Una visita inesperada. Irenea Morales

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Название Una visita inesperada
Автор произведения Irenea Morales
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418883156



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seas mezquina. No te queda bien.

      —¡Acabas de llegar a casa! ¿Acaso piensas volver a empacarlo todo y marcharte?

      —Sí. Más o menos.

      —¿Y qué hay de la temporada? Ya te has perdido el principio y creía que estabas deseando poder participar este año. ¡Llevas meses volviéndome loca con los detalles! Dijiste que necesitabas ir a París para hacerte con un nuevo vestuario. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

      —Es verdad que tenía ganas —confirmó Daisy bajando la mirada—. Lo que pasa es que ya no lo veo necesario.

      —¿Ya no quieres encontrar marido? Porque hasta donde yo sé llevas planificando tu boda desde los diez años.

      —Digo que no es necesario porque ya lo he encontrado. —Realizó una pausa dramática mientras intentaba controlar su entusiasmo y disimular su sonrisa—. ¡Estoy prometida!

      -2-

      Cambio de planes

      Daisy apuró los últimos sorbos del té del desayuno y, de mala gana, soltó sobre la mesa un viejo ejemplar de Harper’s Bazar. Florence, por su parte, llevaba casi media hora con el rostro escondido tras la sábana color salmón del Financial Times. Apenas había conseguido pegar ojo en toda la noche, dando vueltas en la cama mientras maldecía el momento en el que aquella situación se le había empezado a escapar de las manos. Al ser diez años mayor que Daisy y tras perder a su madre poco después del nacimiento de su hermana, se había hecho cargo de ella desde muy joven. Había encarado la educación de la pequeña de la misma manera que se hacía cargo de sus empresas y de su propia vida: de forma rigurosa, ordenada y eficaz. Que el castillo de naipes que había ido conformando durante todos aquellos años se derrumbara a causa de una decisión tan imprudente y apresurada la perturbaba más que cualquier negocio fallido al que hubiera tenido que enfrentarse jamás.

      —¿Vas a seguir sin dirigirme la palabra? —preguntó la más joven tras una larga y pausada exhalación—. Anoche ni siquiera te dignaste a cenar conmigo. —La única respuesta que obtuvo fue el inconfundible rasgueo del cambio de página—. Y se supone que yo soy la inmadura —murmuró cruzándose de brazos.

      —No, querida. Lo tuyo va mucho más allá de la inmadurez. —Florence dejó caer el periódico con un movimiento tan brusco que Daisy dio un respingo—. Lo que estás demostrando es insensatez, ingratitud y una alta dosis de estupidez.

      —No pienso soportar esto —recalcó la muchacha con toda la calma de la que fue capaz mientras se levantaba de la silla—. Cuando hayas terminado de insultarme y te des cuenta de que tengo dieciocho años y ya no estás tratando con una niña, hablaremos.

      —De eso nada, jovencita. Vamos a hablarlo ahora.

      —Vaya, parece que ya se te ha curado el mutismo.

      —¿Cómo puedes soltar una noticia así y esperar que me quede tan tranquila? ¡Teníamos planes! Una lista de pretendientes con buenas rentas y linajes… ¡Creía que querías todo eso! —Hizo un gesto semicircular con la mano, como si señalara un caldero de oro al final del arcoíris.

      —¡Claro que lo quiero! Y lo tendré. Con Lance.

      —¿Lance?

      —Lance Hamilton —confirmó con una gran sonrisa mientras se acercaba a su hermana y se ponía de rodillas frente a ella—. ¿Lo ves? Es que ni siquiera me has dejado decirte su nombre. Su abuelo es el vizconde Artherton.

      —¿Por qué me resulta tan familiar?

      —Lance es hijo natural de la hija de lord Artherton —susurró como si hubiera alguien más en la habitación que pudiera oírlas—. Por lo visto, el anciano vizconde se ha quedado sin herederos, así que no ha tenido más remedio que reconocerlo y darle su apellido.

