Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
—Kika… —le dije mientras intentaba erguirme para tratar de ahorrarle trabajo.
—Dime —respondió ella mientras resoplaba una y otra vez debido al esfuerzo que le suponía ayudarme a andar.
—Siempre me lo he preguntado, pero nunca te lo he dicho… ¿Quién eres? ¿Quién eras en realidad? Porque nunca me has hablado de tu pasado o de tu infancia y tampoco me has contado nada acerca de tus padres o del sitio en el que vivías antes del estallido —le pregunté, haciendo referencia al día en el que la amenaza de los inferis estalló de golpe en todas las ciudades y pueblos del mundo al mismo tiempo.
—Esa historia me la guardo para otro momento. Mejor cuando no te tenga que llevar encima, ¿te parece? —propuso ella, que seguía hablando con gran dificultad.
—Está bien, pero hazme un favor y procura no contarle nada de esto a Natalie, ¿sí? —le pedí preocupado, a lo que ella asintió y seguimos caminando. Poco a poco fui pudiendo hacerlo por mí mismo, lo cual fue un tremendo alivio para Kika.
Mientras regresábamos hacia las tiendas ninguno de los dos volvió a decir ni a comentar nada. Nos limitamos a andar y a hacer como si nada hubiera pasado durante los últimos veinte minutos.
Al llegar a los alrededores del campamento todo estaba en absoluto silencio, demasiado silencio. No se escuchaba la radio de Cris, que solo tenía interferencias, pero que, según ella, le ayudaba a poder dormir. Tampoco se escuchaba a Natalie partir ramitas para avivar el fuego de la hoguera, que desde lejos parecía más pequeño y apagado de lo normal.
—Saca las armas —ordenó Kika sin miramientos. Ella también intuía que ocurría algo en el campamento. Eso me confirmó que no era solo mi imaginación.
—No llevo nada encima. Solo tenemos el arco y los cuchillos de Natalie —respondí mientras rebuscaba en todos los bolsillos interiores y exteriores de mi abrigo sin encontrar nada.
—Pues improvisa —me replicó, así que rápidamente cogí la espada de su cinturón antes de que ella la desenvainara.
Kika me miró raro por haberle quitado su arma, pero a mí me dio igual y empecé a gritar los nombres de Natalie y de Cristina a pleno pulmón. Kika intentó hacerme callar, pero la aparté hacia un lado con la mano y seguí gritando para llegar al epicentro del campamento.
—¡Estamos aquí! —respondió Natalie en cuanto nos vio a lo lejos.
Nos aproximamos por entre las tiendas algo más relajados, pero volvimos a ponernos tensos cuando vimos que ella y Cristina estaban sentadas frente a la hoguera junto a un hombre bastante mayor, que estaba situado entre ellas dos.
—Adelante, sentaos. Os estábamos esperando —dijo el viejo mirándonos mientras sonreía pícaramente, algo que no nos inspiró nada de confianza ni a mí ni a Kika, que acababa de coger un palo bastante largo del suelo para arremeter contra el extraño.
CAPÍTULO 4
Historias alrededor del fuego
PERCY
El viejo tenía el pelo gris, enmarañado y despeinado. Le llegaba hasta los hombros y le tapaba gran parte de la cara. Tenía muchísimas arrugas y cicatrices por toda la cara e iba vestido con una larga túnica blanca y amarilla, que llevaba enrollada sobre sí mismo y que le llegaba hasta los tobillos. Sus pies estaban cubiertos por unas sandalias de cuero viejo. Parecía una persona sabia desde fuera, pero había algo en sus ojos verdes que no me inspiraba nada de confianza.
—No me fío, Kika —le susurré mientras seguía sosteniendo en alto su espada en dirección al viejo. A pesar de su extraño aspecto y de su mirada de cachorrito perdido, seguía siendo un extraño. Y siempre se debe desconfiar de los extraños.
