Название | Una visita inesperada |
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Автор произведения | Irenea Morales |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418883156 |
El espectáculo que los esperaba en el exterior consiguió dejarles sin palabras. Cerca de la casa, el jardinero acababa de acondicionar una zona como merendero y pista de bádminton, deleitando a los presentes con el embriagador aroma de la hierba recién cortada. Sin embargo, la mayoría de las flores crecían en esplendorosa libertad. Racimos de lilas y hortensias bordeaban la pared trasera de la casa, la hiedra trepaba ocultando parte de la fachada y unas estructuras de metal formaban pasadizos cubiertos por fragantes rosas amarillas que enmarcaban los distintos caminos de aquel maravilloso oasis.
Florence se apartó del grupo formado por los más jóvenes, que, mientras Martha y Geneva se sentaban en sendas butacas de mimbre y se servían un vaso de limonada fresca, corrieron a por las raquetas y se enfrascaron en un partido de dobles. Continuó caminando hasta dar con una de aquellas entradas circulares de ladrillo que desembocaba en un paseo cubierto de glicinias moradas.
—Es precioso, ¿no le parece? —Sterling Towsend también se había desligado del grupo y acababa de alcanzarla.
—Aún más de lo que recordaba.
—Cuando te adentras en este lugar, es fácil olvidar que la civilización está cerca.
—Hablando de la civilización, ¿cuándo cree que estará restablecida la línea telefónica? Necesitaría hacer una llamada.
—Por lo que tengo entendido, hoy o mañana vendrán a arreglar el estropicio. Si le urge ponerse en contacto con alguien, yo mismo puedo acercarla a la oficina del telégrafo.
—Creo que puedo esperar un día más. Hablé por teléfono con la directora de mi empresa antes de salir de Dover, pero estamos a punto de cerrar una transacción importante y, la verdad, me gustaría estar al tanto —informó al señor Towsend, que la miraba con tal intensidad que casi consiguió ruborizarla—. Se supone que estas vacaciones son para desconectar, pero he de admitir que es algo que me cuesta bastante.
—Es usted una mujer de negocios y comprometida con su trabajo. Respeto eso.
—No sé si comprometida sería la palabra correcta. He decidido tomarme un descanso de mis responsabilidades.
—Pues supongo que ha venido al lugar idóneo. —Sonrió. Florence jamás había visto una dentadura tan perfecta, y estaba segura de que él abusaba de ese recurso muy a menudo porque también era consciente de ello.
—Es usted abogado, ¿verdad?
—En efecto. El caso es que ahora me dedico en exclusiva a gestionar el patrimonio de Geneva. El señor Siddell dejó una cuantiosa herencia tras su fallecimiento, y lo cierto es que ella no tiene el mismo buen olfato que usted para los negocios. Mantener este lugar requiere una suma considerable, además de la enorme inversión que ha supuesto modernizarlo.
—Entiendo. Y ¿lleva mucho tiempo trabajando para ella, señor Townsend?
—Demasiado. —Otra vez aquella atractiva sonrisa—. Por favor, llámeme Sterling.
—Me parece bien —contestó ella sonrojándose—. Solo si usted me llama Florence.
—Será un verdadero placer.
***
A Daisy le había entrado la risa floja mientras Phinneas rezongaba por haber perdido el partido. Tenía el pelo alborotado y se sentía algo sofocada por el esfuerzo. Aunque no estaba acostumbrada a hacer ejercicio físico, tenía que admitir que la actividad alimentaba su buen humor y la dejaba con ganas de más. Sin embargo, de momento se había sentado para recuperar el aliento sobre una manta colocada en el césped del merendero, tan cerca de Lance que de vez en cuando podía permitirse el placer clandestino de rozarlo con el codo cuando los demás no miraban.
Millie se arrodilló junto a ella y comenzó a adornarle el pelo con flores silvestres que había recogido junto a la pista, mientras Geneva relataba la ardua labor que sus trabajadores habían tenido que llevar a cabo para restaurar el jardín y el estanque, bastante descuidados durante los últimos años previos a la muerte de Diana.
