Название | Los hijos del caos |
---|---|
Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Al pensar en eso me di cuenta de lo lejos que habíamos llegado Natalie y yo con tal de escondernos y de huir de los inferis y también pensé en la increíble y extraña coincidencia de habernos encontrado a Kika y a Cristina y que, además, yo las conociera y que ellas también fueran como nosotros. Era demasiada casualidad, incluso para los dioses que, según Hércules, se pusieron de acuerdo para que varios de sus hijos se conocieran por si ocurría una catástrofe como la que acabó ocurriendo a pesar de que varios nos conociéramos.
En torno al mediodía paramos unos minutos a descansar para comer. Natalie hablaba con Cristina de algún tema relacionado con los idiomas, ya que la había escuchado hablar en lo que creí que era polaco con Kika. Mientras, esta última hablaba con Hércules sobre su padre, ya que en cierto modo ellos dos serían como hermanastros.
Yo, entre tanto, me bebí el caldo que había preparado Natalie improvisadamente con un poco de la carne del cervatillo del otro día y después me puse a limpiar y afilar las espadas que me había entregado Hércules. Aunque intentaba no empuñarlas durante demasiado tiempo, ya que una sensación muy siniestra y que no me gustaba nada invadía mi cuerpo cuando lo hacía.
—Deberíamos continuar hacia las montañas que se ven en el horizonte. Será un camino largo y agotador, sobre todo para mí, pero una vez allí encontraremos refugio para dormir y pasar la noche —propuso Hércules mientras caminaba apoyando levemente su peso sobre un bastón de madera muy grueso.
Aquellas eran unas montañas muy altas, con subidas empinadas y rocosas, y yo juraría que nunca las había visto antes a pesar de que llevábamos un par de semanas moviéndonos por esos bosques y sus alrededores.
Tras varias horas de caminata llegamos exhaustos a los pies de las montañas y vimos que no había ningún camino de ascenso que pudiéramos tomar para subir.
—Tendremos que escalarlas. Rodeándolas tardaríamos demasiado tiempo y el tiempo es esencial, así que os espero en la cima —dijo Hércules desde detrás de nosotros, ya que era el más lento y siempre caminaba siendo el último.
Pero cuando nos giramos para contestarle este había desaparecido como por arte de magia. Nos miramos entre nosotros y finalmente optamos por intentar escalar hasta llegar a la cima, aunque a ninguno le hacía gracia, en especial a Natalie, a la que desde siempre le habían dado pánico a las alturas. Era un miedo que seguía conservando desde que era pequeña.
El ascenso era sumamente complicado y costoso, con muchos matojos, tierra resbaladiza y rocas de por medio, pero como Kika y Cristina iban más adelantadas que nosotros Natalie y yo nos distrajimos hablando un poco mientras subíamos, ya que a ambos nos venía bien el no pensar en todas las preocupaciones que rondaban dentro de nuestras cabezas.
—¿Entonces nunca antes habías salido de España? —me preguntó mientras trataba de subir a duras penas una roca de un tamaño considerable y hacía lo que podía con tal de no mirar hacia abajo.
—Pues la verdad es que no. Nunca me dejaron. Solo salía a los campamentos. No llegué a salir hasta que empezó toda esta locura —respondí mientras buscaba un nuevo punto de apoyo para mis pies entre tantas rocas.
—No te ofendas, pero tu familia siempre fue un poco extraña y se comportaba fatal contigo. Tampoco eras tan malo —me comentó ella entre risas y yo también me reí un poco, pues ambos sabíamos que sí que era tan malo.
Entonces me empezó a doler de nuevo la cabeza. Era un dolor tan sofocante como el que sentí la noche anterior con Kika en el bosque. Cuanto más me intentaba aguantar más me mareaba y me tambaleaba a pesar de estar haciendo uso de toda mi fuerza para sujetarme en las rocas. Natalie se dio cuenta de mi mareo e intentó ayudarme a sujetarme hasta que se me pasara, pero cuando trató de volver a su posición anterior resbaló con uno de sus pies y estuvo a punto de caer al vacío. Realmente no sé cómo lo hice, pero pude reaccionar justo a tiempo para agarrarla de la muñeca y que no se despeñara.