—Haces bien al desconfiar de los desconocidos, pero solo he venido a hablar con vosotros, así que te agradecería que bajaras y envainaras esa espada, muchacho —comentó el viejo. Yo me quedé inmóvil, esperando a que alguien dijera algo al respecto o que alguna de las chicas aportara algo de sentido común a la situación.
—Tranquilo, no pasa nada. No nos hará daño —me dijo Natalie muy convencida, lo cual de por sí ya era extraño—. Además, sabe cosas… —añadió para terminar.
Al escuchar ese último comentario me descoloqué un poco y relajé mi postura, porque sabía perfectamente a lo que Natalie se había referido. Entonces Kika aprovechó ese momento para arrebatarme la espada con mucho ímpetu y tras eso nos quedamos en silencio. El viejo nos miró a cada uno de nosotros de arriba abajo, muy detenidamente y con ojo crítico, lo cual me incomodó bastante.
—Sois especiales. Lo sabéis, ¿no? —señaló el hombre entusiasmado cuando terminó de analizarnos, a nosotros y a nuestro físico.
—¿Especiales? ¿En qué sentido? —preguntó Kika, aunque yo ya me estaba oliendo por dónde irían los tiros tan solo con fijarme en la cara de Natalie. Yo ya había dejado claro en cientos de ocasiones que no quería tener absolutamente nada que ver con las cosas de las que nos iba a hablar el viejo, pero igualmente seguí escuchándole. Quería oír lo que tuviera que decirnos.
—Sois especiales en todos los sentidos —respondió él muy pausadamente y deslizó su mano derecha hacia el interior de su túnica para sacar algo de allí. —Al ver como movió la mano yo me puse muy tenso y Kika agarró con fuerza el desgastado mango de su espada. Cuando el viejo se fijó en nuestras reacciones se rio y volvió a hablar—. No es sano que tengáis tanta desconfianza en un pobre anciano —afirmó irónicamente—. Es más, debería desconfiar yo más de un licántropo que se encuentra en medio del bosque con tres chicas jóvenes —siguió diciendo mientras me miraba al soltar esa insinuación tan horrible.
—¿Qué? espeté mientras me aproximaba al hombre de forma amenazante, sacando pecho y con los brazos hacia atrás. Pero él ni se inmutó. Siguió hablando de una forma tranquila y sosegada.
—Bien, si todos estamos de acuerdo en que puedo hablar —empezó a decir mientras se levantaba—, observad el pasado.
Sacó un montón de polvo negro de su túnica y lo arrojó a la hoguera. Al instante una nube de humo negro, mezclada con brasas y tierra, empezó a salir de la hoguera y a rodearnos hasta dejarnos sin visión.
Cuando la nube se disipó por completo, nos encontramos en otro lugar muy diferente. Estábamos justo en medio de lo que parecía ser una pradera, bajo un cielo azul claro y sin nubes. Y no tardamos mucho en percatarnos de que cerca de nosotros estaba teniendo lugar una pequeña batalla entre lo que parecían ser varios chicos y chicas de nuestra edad y una horda enorme de inferis.
—Esta fue la más importante y la única vez que se creó la Resistencia de Semidioses —explicó el viejo como si estuviera narrando una historia para niños. Kika y Cristina estaban alucinando; no entendían lo que había ocurrido o por qué estábamos en ese sitio. Supuse que esa era la primera vez que habían visto a alguien hacer magia o algún hechizo.
De repente notamos cómo el suelo empezó a temblar bajo nuestros pies y cómo se iba resquebrajando poco a poco. Los chavales dejaron de pelear contra los inferis por un momento, ya que varios de los muertos cayeron en las grietas que se habían abierto en el suelo, acompañados por un par de aquellos adolescentes.
Un fuerte destello de luz blanca apareció y desapareció en medio de la pradera y cientos de metros de hierba quedaron abrasados y calcinados. Entonces una figura gigantesca y bastante parecida a un humanoide apareció en el campo de batalla. Natalie y yo nos miramos durante un par de segundos y nos quedamos helados al ver la silueta del gigante.
—¿Gerges? —alcanzó a decir Natalie, aún intentando recuperarse del shock. Cristina y Kika no entendían