Название | Sielf y la legión de los guardianes |
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Автор произведения | Briggette Rodriguez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878719795 |
—Escuche señor, no debería estar aquí —dijo el líder —. En el castillo deben estar como locos buscándolo, le sugiero que usted y su amiguita salgan de aquí. Este no es un lugar para jugar.
—¡El dragoncillo no les pertenece! —exclamó Sielf.
—Tienes razón, no me pertenece... aún —dijo el sujeto con soberbia —, así que déjennos trabajar.
—¡Jamás! —gritó enérgicamente el niño.
Al terminar de decir esta palabra, tras un feroz rugido varios jinetes fueron inesperadamente embestidos por un dragón adulto color marfil que había traspasado la barrera y con la cola golpeó a todos los de la caballeriza provocando que huyeran junto a sus lobos de aquel lugar.
—¡Corran! —gritaron las voces.
—¡Príncipe vuelva aquí! —suplicaron desde lejos pero el niño no los escuchó.
—¡Es un dragón errante come dragoncillos! ¡Corre! —gritó el pequeño sujetando a Sielf de la mano en dirección a unas ruinas donde podrían refugiarse pero la pequeña se volvió y miró al dragón del que escapaban. Notó que no solo se mantenía quieto sino que tampoco manifestaba intenciones de atacarlos.
—¡Aguarden! ¡No quiere atacarnos! —opinó deteniéndose antes de entrar al escondite.
—¿¡Qué haces!? ¡Socorrista de Dragoncillos! ¡Te matará! —exclamó el niño observando el momento en el cual la valiente niña se acercó a la fiera. Al instante la criatura se transformó en una mujer de cabellos blancos con vestido color marfil.
—¡Es una bruja! ¡Igual que la odiosa Vala! —advirtió el pequeño al ver el cambio —¡No te acerques!
—Queridos, no teman —dijo la misteriosa mujer haciendo una reverencia —. No estoy aquí por ustedes o el dragoncillo y tampoco es la primera vez que visito estos jardines, de hecho los conozco desde hace tiempo. Estoy aquí porque en él existen flores que encierran néctar mágico donde encuentro la materia prima de mis pociones —explicó con voz pausada —, en cuanto vi a esos hombres y lo que pretendían hacer con el dragoncillo no pude evitar darles un escarmiento, por eso me transformé en dragón errante para ahuyentarlos y ayudarlos a ustedes a escapar pues tampoco estoy a favor de la cacería de estas criaturas y de ninguna otra. Por lo tanto, no soy como Vala, al contrario, me avergüenza que hechiceras como ella usen su magia para malos fines. ¡Qué decepción que existan individuos como ella y esos cazadores! No obstante, debo admitir que me devuelve la esperanza encontrar seres como ustedes que no solo protegen a estas criaturas sino que también las respetan.
—Agradecemos tu ayuda —dijo Sielf esbozando una sonrisa.
—No fue nada —contestó la mujer —Será mejor que se apresuren y liberen al dragoncillo antes de que manden a los soldados del reino, si siguen aquel pasaje encontrarán el lado opuesto de la barrera donde aguarda la madre de la criatura.
—No podemos usar ese pasaje, hay barrotes en la entrada —se quejó el pequeño.
—No ahora —murmuró la mujer mirando en esa dirección —, pueden seguir su camino.
—¿Y tú, adónde irás? —preguntó Sielf —Ten cuidado, no dejes que te encuentren.
—Por ahora me iré, empero pienso volver pronto, cuando haya terminado de elaborar una poción que ayudará a esos dragoncillos... —aseguró.
—¿Qué clase de poción? —preguntó el pequeño con interés.
—Una que logrará destruir el encantamiento que mantiene esta barrera antidragones y atrapa dragoncillos.
—Quiere decir que... —dijeron ambos pequeños con rotunda alegría.
—Así es... Yo y varios hechiceros amigos míos, estamos cerca de hallar la forma de destruir ese encantamiento junto con esa torre.
—¡Ese día tendrán todo mi apoyo! —exclamó el niño.
—Serás el primero en saberlo —aseguró la mujer.
—Socorrista de Dragoncillos ¿tú también vendrás? —le preguntó el pequeño a Sielf.
—¡Por supuesto!, me encantaría —dijo con entusiasmo, luego hizo una pausa —Pero... no sé si pueda... —murmuró.
—Ánimo pequeña, siento una gran fuerza y misterio en ti, en especial valentía. Gracias a tu coraje el dragoncillo está vivo y eso jamás será olvidado... —comentó la mujer despidiéndose —Ya saben el camino a seguir.
—Adiós —se despidieron los pequeños llevando al dragoncillo, retomando su andar rumbo a las escaleras que descendían y conducían al pasaje. Efectivamente la entrada ya no tenía barrotes de manera que pudieron ingresar y con ayuda de una antorcha iluminaron el camino a seguir.
Al cabo de un rato hallaron las escaleras que ascendían hacia la salida, allí se toparon con la barrera, una especie de escudo que envolvía todo el lugar apartando el bosque.
—¡Rayos! —exclamó de repente el niño —¡Las varillas de plata no están! —dijo alarmado mientras las buscaba en sus bolsillos.
—¿Estás seguro? —preguntó Sielf.
—Sí, no están ¿ahora qué haremos Socorrista de Dragoncillos?
—Tranquilo, tengo algo que quizás pueda servir —dijo mostrando uno de sus aretes de plata —esto perteneció a mi madre, es de plata, seguramente servirá.
—De ninguna manera. Debe haber otra forma —se negó el niño tras pensar en lo significativo que podía ser ese objeto para la pequeña —, debemos volver y buscar las varillas.
—Insisto —dijo Sielf mirándolo con firmeza —, no hay tiempo, me sentiré feliz de que lo uses.
El pequeño hizo silencio, la miró fijamente y aceptó. Con sumo cuidado ató el arete en un pedazo de cuerda que luego colocó alrededor del cuello del dragoncito a modo de collar. Entonces todos se miraron, había llegado el momento de despedirse.
—Eres libre —dijo Sielf acariciando la cabeza del dragoncillo —. Ahora estarás a salvo.
—Ve con tu madre, amigo —lo invitó el pequeño.
—Gracias, no los olvidaré —dijo la criatura adelantándose unos pasos y antes de cruzar la barrera se volvió para mirarlos por última vez. Luego cruzó y las luces celestes y azules del cerco iluminaron los rostros de Sielf y del príncipe, en expresiva felicidad. Un rugido de la madre del dragoncillo dándole la bienvenida a su hijito con caricias, los convenció de haber obrado con justicia. Poco después observaron que los dragones alzaban vuelo juntos.
—Este fue el día más fascinante de toda mi vida —exclamó el niño mientras volvía al lado de Sielf por el mismo camino que habían tomado para llegar a la frontera del bosque.
—¿En serio?—preguntó Sielf. En cambio para mí fue súpermegahiperarchifascinante.
—¿Y eso qué significa? —le preguntó el príncipe en cuanto la vio reír —... la verdad es que no lo hubiese logrado solo y por eso te debo las gracias.
—Fue trabajo en equipo —comentó la pequeña —y ambos dimos nuestro mejor esfuerzo.
—Sí —afirmó el niño —, perdóname por haberte gritado en un principio.
—¿A eso le llamas gritar?, si escucharas hablar a mi tía Virginia sabrías lo que es gritar —comentó Sielf.
—Si es así procuraré no tener que visitarte.
—…y eso no es todo, en esa casa también se encuentra la morada de Mosa… —murmuró la pequeña con intenciones de asustar al niño —una criatura peluda, de cuatro patas y con mucha saliva.
—Hummm...,