Por uno de los senderos vio aparecer a su hermana con el señor Townsend, conversando y sonriendo de forma distendida. Le resultó chocante ver a Florence tan fuera de su elemento y tan cómoda al mismo tiempo, por lo que se preguntó si aquel apuesto abogado tendría algo que ver. De repente sintió un regusto amargo y recordó la familiaridad con la que Geneva y él se habían tocado aquella mañana; la inquietaba que su hermana se dejara llevar por sus sentimientos y que todo acabara en una gran decepción para ella. A decir verdad, también le preocupaba que su estancia allí se viera interrumpida por algún tipo de malentendido, así que decidió que hablaría con Florence en cuanto tuviera ocasión.
—Florence, querida, ¿está todo tal y como lo recordabas? —preguntó la señora de la casa cuando estuvieron lo bastante cerca.
Allí sentada en su trono de ratán, con un vaporoso vestido en color crema y el cabello dorado que, expuesto a los rayos del sol, se convertía en un halo destelleante, parecía la efigie de una diosa primigenia. Gea. Tenía incluso a un grupo de adoradores postrados a su alrededor.
Florence sintió la tentación de inclinarse también ante ella, de ser acogida en su seno. Tal era el magnetismo que aquella mujer parecía ejercer sobre cuantos la rodeaban.
—Me temo que los únicos recuerdos que guardo se entremezclan con las fantasías de una niña. Aunque he de admitir que es un placer para los sentidos visitar de nuevo este lugar.
—Ahora mismo estaba describiéndoles a los demás el mal estado en el que se encontraba la propiedad cuando la adquirí. He llegado a pensar que la enfermedad de vuestra tía le hizo olvidar el amor que sentía por Des Bienheureux.
—Ella decidió recluirse aquí sola. Incluso cortó los lazos con su familia —apuntó Florence.
—También conmigo —se lamentó la anfitriona—. Era una mujer muy tozuda.
Todos callaron y el ambiente pareció enrarecerse durante un instante. Después de algunos segundos, Sterling se acercó a Geneva para decirle que se ausentaría durante el almuerzo, ya que pensaba acercarse al pueblo para comprobar si habían solucionado el tema de la línea telefónica, momento que Florence aprovechó para sentarse en un banco de piedra, algo apartada de los demás.
Lance se levantó poco después, anunciando que necesitaba estirar las piernas. Su prometida, que ya tenía la trenza llena de flores y ahora era ella quien adornaba el clarísimo cabello de Millie, le lanzó una mirada curiosa.
—¿Has disfrutado de tu segundo paseo de hoy? —le preguntó Lance a su futura cuñada cuando llegó hasta ella.
—La verdad es que sí —le aseguró Florence—. Me gusta mucho caminar.
—Eso lo recuerdo. Aunque tenía entendido que te gustaba hacerlo sola. El señor Townsend parece una compañía demasiado locuaz.
—Hemos tenido una charla bastante entretenida, si es a eso a lo que te refieres. Tal vez lo que ahora necesite sea precisamente alguien con quien poder hablar.
—Entonces hazlo conmigo. Está claro que tenemos una conversación pendiente.
—¿Ahora? —preguntó ella con voz ahogada.
—No, mejor mañana. Pasearemos por la playa, delante de todos. Así no sentirás la tentación de volver a intentar abofetearme y Daisy no desconfiará si nos ve juntos.
—Está bien. No podemos alargar esta situación mucho más —cedió ella con un suspiro.
—Solo quiero dejar las cosas claras —añadió con voz tranquila y grave—. Me conoces. Sabes que no albergo malas intenciones.
—No te equivoques, Tristan. Ambos conocimos una versión impostada del otro y fueron esas dos personas imaginarias quienes compartieron aquellos días robados a la realidad. Tú y yo no nos conocemos en absoluto.
***
Después