Los hijos del caos. Pablo Cea Ochoa

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Название Los hijos del caos
Автор произведения Pablo Cea Ochoa
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730344



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hechas para ser utilizadas con un estilo de combate bastante agresivo. Su diseño me recordaba un poco a la espada que aquel niño le clavó en la pierna a Gerges en la visión.

      —¿Y se puede saber quién eres tú? —le pregunté fríamente cuando terminé de examinar las espadas, las cuales tenían sus hojas hechas con un material que no había visto nunca en mi vida.

      —Soy un enviado de los dioses y tengo muchos nombres, pero por el momento podéis llamarme Hércules. También soy hijo de Zeus, pero pertenezco a otra generación de semidioses, una mucho más antigua que la vuestra —explicó mirando de reojo a Kika.

      Todos nos miramos algo incómodos, pero emocionados en cierto modo por el hecho de tener aquellos objetos de tanto poder en nuestras manos. A Kika y a Cristina se las veía extrañamente tranquilas y emocionadas con todo aquel tema. Pero antes de hacerme algún tipo de ilusiones caí rápidamente en la cuenta de que los dioses no regalaban nada sin esperar algo a cambio.

      —¿Y por qué los dioses han querido que nos entregues estos objetos exactamente? Nunca dan nada gratis —pregunté intentando camuflar mi tono insolente todo lo que pude, que no era mucho.

      —Ya me advirtieron de lo insolentes y desagradecidos que seríais —respondió Hércules ofendido por mi insinuación—. Aunque he de admitir que no eres tonto, hijo de Hades —reconoció con una sonrisa pícara en el rostro—. Mucho me temo que estoy aquí para comunicaros que los dioses os quieren encomendar una tarea. Y es mi deber acompañar a los que aceptéis el encargo.

      —Y supongo que es una tarea sencilla, ¿no? —ironicé nuevamente y noté cómo Natalie me pisó con fuerza en el pie para hacerme entender que debía cortarme un poco a la hora de hablar.

      —La tarea consiste en reuniros con los demás semidioses restantes de vuestra generación, junto con sus actuales séquitos, y convencerles para luchar juntos contra los titánides, como hermanos que sois, para poder restablecer el orden en el mundo, acabar con este caos y así poder volver a empezar —detalló haciendo caso omiso a mi comentario.

      —Aunque quisiéramos hacerlo, ¿por qué iban a escucharnos? — pregunté con menos insolencia en mi tono de voz. En cualquier caso, yo no tenía ninguna intención de aceptar esa tarea suicida. Aunque me dieran las armas más bonitas del mundo, me seguiría negando a hacerles caso a los dioses.

      —Lo harán porque vosotros tres —dijo señalándonos a Kika, a Cristina y a mí— sois los hijos de los tres dioses más importantes. No sabemos si ellos aceptarán la tarea o si ya lo han hecho, pero lo que es seguro es que os escucharán. Siempre y cuando les habléis con respeto —aclaró mirándome de reojo y con desdén—. Además, según el oráculo del Olimpo, si consiguierais aliaros con ellos contaríais con un ejército de casi diez mil hombres y mujeres dispuestos a morir con tal de acabar con los inferis y sus creadores —terminó de decir, pero a mí todo me sonaba a cuento chino. Ya había tenido el trato suficiente con los dioses como para saber que nada de lo que dijeran sería verdad al cien por cien. Y a mí nunca me gustaron las medias tintas

      —¿Diez mil? —repitió Kika asombrada—. Bien, entonces lo haremos. Mañana emprenderemos la búsqueda de esos tales semidioses —afirmó la hija de Zeus, que parecía haberlo asimilado todo extrañamente rápido, igual que Cristina, que también aceptó encantada la proposición de Hércules sin saber dónde se metían ni lo que se les vendría encima al tomar esa decisión.

      Entonces yo miré a Natalie y al ver la expresión de su cara supe que se estaba planteando seriamente aceptar la petición. Cruzamos miradas y yo negué con la cabeza, tratando de convencerla, ya que ambos nos hicimos una promesa muy seria poco después de que murieran nuestras familias a manos de los titánides. Esperaba con toda mi fe que rechazara la oferta y devolviera el frasco con ese líquido tan raro. Pero no fue así.

      —¡Y yo! Yo también iré —aseguró Natalie decidida.

