Sielf y la legión de los guardianes. Briggette Rodriguez

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Название Sielf y la legión de los guardianes
Автор произведения Briggette Rodriguez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878719795



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la hechicera que no sabías si volverías? ¿Acaso no eres de este reino? —preguntó de repente el niño.

      —No, no lo soy... vivo lejos de aquí... —Sielf detuvo su andar en medio de muchas flores —Soy una niña... es decir... humana... —aclaró tímidamente bajo el asombro del niño.

      —¿Sabes quién eres? —dijo el pequeño luego de una pausa —Tú eres la valiente Socorrista de Dragoncillos, mi nueva mejor amiga —aseguró ante la sonrisa de la pequeña —. Así que espero volver a verte pronto para otra próxima aventura. ¿Prometido?

      —Prometido —confirmó la pequeña estrechando la mano de su nuevo amigo mientras un viento empezaba a soplar fuerte revoloteando los pétalos de algunas flores —. De hecho quizás vuelva mañana a la misma hora —dijo mientras salían de aquel lugar.

      —Entonces vendré a buscarte —dijo el pequeño esbozando una sonrisa.

      —¿Escuchaste eso? —dijo la pequeña al oír voces.

      —Me están llamando —anunció el pequeño —debería irme pero antes te acompañaré al lugar de donde viniste, así me aseguraré de que ellos no te encuentren.

      —Los humanos no son bienvenidos por aquí, ¿cierto?

      —No es eso. Te contaré todo mañana.

      —De acuerdo —y juntos caminaron rumbo al bosque donde Sielf había estado en el inicio de la aventura. Una vez allí se despidieron esperando volver a verse muy ponto.

      Con esta escena, de repente, el sueño de la joven Sielf llegó a su fin…

      Parte 4

      El internado espada y pluma:

      los alumnos extranjeros

      De repente abrió los ojos y se levantó bruscamente. Las imágenes del sueño se iban disipando lentas, junto con la frase “Socorrista de Dragoncillos”. Sielf no comprendía los motivos por los cuáles había tenido aquel sueño que mezclaba sucesos que parecían reales con sucesos de cuento de hadas.

      —Ese arete... —se dijo así misma mientras pisaba el suelo descalza aún —, ese arete es el mismo que perdí hace mucho tiempo... —reflexionó a media voz abriendo su cofre de alhajas donde conservaba solo un arete del par.

      ¿Por qué soñé esto?, se preguntó, entonces contuvo la joya en la palma de la mano durante unos segundos, luego suspiró y sin más lo guardó nuevamente en el cofre enfocando la mirada en la ventana cubierta por cortinas que los rayos de sol intentaban atravesar. Lentamente se aproximó y las corrió de par en par iluminando su habitación. Era de día y a su vez el inicio de cursada en el Internado. Curioseó la hora en su reloj y comprendió que su clase de deportes había empezado y ni siquiera había desayunado.

      —¡Tardísimo! —exclamó mientras revoloteaba todo dentro de su mochila y después de pasar por el baño terminó de vestirse y descendió a toda prisa las escaleras que se interceptaban con otro pasillo. En cuanto dejó el último peldaño tropezó bruscamente con un muchacho que venía como una exhalación desde otro lado. En el choco inesperado ambos cayeron bruscamente al suelo.

      —¡Ay, lo siento mucho! —se disculpó Sielf —¿Estás bien? —preguntó mirando a la persona con quien había tenido el inoportuno encontronazo. Guardó silencio y se avergonzó al ver que se trataba de un apuesto joven de finas facciones además del tono pálido de su rostro que contrastaba con sus cabellos negros y expresivos ojos azules. El muchacho, vestido de negro y con un extraño collar al cuello, llevaba un viejo libro, que rodó al piso tras el tropiezo.

      —¿Acaso estás ciega? ¡Fíjate por donde caminas! —le recriminó inesperadamente rompiendo toda calma que la joven hubiese percibido al principio en él —Deberías tener más cuidado.

