Название | Sielf y la legión de los guardianes |
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Автор произведения | Briggette Rodriguez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878719795 |
Fascinante, se dijo en cuanto pudo distinguir a través de los cristales la figura de una escultura inusual. Estirando la mano, tras maniobrar el picaporte, comprobó que la puerta permanecía cerrada. En ese momento volvió la energía y se iluminó el lugar, pudo ver que aquella escultura representaba a un guerrero arrodillado, lo cual le generó cierta pena.
Será mejor que me vaya, pensó retomando su camino, tal y como les había dicho Rosa, casi no había nadie en los corredores, la mayoría de los estudiantes se encontraba en su habitación.
En cuanto la joven cruzó el pequeño jardín, vio una pequeña fuente con el agua en calma, luego de atravesar ese espacio encontró las escaleras al dormitorio de mujeres. Subió con prisa hasta un pasillo angosto y rodeado de numerosas habitaciones.
—Aquí es —se dijo al ver una puerta con el número 7, su habitación. Abrió la puerta con llave, encendió las luces y colocó la mochila sobre el piso. Miró a su alrededor; un librero, una cama, un ropero y una mesita junto a la ventana. Echó un vistazo a la habitación y estirando los brazos se acercó a la ventana. Genial, pensó al ver que tenía vista a una parte del jardín y al estacionamiento.
—Allí estás, vieja amiga—, musitó al observar a través del vidrio su bicicleta entre un par de motocicletas. Respiró hondo e intentó ver hacia el bosque fuera de los muros del Internado, sentía curiosidad por recorrer tan inmenso lugar pese a los comentarios de peligrosidad absurdamente justificados para ella.
Cansada, empezó a sentir sueño, entonces se quitó el piloto sucio y húmedo, lo extendió y lo sacudió fuertemente haciendo salir disparada a la manzana, justo en este instante retumbó un relámpago que no solo apagó y encendió las luces en cuestión de segundos sino que además dejó en segundo plano el sonido de la manzana verde rodando bajo la cama.
—Uy, qué hambre —se dijo en cuanto oyó otro ruido, el de su estómago rugiendo pero esta vez por el paquete de chocolates guardado en la mochila. Sentada al borde de la cama probó un bocado de la barra de chocolate cuyo amargo sabor y la sensación del cacao derritiéndose en su boca hicieron que la llegada le resultara más placentera.
—Gracias abuelo, pensó al recordar cuando se lo había obsequiado.
Más tarde se dirigió a los baños que se encontraban a pocos metros, allí encontró las duchas, se dio un baño, cepilló sus dientes y volvió a su habitación. Después de ponerse el pijama, lentamente se recostó en la cama abrazando la almohada con aroma a lavanda. En cuanto las frazadas la envolvieron hasta la cabeza cerró los ojos y al cabo de un rato empezó a soñar…
Parte 3
Segundo sueño:
socorrista de dragoncillos
Durante el sueño se reconoció a sí misma, pero tenía la apariencia de una niña de siete años que recién acababa de llegar a la casa de playa de sus tíos una mañana fría de invierno.
Sus ojos se fijaban en el mar a través de un par de ventanas mientras todos a su alrededor hablaban sobre ella.
—Abuela —decía la voz de Virginia, una de sus tías —entiendo que tú y el abuelo quieran mucho a la pequeña pero pienso que no es correcto que ustedes se hagan cargo, ya transcurrió mucho tiempo desde el fallecimiento de sus padres.
