Una visita inesperada. Irenea Morales

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Название Una visita inesperada
Автор произведения Irenea Morales
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418883156



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rincón, a los que trataba de buscar acomodo bajo la rutilante luz que emitían las cinco bombillas de la lámpara de araña y que, cuando atravesaba las lágrimas de cristal, se convertía en una miríada de colores.

      —¡Claro! Pasa, por favor. Si es que puedes —pidió la muchacha con una risita nerviosa tras echar un vistazo al estado de la habitación.

      —¿Te ha sentado bien el baño? —quiso saber su hermana—. Has llegado muy excitada.

      —Estaba muy nerviosa por mi regreso.

      —No entiendo por qué. Aquí todo sigue igual que siempre.

      —Todo no. Tú has dejado tu empleo —puntualizó Daisy.

      —No lo he dejado. Lo he delegado, que no es lo mismo. —Florence se acercó a la cama y se sentó en el único hueco libre que encontró—. Llevo cinco años dedicada en cuerpo y alma a la fábrica y a todo lo que conlleva; creo que me merezco algo de tiempo para mí. Y tú no tienes que preocuparte por nada. Ni por la herencia ni por tu asignación.

      —No estoy preocupada. Sé que los negocios de papá no podrían estar en mejores manos que en las tuyas. —Se sonrieron.

      —Bueno, te dejo para que termines de arreglarte antes de la cena. Phyllis debe de estar a punto de subir.

      —En realidad —titubeó—, me gustaría poder hablar contigo antes. —Florence, que ya se había puesto en pie, volvió a sentarse mientras Daisy jugueteaba nerviosa con los dedos—. ¡Aún no te he dado tus regalos!

      Tardó un rato en encontrar los paquetes correctos, una caja redonda y otro envuelto en papel de seda.

      —No tendrías que haberte molestado.

      —¿Crees que ir de tiendas me supone una molestia? Estos los compré en Normandía, en una boutique diminuta con unos sombreros divinos.

      Florence desenvolvió con delicadeza una sencilla chaqueta de punto adornada con un cinturón del mismo tejido color crema.

      —Es… original —acertó a decir.

      —¿No te gusta? —preguntó Daisy con una arruga de preocupación en el entrecejo.

      —Sí, claro. Solo necesito acostumbrarme.

      —En Deauville es la última moda para hacer deporte o pasear por la playa. La vi tan práctica y sobria que me pareció perfecta. ¡Absolutamente todo en la tienda de Mademoiselle Chanel parecía diseñado para ti! Ahora verás… —Abrió la sombrerera y sacó un cannotier de paja con una gruesa cinta negra que colocó sobre la cabeza de su hermana—. ¿A que tengo razón? —dijo mientras señalaba el reflejo de ambas en el espejo—. ¡Te queda de maravilla!

      Florence estaba de acuerdo. Pensó que le daría un toque divertido al combinarlo con sus habituales blusas y corbatas. Y, en honor a la verdad, divertido no era un adjetivo que los demás acostumbraran a relacionar con ella.

      Con James, su marido, había sido diferente. Él sí había sabido apreciar su sentido del humor. Se llevaban tan bien que llegaron a convertirse en la envidia de todos sus conocidos. Era curioso porque, a pesar de tener tantas pasiones en común, no eran capaces de compartir la más común de las pasiones… Florence cerró los ojos durante un segundo y meneó la cabeza para desterrar todos aquellos pensamientos antes de seguir hablando con su hermana.

      —Nuestras amistades tendrán material suficiente para el chismorreo en cuanto me vean aparecer con esto puesto.

      —¿Y desde cuándo te preocupa eso? —Daisy abrazó a su hermana y le plantó un tierno beso en la mejilla—. Aún no hemos llegado a lo mejor.

      —¿Más regalos extravagantes? —bromeó Florence, provocando en la más joven una adorable mueca de exasperación.

      —Este viaje me ha proporcionado dos nuevas e increíbles amistades de las que quería hablarte —comentó—. Verás, hace unos días, en Cabourg, coincidí con la señora Siddell.

