Los hijos del caos. Pablo Cea Ochoa

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Название Los hijos del caos
Автор произведения Pablo Cea Ochoa
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730344



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llegó hasta nosotros todos me miraron expectantes, esperando a que diera un paso al frente, pero yo no reaccioné hasta que vi la cara con la que me estaba mirando Natalie. Entonces resoplé y dejé caer al suelo mis espadas para acercarme al montón de huesos y cenizas en silencio. Al ver cómo se recomponía a partir de la nada, Hércules silbó de nuevo y yo miré a las demás y me percaté de que el viejo tenía una amplia sonrisa dibujada en la cara. Escuché cómo detrás de mí empezaron a sonar unas fuertes pisadas.

      Al girarme de nuevo vi a una especie de inferi enorme que se acercaba a mí, con su típica piel grisácea, como todos, pero este era bastante corpulento, una característica que nunca habíamos visto ninguno en los inferis, ya que normalmente todos rozaban los límites de la delgadez extrema. Tenía también todo el cuerpo lleno de bultos extraños. El monstruo medía casi dos metros y comparado con él yo tenía la estatura de un niño grande. Ninguno habíamos visto nada igual antes. Era algo bastante aterrador.

      No obstante, cargué contra el monstruo antes de que él pudiera hacerlo conmigo y, a pesar de tener una constitución esbelta, me sorprendí de lo fácil que me resultó detenerle. Y pareció que al inferi también le sorprendió, así que aproveché para agarrarle del cuello y empecé a apretar y apretar hasta que noté que sus músculos y huesos muertos empezaban a ceder. Entonces apreté con todas mis fuerzas y con una rabia desmedida, lo cual hizo que el cuello del monstruo estallara y que su cuerpo se separara de su cabeza.

      Las chicas gritaron durante unos segundos cuando el monstruo estalló y yo me empapé de su sangre negruzca y podrida, como la que tenían todos los inferis. Tras eso me giré y miré a los demás, un poco asqueado conmigo mismo, pero satisfecho y orgulloso en la misma medida. Hércules seguía con esa sonrisa pícara en su cara, que no me gustaba en absoluto. Sabía que verle sonreír así no era una buena señal, así que me volví a girar para mirar el cadáver del inferi y vi que estaba en pie de nuevo, con la cabeza en su sitio y sin ninguna cicatriz visible.

      Me quedé muy confundido, igual que los demás, pero volví a reaccionar antes de que se abalanzara sobe mí y me tiré sobre él. Esta vez llevé mis manos a ambos lados de su cabeza para volver a apretar con todas mis fuerzas. A los pocos segundos se escuchó un fuerte crujido y su cabeza estalló y se abrió como un coco, pero igualmente el monstruo se recompuso tras varios segundos y esta vez consiguió atizarme en la cabeza con sus enormes manazas.

      El golpe, extrañamente, no me dolió demasiado a pesar de la magnitud del monstruo. Es más, casi ni lo sentí, pero eso hizo que me enfadara y empecé a notar cómo ese calor que sentí la otra noche con Kika hacía que me volviera a arder el estómago, que mis músculos se hincharan y se cubrieran de pelo negro y que varios de mis dientes crecieran a medida que iba matando al monstruo una y otra vez.

      Lo intenté de todas las maneras posibles: arrancándole las extremidades de cuajo, las cuales siempre le volvían a crecer; dándole golpes por todas partes y tirándole al suelo, pero siempre se levantaba. Hasta metí mi mano con garras en su pecho y conseguí extraerle su podrido corazón, lo cual fue bastante sádico y macabro, pero siempre se volvía a levantar, independientemente de cómo le matara. Justo cuando creí que iba a estallar de la ira escuché la voz de Natalie, que siempre había sido muy suave y rasgada al mismo tiempo, pero también muy dulce.

      Sin yo quererlo, cerré los ojos mientras veía cómo el muerto se aproximaba corriendo hacia mí e involuntariamente levanté mi brazo derecho justo en el momento en el que lo tuve delante. Cuando me di cuenta de que notaba una sensación rara en la mano, abrí los ojos y vi que en ella tenía una de mis espadas, la cual acababa de atravesar el pecho de la bestia como si fuera mantequilla. Desconcertado al ver que empuñaba un arma, la solté de golpe y esta cayó al suelo, junto con el cuerpo del inferi. Pero me quedé aún más confundido al ver que de la boca del muerto salía una pequeña neblina blanca y que se metió dentro de la hoja de doble filo de la espada, la cual se iluminó cuando el vaho procedente del inferi se introdujo en ella.

