antes de que se me echara la hora del desayuno encima, pero ha sido imposible. Había olvidado lo grande que es este lugar.

      —¡Tengo una idea! —exclamó la anfitriona—. Mañana podríamos organizar una excursión a la playa, ¿verdad, Sterling? Los veranos aquí son bastante frescos y hay que aprovechar los días soleados como hoy.

      —¡Excelente! Se lo comunicaré a la señora Woodgate para que prepare unas cestas.

      —¿Has descansado bien, Florence? —preguntó Daisy con una dulce sonrisa pintada en el rostro—. Yo he dormido como una princesa sin guisante.

      —Bastante bien, gracias. Aunque he de confesar que me extrañó descubrir que se me había asignado la antigua habitación de tía Diana. Pensaba que, siendo la dueña, Geneva se habría instalado en ella —añadió dirigiéndose a ella.

      —Cuando me mudé aquí, no me sentí con fuerzas para mover sus cosas. Y tampoco lo vi necesario. ¡Esta casa cuenta con tantas habitaciones hermosas! La verdad, creí que prepararla para ti era lo más correcto. Pero si no te sientes a gusto…

      —¡En absoluto! —se disculpó—. Perdóname, no he querido parecer desconsiderada.

      —Florence tiene por costumbre preguntárselo siempre todo —bromeó su hermana.

      —No veo que eso sea un problema —comentó Lance levantando con sutileza la mirada azul del periódico.

      —¡Claro que no! Tú haces exactamente lo mismo. Por eso se te da tan bien tu trabajo —exclamó su prometida mirándolo con orgullo mientras le pasaba la mano por el brazo con coquetería.

      —¿A qué se dedica, señor Hamilton? —quiso saber Sterling.

      —Soy reportero. O lo era hasta hace poco. Ahora tengo asuntos familiares que debo atender.

      «Como una fortuna recién caída del cielo, por ejemplo», pensó Florence con cierta malicia.

      Cuando todos los huéspedes hubieron bajado y dado buena cuenta del variado desayuno a base de delicias francesas y británicas, Geneva les hizo un pequeño tour por la planta inferior de la casa, ahora que podían contemplar su majestuosidad a plena luz del día.

      Phinneas admiró la belleza y sonoridad del gran piano del salón que, según mencionó la señora Siddell,