Sielf y la legión de los guardianes. Briggette Rodriguez

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Название Sielf y la legión de los guardianes
Автор произведения Briggette Rodriguez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878719795



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serio? —preguntó el joven señalando la cadena rota de su bicicleta —¿Acaso irás caminando?

      —Hallaré una forma de repararla... —murmuró la joven.

      —Debes ser citadina y pensar que voy a secuestrarte o algo así, ¿no? —dijo ante el silencio de la joven —Bueno, aquí tienes la prueba de que soy estudiante y voy hacia donde te diriges —explicó mostrando su carnet de alumno.

      —Bien, de acuerdo... —aceptó sujetando su mochila para subir al asiento delantero luego de que el joven le abriera la puerta.

      Una vez dentro se encendieron las luces, parecía seguro. Mientras aguardaba Sielf vio al joven guardar su bicicleta en la parte trasera, poco después ingresó al auto, retiró su capucha descubriendo el rostro y se mantuvo en silencio mientras puso la camioneta en marcha. Ella lo observó detenidamente, tenía grandes ojos y cabellos marrones de un tono similar al de los osos pardos Kodiak. En cuanto la descubrió observándolo le sonrió levemente, ella desvió la mirada y se mantuvo en silencio percibiendo su rostro reflejado en la ventana. Hacia fuera no podía distinguir con nitidez el paisaje, solo hasta donde alcanzaba la luz de los faroles delanteros, el bosque alrededor de la carretera parecía una gran muralla negra.

      —¿Sielf? —dijo de repente el joven —¿Te llamas Sielf?

      —Sí...—afirmó ella —¿Cómo lo sabes?

      —Tu mochila llevaba ese nombre escrito —explicó sonriendo —¿Lo escribiste tú?

      —No, no fui yo, lo escribió mi madre antes de que yo naciera —explicó la joven.

      —Parece tener sus años.

      —Sí que los tiene —dijo la joven —, le perteneció a mi abuelo, él se la entregó a mi madre y ella me la dio a mí.

      —Qué coincidencia, también tengo una reliquia familiar —comentó el joven mostrando un extraño collar cuyo dije era una pequeña esfera —. Era de mi abuela, ella se lo regaló a mi padre y él me la obsequió, es un pedazo de hueso pulido de mi tatarabuelo... —dijo ante la desconcertada mirada de la joven —¡Nahhh!... es solo un extraño tipo de piedra —agregó sonriendo.

      —Por poco te creo —sonrió la joven con alivio mientras observaba el collar detenidamente.

      —Hubiese quedado mejor si tuviera mi nombre grabado —agregó él.

      —¿Cómo te llamas? —preguntó ella.

      —Soy Tom.

      —¿Tom? —repitió Sielf —Me es familiar.

      —Cielos, estás lastimada —dijo Tom señalando sus raspones —Ten, usa esto—añadió entregándole un pequeño botiquín con varios utensilios de medicina.

      —Gracias —contestó la joven despegando un par de apósitos.

      —¿De dónde eres Sielf?

      —Creí que lo sabías... citadina... de una ciudad lejos de aquí ¿y tú de dónde vienes?

      —No quise ofenderte, ni decir que los citadinos sean paranoicos... —interrumpió Tom —¡Uy! disculpa por eso último.

      —Si con paranoicos te refieres a evitar subirse al auto de un desconocido pues sí, soy y quizás seamos paranoicos todos.

      —Jamás juzgaría esa forma de pensar pero tratándose de elegir entre aquella situación o quedarse a solas en este bosque al anochecer, yo preferiría mil veces la primera opción —comentó el joven.

      —¿Por qué?

      —Porque no tienes idea del mal que habita en estos bosques.

      —¿Mal? ¿Quieres decir secuestradores?

      —Ahí va… paranoica de nuevo... —dijo Tom.

      —Solo bromeaba —exclamó la joven sonriendo —. Te pusiste muy serio cuando dijiste “el mal que habita en estos bosques”, ¿eso qué quiere decir?

      —Me refería a seres malignos.

      —Espera… ¿qué? Ay… no puede ser. ¿Acaso hablas de fantasmas y cosas así?—preguntó Sielf en tono de burla.

      —Obvio, ¿qué otra cosa podría ser?

      —Tom yo no creo en…

      —Espera, espera —la interrumpió el joven —, a lo que vayas a responder te pido que por favor le añadas también un porqué.

      —¿Te parece que existe alguna explicación razonable para explicar la existencia de algo irrazonable?

      —Me perdí un poco —comentó Tom —, entonces dejando de lado cualquier argumento cientificista explícame desde tu experiencia ¿por qué no crees en fantasmas, espíritus, etcétera…? y digo etcétera porque supongo que no crees en muchas cosas más.

      —Así es, criaturas mágicas, encantamientos, etcétera, etcétera y todo eso, no. No creo.

      —¿Por qué…? —cuestionó Tom con desconcierto.

      —¿Te parece que deba decirte por qué? Porque no es posible —afirmó Sielf con convicción.

      —¿Y qué te hace pensar que no lo es?

      —Porque no tengo de donde sostener lo contrario, simplemente no existe —contestó finalmente —Ay, no quiero hablar de esto.

      —Bien, respeto tu punto de vista —comentó Tom mirándola fijamente —aunque no sea nada firme.

      —Olvídalo... Qué extraño eres —murmuró la joven. De repente un extraño ruido provino de su estómago, tenía hambre.

      —¿Qué fue eso? —preguntó el joven sonriendo tras escuchar el ruido.

      —No es nada... —dijo Sielf introduciendo su mano en uno de los bolsillos, descubrió que aún tenía la manzana verde. La observó y la volvió a guardar.

      —Hummm, creo que deberías comer eso... —opinó Tom.

      —Claro que no, es mi amuleto de la suerte —opinó sonriendo levemente.

      —¿Perdón? ¿Qué? —interrumpió el joven confundido —Si acabas de decir que no crees en…

      —¿Qué problema tienes con que yo crea o no crea en ciertas cosas? —interrumpió la joven.

      —Ninguno, ninguno. El problema lo tendrás tú si no comes algo ahora —dijo sonriendo.

      —Es que no me apetece una fruta sino más bien el paquete de chocolates que tengo en mi mochila, pero lo comeré más tarde.

      —Y yo soy el extraño... —murmuró Tom guardando silencio unos minutos —Yo vengo de más lejos, más allá del pueblo y la ciudad —dijo cruzando miradas con la joven—¿Recuerdas que me habías preguntado de dónde venía?, te estoy contestando.

      —¿O sea que eres extranjero?

      —Algo así... creo que en parte sí y en parte no y es que mis abuelos me hablaron mucho de este lugar, de sus campamentos y excursiones en este bosque —comentó manifestando cierta nostalgia —y saber todo eso creo que no me hace tan extranjero... —hizo una pausa —¡Cielos!, es increíble todo lo que esos relatos sobre la naturaleza son capaces de enseñarle a un niño, aprendí mucho de esas historias. Ojalá hubiese tenido la oportunidad de vivirlo personalmente.

      —Debes estar feliz de estar aquí ahora.

      —Así es, estar aquí es como ver a un maestro y amigo, lástima que se haya corrompido... y perdona que insista con ello pero, en lo posible, evita entrar al bosque, sobre todo de noche... —dijo cruzando miradas con la joven, quien contuvo una carcajada pensando que se trataba de una broma.

      —Está bien, está bien —aceptó ella en tono burlón.

      Ambos se quedaron en