Название | Una visita inesperada |
---|---|
Автор произведения | Irenea Morales |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418883156 |
Por su parte, Florence cogió un ejemplar de la biblioteca y se acomodó en un butacón bajo la ventana abierta. El benévolo sol del atardecer le cosquilleaba en las manos, que sostenían el libro, y la suave brisa le acariciaba el rostro deleitándola con su fragancia a flores y sal. La quietud de aquel lugar era celestial, casi religiosa; difería por completo del ritmo de vida y el trasiego de la ciudad. Cada cierto tiempo, cerraba los ojos y era capaz de escuchar el latido de su corazón, fuerte y rítmico, tan alto como si estuviera junto a la corneta de un gramófono.
—Imaginaba que estarías aquí. —Geneva parecía haberse materializado a su lado como un ser mágico que se hubiera escapado de su jardín. Al dirigirse a ella, Florence dio un respingo en el asiento—. ¿Te he asustado?
—Sorprendido, más bien —confesó la más joven de las dos mujeres—. Estaba distraída y no te he oído entrar.
—Es por las alfombras —explicó la otra, sonriendo—. La casa es vieja y cruje demasiado. Las alfombras amortiguan esos odiosos ruidos. ¿Puedo? —preguntó esperando a que Florence le hiciera un gesto para sentarse en la butaca frente a la suya, y extendió la mano para que le pasara el libro—. George MacDonald. Interesante elección.
—Mi tía Diana nos lo leía por las noches cuando éramos pequeñas. Supongo que este lugar me pone nostálgica y me pareció una elección adecuada.
—Como te comenté en mi carta, guardo algunos enseres personales de tu tía. Estoy segura de que a ella le gustaría que los tuvieras tú. —Florence torció un poco el gesto y desvió la mirada—. Pídemelos cuando te sientas preparada.
—No me malinterpretes, no estoy afectada por su muerte. Me temo que no estábamos muy unidas. La verdad es que siempre nos trató bien a mi hermana Felicity y a mí cuando éramos niñas, a pesar de que vivía aquí aislada de todo y de todos; incluso nos mandaba tarjetas por nuestros cumpleaños y regalos en Navidad. Pero cuando mi esposo y mi padre murieron, ni siquiera tuve noticias suyas. Sé que en esa época ya estaba enferma y, por lo que tengo entendido, tampoco su mente funcionaba muy bien… —Necesitó unos segundos para recomponerse—. Si me ves afectada es por culpa de este lugar, que me trae recuerdos de días más felices. La melancolía me abruma en algunos momentos.
—Te entiendo. Des Bienheureux tiene ese poder. Cuando compré la finca, me asaetearon esos mismos sentimientos. Fui muy feliz aquí hace muchos muchos años. Con Diana y Emilia.
—¿Te refieres a la señora Woodgate?
—Sí. Formábamos un curioso trío —contestó mientras la cara se le iluminaba y los ojos color de mar embravecido se volvían brillantes—. ¡Me gustaría tanto que llegásemos a ser amigas! —Geneva le tomó la mano y, aunque le sorprendió, no le resultó desagradable—. Si necesitas cualquier cosa, solo tienes que decírmelo; quiero que tu estancia aquí sea lo más agradable posible.
—Gracias —contestó Florence, y, en ese preciso momento, el enorme reloj de la biblioteca comenzó a marcar las campanadas. Echó un vistazo rápido al que tenía prendido de la solapa, gesto que no le pasó desapercibido a Geneva.
—Será mejor que suba a asearme —anunció la anfitriona—. Nos veremos en la cena.
Florence observó cómo se marchaba y sintió una leve angustia en el pecho. Una vez que la vio cruzar el umbral, dirigió su mirada hasta la mano que Geneva le había sostenido un momento antes. Podía sentir su tibieza, como si todavía siguiera en la habitación, donde aún flotaba el característico y dulzón aroma de su perfume de gardenias. Estaba empezando a entender la fascinación de Daisy por aquella mujer. De hecho, dudaba que hubiera un solo ser sobre la tierra capaz de ignorarla.
-6-
El futuro en sus manos
—Phyllis, prepárame el vestido negro, por favor. —La doncella acababa de terminar de peinarla, y Florence, sentada frente a un enorme tocador de madera con espejo en forma de tríptico, se untó con delicadeza un poco de vaselina en las pestañas.
—¿Cuál de todos, señora? Solo ha traído un vestido de noche de otro color.
—El de satén bordado con cuello alto.
—¿Está segura? Es de cuando todavía guardaba luto y creo que va a pasar calor con él. La señorita Daisy llevará uno en color rosa con tiras de lentejuelas bordadas y borlas brillantes; tiene mangas cortas, el escote bajo y…
—El negro, por favor —la cortó.
Apenas tardó unos cuantos minutos más en estar preparada y, cuando salió de la habitación, se encontró de frente con su hermana y la señorita Coddington, que, cogidas del brazo, iban charlando y riendo por el pasillo. Phyllis había dado en el clavo al recalcar la belleza del vestido de Daisy, que resultaba tan espectacular como su portadora.
—¡Florence! Justo ahora venía a buscarte —anunció tomándola del brazo—. Millie, querida, ¿te importaría ir bajando sola? Necesito tener unas palabras a solas con mi hermana.
—Por supuesto —contestó la otra muchacha, no muy convencida, aunque no solía poner en tela de juicio las órdenes de su amiga—. Mejor me adelanto y busco a mi tía.
—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó Florence entre susurros cuando el vestido azul cielo de Millie desapareció por la esquina.
—¿Por qué te has puesto ese vestido? Es de los que usas en casa —le recriminó Daisy con el gesto contrariado—. ¿No has traído nada nuevo?
—¿Eso es lo que querías decirme? ¿Que desapruebas mi estilo?
—Creo que está bastante claro que sí; sin embargo, lo que quería comentarte era algo de índole más… —dudó— personal.
—¿A qué te refieres?
—Puede que a los demás les pasara desapercibido, pero no pude evitar veros conversando antes.
—¿Nos viste? —Florence se ajustó los guantes con nerviosismo al tiempo que notaba cómo las palmas le empezaban a sudar a través de la tela. El corazón comenzó a martillearle en el pecho.
—¿Qué te pasa? Te has puesto pálida de repente.
—No me pasa nada.
—¿Estás angustiada?
—¡Claro que no! ¿Por qué habría de estarlo?
—¡Eres adorable! En cuanto has sabido que iba a hablarte del señor Townsend, te has sonrojado.
—¿El señor Townsend? —repitió Florence, confusa.
—No te hagas la tonta conmigo. Os vi bastante bien a los dos emergiendo de vuestro bucólico paseo. —Daisy se llevó las manos al rostro y pestañeó con exageración—. Se notaba que estabas muy a gusto.
—¡Y así era! Sterling es una compañía muy agradable. Aunque ahora acabas de fastidiarlo con tus atrevidos comentarios.
—¿Atrevidos? Pues si eso te ha parecido atrevido, espera y verás. —Daisy bajó el tono de voz hasta convertirlo en un leve susurro—: No te hagas demasiadas ilusiones con ese hombre, creo que tiene una aventura con la señora Siddell.
—¿Estás tratando de tomarme el pelo?
—No lo sé con certeza, es solo una corazonada. Vi cómo se tocaban con excesiva familiaridad durante el desayuno. —Ambas se quedaron calladas unos instantes, asimilando las palabras que acababan de liberarse.
—Bueno, no serían los primeros ni tampoco los últimos.
—¡Ella debe de sacarle más de veinte años! —exclamó Daisy intentando