      Yo la miré sorprendido, ya que la promesa que nos hicimos constaba de dos partes: una, que nunca nos separaríamos, pasara lo que pasara; y segundo, que no nos meteríamos en este tipo de asuntos de dioses y monstruos. Así que ahora todos me miraban a mí impacientes. Yo no quería aceptar, pero si Natalie iba yo también. No podía alejarme de ella.

      —Está bien —concedí resoplando y todos se alegraron de escuchar esas palabras. Todos, menos yo. Sabía que me acabaría arrepintiendo de tomar esa decisión.

      —¡Bien! ¡Muy bien! —gritó Hércules eufórico y acto seguido volvió a meter sus huesudas manos en su túnica para sacar un mapa enorme, que tuvo que extender en el suelo, cerca de la hoguera, para que pudiéramos verlo bien.

      Era un mapa de todo el mundo y, según él, los semidioses de nuestra generación estábamos todos en Europa aunque algunos de ellos no fueran europeos. Hércules dijo que, si el oráculo del Olimpo no se equivocaba, había una chica china, un chico sudafricano y otro sudamericano, pero el resto estábamos todos en Europa: Inglaterra, Noruega, España, Francia y, obviamente, Grecia.

      —¿Y tenemos que encontrarlos a todos? —preguntó Natalie confusa. Eso era algo que también me preocupó en un principio, cuando vi el mapa del mundo. Si tuviéramos que viajar por el mundo para reunir a todos esos semidioses tardaríamos muchos años en lograrlo.

      —Si así fuera moriríamos todos antes de terminar de reunirlos. No, a ellos también se les han enviado emisarios. Todos acabarán por acudir a la reunión en el punto acordado, donde varios de vosotros os criasteis y pasasteis gran parte de vuestras vidas. Justo aquí —dijo el viejo señalando con el dedo un punto en el centro de España.

      —¿Y qué lugar es ese? —quiso saber Cristina, que era de nacionalidad francesa, aunque sabía hablar varios idiomas con muchísima fluidez. A ella también la conocí en los mismos campamentos que a Kika. Es más, en la foto que tenía con Kika montando a caballo ella aparecía con nosotros. Siempre fue su mejor amiga dentro del campamento, aparte de mí. Y en aquella época había muchas cosas que me indicaban que ellas dos ya se conocían desde hacía mucho tiempo, pero ninguna de las dos habló nunca de ese tema con nadie.

      —Yo sé dónde está eso. Estuve allí una vez —anunció Kika mirándome de reojo y haciendo referencia a aquel día en el que le partí la nariz a su ligue.

      —Sesenya… —tercié yo, que empecé a ir encajando las piezas del puzle que tanto tiempo llevaba desarmado dentro de mi cabeza. Parecía como si toda mi vida hubiera sido una sucesión de coincidencias enormes que me habían llevado hasta este preciso momento, obligado a aceptar una misión que me llevaría al lugar en el que había pasado toda mi infancia y mi adolescencia.

      CAPÍTULO 5

      El paso de las montañas

      PERCY

      La mañana del día siguiente era muy oscura, como todas las demás, pero a pesar del mal tiempo todo se encontraba tranquilo, sin tormentas previsibles. Me preguntaba a dónde habían ido a parar las nubes negras que había visto en la mañana anterior, ya que en ningún momento llovió a lo largo del día.

      —Vamos, pongámonos en marcha antes de que se ponga a llover. No me gustaría caminar estando calada hasta los huesos —dijo Kika mientras terminaba de desmontar su tienda con la ayuda de Cristina y de Hércules, que les sujetaba las bolsas de utensilios para supervivencia, en las que seguramente llevarían lo mismo que Natalie y que yo: cuerdas, potabilizadores de agua, algunos arneses y bastones para andar, aparte de algún mechero o utensilios para hacer fuego.

      —En marcha pues —añadió Hércules, que había optado por sentarse un momento antes de salir en el tocón cortado más próximo a los restos de la hoguera que hicimos la noche anterior.

      Tardamos más de diez minutos en recogerlo todo y en ponernos en marcha. Aunque ninguno sabíamos exactamente dónde estábamos, por los paisajes y carreteras yo llevaba tiempo creyendo que sería una zona del norte de Europa, tal vez al sur de Alemania, pero me era imposible saberlo sin ver una ciudad o carteles y sin disponer de GPS, los cuales dejaron de funcionar a