      —¿Qué ha sido eso? —le pregunté a Hércules pidiéndole una explicación. También me sorprendí al ver que podía vocalizar y que mi cuerpo había vuelto a ser el que siempre había sido, sin pelo, sin colmillos y sin garras.

      —Pues eso ha sido que el alma del no muerto se ha metido en tu espada, porque cuando tu padre le pidió a Hefesto que las forjara usó… —intentó responderme el anciano. Parecía que toda esa situación le resultaba sumamente graciosa, pero yo no le dejé terminar la frase sin antes cogerle agresivamente de la toga e interrumpirle.

      —¡No me refería a eso, viejo cabrón! —le grité amenazante y con el puño en alto, pero entre Natalie, Kika y Cristina consiguieron separarme de él.

      —Vamos, ya está. Venga, Percy, respira y relájate. Vente a comer algo con nosotras, ¿sí? —me dijo Natalie mientras me llevaba de la mano a sentarme en una roca.

      Cuando se me quitó la adrenalina del cuerpo me uní a ellas y todos comimos en el silencio más absoluto. Mientras comíamos, Hércules me miró de reojo un par de veces y yo instintivamente le enseñé los dientes y le gruñí. Por supuesto, sin que Natalie me viera hacerlo.

      —Tenemos que avanzar y bajar la montaña. Encontraréis un camino de bajada a un par de kilómetros si seguís esa dirección —nos explicó, señalando en dirección suroeste, una vez que todos terminamos de almorzar—. Si nos ponemos en marcha, cuando caiga la noche le sacaremos una buena ventaja a ese grupo de muertos que nos siguió ayer. Seguramente nos sigan el rastro durante días, tal vez semanas, así que tendremos que ocultarnos de ellos como hoy y rezarles a los dioses para que haga buen tiempo —manifestó el emisario poniéndose en pie—. Os espero abajo —se despidió antes de dar la vuelta a una roca y desaparecer de nuevo.

      Nos quedamos en silencio, empezamos a recoger nuestras cosas y cuando terminamos nos colgamos las mochilas a la espalda y anduvimos en la dirección especificada. Nadie habló con nadie durante un buen rato, al menos hasta que encontramos la bajada a la que se refería Hércules, que no era exactamente un camino, como nos había dicho. Eran más bien un montón de piedras que formaban una especie de escalera descendente muy resbaladiza, la cual nos fue bastante difícil de bajar y nos llevó bastante tiempo y paciencia.

      A medida que bajábamos saltando de roca en roca, íbamos intentando no caernos, pero tarde o temprano acabábamos resbalando, aunque sin ninguna consecuencia grave. Nada más allá de un par de cortes y moretones. Cuando conseguimos llegar a los pies de la montaña ahí estaba Hércules, esperándonos justo en el punto en el que comenzaba una gran extensión de tierra cubierta por más árboles de lo normal.

      Al llegar y encontrarnos con él no nos dijo nada; simplemente, se puso un poco por delante de nosotros y empezó a caminar en silencio y el resto le seguimos. Después de lo ocurrido esa mañana parecía que nadie estaba de humor para hablar con nadie. Ni siquiera Kika y Cristina se hablaban entre ellas. Aparte de eso, las chicas se esforzaban para que no se les notase, pero todas, incluso Natalie, trataban de evitarme. Yo no quise hacer o decir nada al respecto; me parecía completamente comprensible después de lo que habían visto. Yo tampoco me hablaría si fuera una de ellas.

      Cuando llevábamos caminando un par de horas nos dimos cuenta de que a lo lejos, en dirección norte, se empezaban a divisar varios grupos de nubes negras que amenazaban con traer tormenta. Esas nubes no tardarían mucho en cubrir el sol, lo que les daría vía libre a los inferis para poder perseguirnos. En general, a esos monstruos les resultaba muy perjudicial el contacto con la luz del sol porque tras unos cuantos minutos expuestos a ella comenzaban a descomponerse más rápido de lo normal y se quedaban reducidos a una especie de papilla de piel y sangre ennegrecida. Era una mezcla muy asquerosa y que olía fatal, la cual, por cierto, era bastante complicada de quitar de la ropa.

      Tras comer me había echado agua de mi cantimplora para beber y limpiarme la cara y los brazos, pero de ninguna manera conseguí eliminar la sangre de mi ropa, así que la tiré y ahora andaba con la ropa que le sobraba a Natalie, que era bastante parecida a la mía, pero algo más estrecha.

      Cuando las nubes acabaron por cubrir el sol completamente nos vimos obligados a acelerar el paso y empezó a hacer un frío horrible. Todos nos pusimos todo