      —Tú también venías distraído —se quejó Sielf —, de lo contrario me hubieses evitado.

      Ambos se miraron con desdén. El joven tenía una expresión neutral para el tono de voz que usaba, sus penetrantes ojos la observaban con detenimiento.

      —Te pedí disculpas —dijo ella una vez más.

      —Aceptadas —agregó él refunfuñando mientras se ponía de pie y levantaba algunas hojas sueltas del libro con la cubierta de una extraña hoja, y que protegió más que a sí mismo cuando cayó al piso.

      Esa hoja..., se extrañó secretamente Sielf al verla.

      —¿Piensas quedarte ahí en el suelo o qué? —preguntó el joven mientras extendía su mano invitándole a ponerse de pie.

      —Es mejor que seguir hablando contigo —contestó Sielf poniéndose de pie sola, sin embargo apenas lo hizo, el joven sujetó su mano.

      —¿Qué haces? Ya estoy de pie, no necesito de tu caballerosidad retardada... —dijo Sielf viendo que observaba con fascinación la pulsera que ella llevaba en la muñeca.

      —¿A qué se debe tanta prisa? —preguntó el muchacho soltándole la mano, como si hubiese quedado estupefacto tras descubrir la pulsera de Sielf.

      —Intento llegar a tiempo a clases —aseguró ella mirando hacia el campo de deportes —¿Y tú?

      —Yo intentaba encontrar a alguien... pero creo que ya lo hice... —murmuró en voz baja.

      —¿Disculpa? —interrumpió la joven.

      —Soy Zaell —dijo de repente volviendo su mirada a ella —, ¿y tú eres…?

      —Sielf —contestó luego de una pausa.

      —¿No te parece que corres demasiado para llegar a una clase donde te harán correr?

      —No es asunto tuyo.

      —Como tú digas, debo irme —dijo tras escucharla —, y no vuelvas a ser tan torpe —agregó con una leve sonrisa.

      —Tú fuiste el torpe —contestó Sielf viéndolo perderse entre otros estudiantes —Ufff, qué molesto, pensó refunfuñando, y decidió pasar primero por el salón comedor donde tomó un desayuno a base de tostadas y un vaso de leche. Luego se dirigió al campo de deportes ubicado lejos de las instalaciones del Internado.

      Una vez que llegó el instructor le recriminó la hora en que entraba, los demás alumnos habían hecho el respectivo calentamiento, ahora ella lo llevaría a cabo sola. Sin más demoras el instructor le indicó el sendero por el que debía trotar, este conducía al bosque neblinoso y apenas era visible entre los helechos. Sin embargo el instructor fue claro y le advirtió que no se desviara del sendero o se perdería, ella solo escuchó, asintió con un ligero movimiento de cabeza y luego de un suspiro empezó a trotar.

      —Si supiera todo lo que corrí para llegar hasta aquí, al fin ese tal Zaell tenía razón—, se dijo a sí misma.

      Aún tenía la barriga llena y eso le hizo más lento el trote, solo esperaba alejarse lo suficiente para empezar a caminar, al cabo de un rato sus pasos fueron más lentos y su trayectoria se alternó entre ir a veces sobre el sendero y otras por el bosque, hasta descender por completo varios pasos hacia su interior.

      —Qué lindas hojas —susurró mientras levantaba una seguida de otra a medida que se adentraba entre el follaje —pero ninguna es como la de aquel libro...—aseveró recordando la hoja que había visto en la cubierta del viejo libro de Zaell.

      Tampoco es que ande buscando precisamente esa hoja, pensó caminando cada vez más lejos del sendero hasta tomar asiento en un pedazo de tronco sobre el césped, estaba húmedo y tenía algo de musgo. Una por una observó en detalle las hojas que había encontrado, luego echó un vistazo a su alrededor, se puso de pie y caminó unos pasos más levantando un par de hojas secas. La niebla cubría el ambiente aunque eso no la incomodaba.

      Un extraño silencio se apoderó del lugar, las