—¡Súbeme! ¡Súbeme! —gritaba Natalie histérica al darse cuenta de la altura a la que nos encontrábamos. Con una enorme facilidad pegué un fuerte tirón y la coloqué de nuevo en la pared, como si tuviera el mismo peso que una pluma. Ella tardó un buen rato en recuperarse del susto, pero cuando recobró el habla después de hiperventilar me dio las gracias—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo me has subido así? —me preguntó extrañada y confundida.
—Si te digo la verdad, no lo sé. Ha sido todo muy rápido y no lo tengo claro, pero supongo que tendrá algo que ver con lo de ser licántropo —contesté mientras le enseñaba la palma de mi mano, en la que estaba empezando a desaparecer pelo negro.
—Bueno, sea como sea, ambos vamos a tener que ir aceptando lo que somos y lo que eso conlleva —afirmó ella en un tono de voz muy firme y decidido—, así que vamos a tener que hacer sacrificios si queremos devolver un poco de orden al mundo. —Yo hice una mueca con la cara, muestra de mi desaprobación—. Mira, sé lo que prometimos y que estás un poco cabreado conmigo por obligarte a seguirme de esa forma, pero piénsalo fríamente. Si tenemos la oportunidad de cambiar el mundo, de cambiarlo de verdad, ¿acaso no merece la pena intentarlo? —me preguntó mientras seguimos subiendo. Cuando terminó de hablar yo me detuve para contestarle.
—Depende del precio a pagar —respondí. Como ella me miró como si no entendiera a lo que me refería, yo seguí hablando—. Sí, llámame egoísta o inmoral, pero a mí el resto del mundo me da exactamente igual. Tú y yo somos lo único que realmente me importa en este momento. Y si esta supuesta misión se llevara consigo la vida de alguno de los dos… —continué mi argumentación intentando hacer que entendiera mi egocéntrica pero práctica manera de ver las cosas. Aunque Natalie y yo hubiéramos compartido muchas cosas con los años, nuestras maneras de pensar no podían ser más diferentes la una de la otra.
—Ya, bueno. ¿Y qué quieres que hagamos entonces? ¿Quedarnos en los bosques hasta hacernos viejos e inútiles? ¿Dedicar nuestras vidas únicamente a cazar, dormir y huir de todo porque no somos lo suficientemente fuertes? —respondió ella algo indignada—. Yo no pienso vivir más así si hay otra opción mejor —me dejó claro, tratando de hacerse respetar.
—Pues yo lo siento, pero me cuesta mucho dar la cara por unos dioses que no dan nada por nosotros. Nos dan siempre lo necesario para que hagamos lo que quieren, pero luego tú necesitas su ayuda o les pides algo y pasan de ti, con esos aires de superioridad, cuando realmente son ellos los que nos necesitan a nosotros y no al revés. Y sabes bien que las cosas son así y que no van a cambiar, así que si decides seguirles el rollo bien, yo te seguiré a ti, pero no esperes que lleve una sonrisa en la cara entre tanto —contesté algo cabreado.
—Mira, ninguno de los dos nos merecemos las cosas que nos han pasado, pero eso no es excusa para no querer ayudar cuando puedes hacerlo —me dijo mirándome a los ojos cuando paró de escalar—. Pero si te quedas que no sea solo por mí, que sea por ti también, para poder construir de la nada y del caos que dominan el mundo una tierra en la que podamos vivir tranquilos y sin miedo de saber si al día siguiente estarás vivo o muerto. No sé tú, pero yo ya estoy cansada de eso. Así que no te quejes tanto, porque has sido tú el que ha elegido estar aquí. Y si no quieres, deja de hacerte el enfadado y vete —añadió alzando bastante el tono y cuando terminó de hablar siguió subiendo la montaña.
Siempre había sido una chica de armas tomar, con un carácter fuerte aunque inestable en muchos sentidos; pero tenía buen corazón y, aunque le costara decírmelo, me quería. Y yo a ella. Así que resoplé varias veces, alcé la mirada y la seguí en la subida.
Habíamos estado hablando durante un buen rato, porque Kika y Cristina nos sacaban un buen tramo de ventaja. Esa pared que pretendíamos subir era bastante empinada, incluso hubo varios tramos en los que la inclinación rozaba los noventa grados respecto al suelo. Fue en esos tramos en los que Natalie se quedó parada y comenzó a hiperventilar de nuevo, pero siempre acababa por superar su miedo y seguía adelante.
Esa era otra de las muchas cosas que me gustaban de ella. Yo nunca tuve esa predisposición y esa facilidad mental para enfrentarme