Sielf y la legión de los guardianes. Briggette Rodriguez

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Название Sielf y la legión de los guardianes
Автор произведения Briggette Rodriguez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878719795



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Socorrista de Dragoncillos.

      —¿Socorrista de Dragoncillos?... —murmuró la pequeña —eso no suena tan mal —dijo esbozando una leve sonrisa —, aunque todavía no me has dicho por qué pude escucharlo y además interpretar su ruego de auxilio.

      —Tampoco lo sé pero eso solo significa una cosa. Que pudiste oír su corazón porque proteges, así que Socorrista de Dragoncillos... ¿te gustaría acompañarme a buscar al dragoncillo en apuros para librarlo de los cazadores?

      —Por supuesto —contestó Sielf.

      —¿Por dónde se fue?

      —¡Espera! —exclamó la niña —¿Cómo sé que no eres uno de ellos?

      —¿Yo?, ¿un cazador? ¡Claro que no! —contestó el pequeño con voz enérgica —Todo lo contrario, estoy en contra de esta absurda cacería, pero nadie me escucha.

      —Entiendo, tampoco estoy de acuerdo —murmuró Sielf.

      Puestos de acuerdo, ambos pequeños caminaron por el bosque en búsqueda del dragoncillo fugitivo. Aún era de día pero la maleza de los árboles se hizo más espesa y apenas permitía que se filtraran leves rayos de sol, de ese modo el ambiente se tornó más oscuro a medida que se fueron adentrando al bosque. A su paso iban destruyendo una que otra trampa, sin lograr ver a la criatura perseguida.

      —Años atrás esta cacería no existía —comentó el niño —, los dragoncillos eran cuidados y respetados, incluso se les temía tanto como a los dragones adultos, y podían salir a jugar en los bosques sin sus padres sabiendo que estarían a salvo.

      —¿Por qué empezaron a cazarlos? —pregunto Sielf.

      —Todo empezó cuando una odiosa hechicera al servicio del rey descubrió que el corazón de los dragoncillos poseía una llama de fuego poderosa capaz de mantener las calderas encendidas del castillo e incluso de un pueblo durante meses. Fue entonces cuando el rey decretó su cacería sin medir las consecuencias. Se inició así una caza masiva que por poco extingue a los dragones de este reino y otras regiones.

      —¡Es horrible! —exclamó Sielf con repudio.

      —Lo sé —concordó el pequeño —y si bien transcurrieron muchos años desde entonces ese decreto aún no fue abolido por lo cual los dragoncillos siguen en peligro. Al parecer nadie se preocupa por ellos, tan solo sus padres, los dragones. ¡Cómo me gustaría que uno de ellos les diera una paliza a esos cazadores!

      —¡Eso es! —exclamó la pequeña —¡Debemos llevar al dragoncillo con sus padres!

      —¿Ves esa torre? —dijo el niño señalando a los lejos una fortificación —, allí yace un hechizo que envuelve este reino con una barrera antidragones, así que sus padres no podrán ingresar.

      —¿Pero si existe esa barrera cómo es que los dragoncillos logran entrar?

      —Porque esa barrera solo le impide el ingreso a los dragones adultos mientras que los dragoncillos son libres de cruzarla mas no de salir a menos que usen uno de éstas —comentó mostrando tres varillas muy finas de plata.

      —¿Para qué son?

      —Resulta que la plata neutraliza durante segundos el hechizo de la barrera —explicó el niño —así que nuestro amigo solo podrá cruzar la barrera mágica usando una de estas varillas en forma de collar. Así de simple, Socorrista de Dragoncillos.

      —Bien ¡hagámoslo! —incitó la pequeña.

      —¡El dragoncillo! —clamó el niño dirigiéndose a la maleza —¡Se fue por allá!

      —No grites, se asustará —pidió Sielf siguiendo al muchacho.