      —¿Siddell? ¿Te refieres a Geneva Siddell?

      —¡Sí! Curioso, ¿verdad? Resultó ser una vieja conocida de la señora Coddington, y se acercó a nosotras al vernos en el hotel. Al principio yo no sabía quién era. Entonces le dijeron mi nombre y se puso muy contenta. Me contó que fue ella quien te compró la propiedad de la tía Diana. ¿Es eso cierto?

      —Así fue. En realidad yo tampoco llegué a conocer a la señora Siddell, ya que toda la operación se hizo a través de nuestros abogados. Fue una transacción bastante rápida y beneficiosa, la verdad. Quería hacerse con toda la propiedad de Des Bienheureux: la manoir, las tierras, la pequeña isla… Se quedó incluso los muebles.

      —¿Y no quisiste recuperar nada de la tía Diana? Yo nunca la conocí, pero tú estuviste en aquella casa de niña, ¿no es así? A lo mejor había algún recuerdo de ella que quisieras conservar.

      —¿Y para qué iba yo a querer un montón de trastos viejos? Se tasó todo cuanto había en aquella casa y Geneva Siddell pagó hasta la última pieza de la cubertería. Es lo que suele hacerse con este tipo de propiedades.

      —Me pregunto para qué querría todas aquellas cosas usadas. Esa mujer está podrida de dinero. Se ve a la legua.

      —Escribió una emotiva carta explicando sus razones. Si no recuerdo mal, decía que ella y la tía Diana habían estado muy unidas en el pasado. Supongo que lo hizo por algún tipo de sentimentalismo. O tal vez se dedicó a revenderlo todo después, ¡quién sabe! —exclamó Florence sonriendo—. El caso es que, gracias a ese dinero, tú has podido permitirte todas estas compras.

      —Deberías haber oído a la señora Siddell; no hacía más que hablar de la casa y de lo preciosa que es la finca. ¿En algún momento pensaste en quedarte Des Bienheureux?

      —¡Por supuesto que no! —contestó con una sonora carcajada mientras se ponía en pie—. ¿Te imaginas tener que estar también pendiente de una propiedad en otro país y que por seguro no tendría tiempo de visitar nunca? No sé si tía Diana tenía otros planes cuando me la dejó en herencia, pero no me cabe duda de que venderla fue la mejor decisión. Y ahora espabila; la cena se servirá dentro de quince minutos.

      —Verás… Es que tengo algo para ti. —Daisy sacó un sobre del bolso y se lo tendió a su hermana. En el sello de lacre color verde oscuro Florence pudo reconocer la silueta de un insecto, casi seguro que se trataba de alguna especie de polilla nocturna. Justo encima estaba escrito el nombre de Geneva Siddell con una caligrafía intrincada y hermosa.

      —¿Qué es esto? —preguntó extrañada.

      —Una carta.

      —Eso ya lo veo.

      —Es una invitación. Para pasar el verano en la manoir Des Bienheureux.

      —Bueno, es todo un detalle —dijo Florence mientras doblaba el sobre por la mitad—, mañana escribiré una respuesta agradeciendo la deferencia que ha tenido con nosotras y rechazando su invitación.

      —Yo ya he aceptado —confesó Daisy con una timidez poco habitual en ella.

      —¿Cómo?

      —No pongas esa cara.

      —No estoy poniendo ninguna cara —replicó la mayor de las muchachas con gesto adusto—. Esta es mi cara.

      —¿Lo ves? Es la que pones cuando alguien no sigue tus órdenes…

      —Me parece ridículo que hayas aceptado sin consultarme.

      —¡Es que Geneva se ha portado tan bien conmigo durante estos días! Es una mujer fascinante e inteligente, y le gusta rodearse de gente estimulante.

      —¿Ella usó esa palabra? ¿Estimulante? —repitió Florence con chanza.

      —Todos los veranos organiza un retiro en su casa e invita a algunos amigos —continuó Daisy, ignorando los comentarios de su hermana—. Me