Esa reflexión era una de las muchas opiniones que respecto de la niña se hacían. En un momento aparece en escena una mujer mostrándole algunos objetos que había conservado de su difunta madre, entre las pertenencias, un par de aretes de plata y un colorido chullo peruano de lana. Sielf pregunta si puede quedárselos y su tía Isabel acepta con una sonrisa. La pequeña contempla durante un rato los aretes y luego se los coloca cuidadosamente y cubre su pequeña cabeza con el chullo que contrasta de modo especial con su sweater fucsia de manga larga que no permite ver su pulsera y un jardinero celeste. Depente aparece Mosa, la cachorra bóxer de la casa y le arrebata el chullo, Sielf la persigue por todos lados hasta finalmente verla entrar a una habitación cuya puerta está semiabierta. Una vez allí se detiene, las luces están apagadas, en el fondo se puede percibir una silueta, la ventana con las cortinas cerradas. Entonces ingresa lentamente, abre las cortinas iluminando todo el lugar, recién ahí comprende que está en un ático lleno de antigüedades, muebles y objetos tan cubiertos de polvo como de olvido. Advierte que Mosa sale corriendo de la habitación y deja detrás suyo algunas hojas extrañas de color rojo regadas en el piso, Sielf levanta una de las hojas y la observa con detenimiento, no tiene la apariencia de las hojas de los árboles que allí crecen, piensa que es extraño y de repente ve su chullo bajo una peculiar mesa de madera cubierta por un pulverizo mantel. Lentamente se arrodilla y se mete bajo la mesa donde la invade un agradable aroma a madera y parece correr una misteriosa brisa. La pequeña deja su chullo y se dispone para salir del otro lado, pero aparece bajo las raíces de un árbol sin ramas, el único de muchos otros que permanecen intactos, erigidos y llenos de una frondosidad de peculiares hojas rojas.
Respira profundamente y sonríe mientras corre por doquier hasta recostarse sobre un cúmulo de hojas secas. De pronto, algo sale huyendo de debajo de ellas haciendo que la pequeña se incorpore con rapidez y descubra que se trata de un pequeño dragón de color rojo. Él la mira fijamente a los ojos y en ellos no solo se ve reflejada sino que a su vez siente miedo y, asombrosamente, puede oír en su mente un pedido desesperado de ayuda, luego la criatura huye. Sielf permanece casi estupefacta hasta que escucha una caballeriza acercarse por lo que decide esconderse entre unos arbustos.
—¡Maldita criatura! —exclamó uno de los jinetes con despotismo —¿Y ahora? ¿Dónde se metió?
—No debe andar muy lejos —agregó otro jinete.
—¡Fue hacia allá! —coincidieron varias voces al advertir unas huellas que se perdían en el bosque y toda la caballería las siguió con prisa.
—Ay… no... —murmuró Sielf —lo van a cazar, ¡tengo que ayudarlo! —se impuso mientras corría con prisa entre los árboles. En esa carrera tropezó bruscamente con un niño que corría desde otro lado en su misma dirección.
—¿Quién eres? —exclamó el niño malhumorado —¿Acaso estás ciega?
—La próxima vez fíjate bien por dónde caminas —contestó la pequeña invitando al niño a ponerse de pie. Este la miró con desdén pero estrechó su mano logrando incorporarse con ayuda de Sielf. El pequeño vestía una túnica azul marino, tenía la piel muy blanca y el cabello negro que contrastaba de manera especial con sus enormes ojos azules.
—¡Cielos!, quieren atraparlo... —añadió Sielf refiriéndose a la criatura.
—¡No lo permitiré! —interrumpió el niño —Por cierto, aún no me has dicho quién eres —inquirió —insistió—Ah, espera…, ya lo sé, por tu tamaño debes ser un gnomo de la aldea Nimis.
—¿Que yo qué? ¡Claro que no! —se quejó Sielf —Sé que soy bajita, en realidad soy una niñ…
—Escucha... —la interrumpió el niño —No me importa si eres un gnomo o no pero por tu bien será mejor que te alejes, esos tipos están de cacería y uno podría pisarte o el dragoncillo al que persiguen podría comerte.
—Te equivocas, no me pasará nada —aclaró Sielf —, de hecho vi a los cazadores y pude esconderme de ellos sin problemas; además el dragoncillo es inofensivo y está en peligro, lo sé porque pude oír cuando me pidió ayuda.
—Imposible... —murmuró el pequeño con ojos de asombro —¿me estás diciendo que conoces el