      Ambos corrieron sin rumbo, pero se detuvieron poco después al encontrar nutrida maleza, a paso lento se fueron abriendo paso entre las plantas; el silencio invadía todo a su alrededor lo cual les permitía avanzar en dirección al ruido de las pisadas del dragoncillo, sin embargo las enredaderas les hicieron creer que aún caminaban sobre una superficie cuando en realidad debajo de ellos había una pequeña inclinación que los hizo caer estrepitosamente, rodando hasta llegar a los pies de unas misteriosas ruinas.

      —¿Estás bien? —se preguntaron al unísono.

      —Cielos… ¿dónde estamos? —preguntó Sielf mientras se incorporaba junto a su nuevo amigo.

      —Vaya... —dijo con asombro el niño —son las ruinas de un jardín real —confirmó admirando la majestuosa entrada junto a Sielf.

      —Auch… me duele una rodilla —se quejó ella.

      —¿Estás herida?, si quieres podemos parar con la búsqueda —ofreció el pequeño.

      —Descuida, no pasa nada —lo tranquilizó Sielf —, ¿crees que él se esconde allí?

      —Creo que sí... —opinó el niño señalando las pisadas de la criatura que se perdían en esa dirección —Vamos Socorrista de Dragoncillos —la apuró apartando los arbustos de la entrada y abriéndose paso lentamente.

      Una vez dentro de aquel jardín real en ruinas, no sólo quedaron asombrados por la majestuosa estructura que había logrado mantenerse en pie sino por la cantidad fabulosa de flores, arbustos y maleza que había en cada rincón.

      Sielf no pudo evitar contemplar algunas de las flores desde cerca, el perfume que emanaba de ellas era muy agradable. Entonces algo más llamó su atención. Se trataba de un viejo escudo sobre una especie de altar en medio del lugar.

      —Nunca antes había visto ese símbolo... —anunció el pequeño contemplando la figura de una espada de pluma.

      —¿Acaso no es de este reino? —preguntó Sielf.

      —No, no lo es... y tampoco está en ningún libro de escudos reales... qué extraño.

      —Mira, allí está el dragoncillo —interrumpió Sielf asomándose a un cúmulo de flores amarillas, detrás de ellas se escondía la criatura —Hola... —saludó sonriéndole—, hemos venido a ayudarte.

      —Cazadores malos... —murmuró la criatura.

      —Nosotros te ayudaremos a escapar de ellos —contestó la pequeña entendiendo la miedosa voz del dragoncillo.

      —Bien —dijo el niño observando a la criatura detenidamente —debemos sacarlo de estos terrenos y llevarlo con su madre lo antes posible —. Una trompeta resonó cerca de donde se encontraban y oyeron los galopes de las cabalgaduras acompañados de numerosos aullidos.

      —¡No puede ser! ¡Es la caballeriza del reino! —advirtió el niño —y al parecer trajeron lobos para seguir el rastro.

      —¿Lobos?

      —¡Sí, lobos, los usan para cazar! Debemos irnos ahora mismo o lo encontrarán.

      —¡Mira, allí hay unas escaleras que descienden! —señaló Sielf.

      —¡Es un viejo pasaje! ¡Podría ser nuestra salida! —dijo el niño corriendo junto a ella en aquella dirección.

      Los tres bajaron por las escaleras y llegaron a un pasaje pero el acceso estaba restringido por unos barrotes.

      —¡Cielos! ¡De prisa a los arbustos! —exclamó la pequeña y junto a su amigo y el dragoncillo se escondieron entre unas plantas, desde allí los aullidos empezaron a sonar cada vez más cercanos y en cuanto aparecieron los lobos uno de ellos los encontró. Corrieron para esconderse en otro lugar seguro sin embargo uno de los jinetes atrapó a Sielf.

      —¡No! ¡Suéltame! —exclamó la pequeña.

      —Y tú, ¿quién eres? —le preguntó otro hombre de la caballeriza —No puede ser, ¡es una humana!

      —¡Que me sueltes! —increpó la