      —Recuerdo esa historia. Hace unos meses se comentaba en algunos salones. —Florence tenía la mala costumbre de llevarse la uña del dedo pulgar a la boca y mordisquearla cuando necesitaba pensar—. Deben de estar arruinados. Seguro. Ese hombre necesita una unión por conveniencia y solo busca tu dinero.

      —Bueno, tú entiendes de ese tipo de matrimonios, ¿no? —En cuanto lo soltó y vio cómo el semblante de su hermana se ensombrecía aún más, se arrepintió—. Florence, lo siento. No debía decir eso. —Ambas necesitaron unos segundos de silencio para serenarse y la más joven aprovechó para ponerse en pie—. La señora Coddington conoce bien a la familia. Te aseguro que no tienen problemas económicos.

      —¿Y qué otro motivo tendría para hacer las cosas así? ¿A qué viene tanta urgencia para comprometeros? Sin ni siquiera venir a conocerme e iniciar un cortejo como es debido.

      —¿Tan difícil es creer que alguien haya podido enamorarse perdidamente de mí?

      —Ese nunca ha sido el problema, te lo aseguro. —Guardó silencio un momento, hasta que una súbita idea anidó en su cabeza—. Daisy, por favor, dime que no habéis intimado.

      —¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no! —protestó la otra ruborizándose.

      —¡Si te has puesto del color de las amapolas! —graznó llevándose las manos a la cabeza—. ¡Maldita señora Coddington! No sé cómo confié en ella para que te mantuviera a salvo. ¡Esa mujer solo utiliza la cabeza para sostener el sombrero!

      —¡No ha pasado nada entre Lance y yo!

      —Júralo por la memoria de papá.

      —Te lo juro por cualquier otra cosa pero, por el amor de Dios, no metas a papá en esto. Me he sonrojado porque me ha sorprendido que tan siquiera lo insinuaras.

      —¿Y dónde se encuentra tu querido señor Hamilton en estos momentos? —quiso saber Florence.

      —Regresó a Inglaterra con nosotros; sin embargo, debía continuar su camino hacia el norte para reunirse con su abuelo. Supongo que, entre otras cosas, para llevarle las buenas nuevas. Ya hemos comprado los billetes de vuelta a Francia para dentro de dos semanas, así que nos reencontraremos entonces.

      —¿Estás tratando de decir que pretendes pasar el verano junto a tu prometido sin ningún tipo de supervisión?

      —Bueno, no estaremos solos. Millie Coddington también vendrá y, como sus padres no pueden volver a ausentarse de Londres, la acompañará su tía Martha. Estará la señora Siddell, por supuesto, y el resto de sus invitados.

      —Lo siento. Sigues sin tener permiso para ir —sentenció la mayor—. Viendo el resultado de tu última aventura, se me hace bastante difícil volver a confiar en ti.

      —¡Podrías vigilarme con tus propios ojos! También estás invitada, ¿recuerdas? De hecho, Geneva insistió bastante en que nos quería a ambas allí. Has leído su carta, ¿no?

      Florence recordó de golpe haber arrojado la carta de malas maneras sobre el tocador al llegar al dormitorio tras la trifulca del día anterior. Estaba tan encendida que ni siquiera quiso conocer su contenido.

      —La verdad es que no, aunque dudo que leerla me haga cambiar de opinión al respecto. —Daisy suspiró con fuerza mientras lanzaba una mirada al techo.

      —Eres mi hermana y lo más parecido a una madre que he tenido nunca. Y sabes de sobra que siempre te he respetado. —Ambas callaron durante algunos segundos—. Pero me iré dentro de dos semanas, contigo o sin ti.

      Abandonó el comedor sin grandes aspavientos, tan sosegada que no parecía ella misma. Florence tuvo que saciar su inquietud llevándose de nuevo la uña del pulgar a la boca.

      Los roles de ambas parecían haberse invertido en el transcurrir de la mañana.

      Querida señora Morland:

      En primer lugar, permítame que le transmita mis condolencias por la pérdida de su padre y su marido en tan trágicas circunstancias, ya que no tuve oportunidad de hacerlo