Sielf y la legión de los guardianes. Briggette Rodriguez

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Название Sielf y la legión de los guardianes
Автор произведения Briggette Rodriguez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878719795



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que se contaban del bosque que rodeaba el establecimiento, pues según los rumores estaba encantado y sucesos extraños acechaban en cada rincón. Sin embargo ella se propuso estudiar su último año en esa escuela ignorando ese tipo de relatos. Era bastante escéptica respecto de ellos, postura que adquirió de sus abuelos quienes nunca avalaron la existencia de seres o mundos mágicos.

      La vieja camioneta donde viajaba no pertenecía a algún familiar sino a una pareja del campo a quienes había pedido el favor de trasladarla después de lamentar haber perdido el autobús.

      —Espero no volver a perder el bus la próxima vez que venga—, musitó mientras observaba en el cielo las nubes grises que amenazaban precipitaciones, recriminándose no haber considerado el pronóstico del tiempo y prestado más atención a los horarios de los buses.

      —Aquel objeto en la galería se veía tan interesante —repasó recordando la vidriera de una tienda cerrada ante la que se detuvo a contemplar un antiguo arco sin flechas—, en fin... de todas formas aún estoy a tiempo y esta podría ser una buena oportunidad para explorar un poco, quizás una vez dentro del Internado no se me permita salir, oí que son muy estrictos —reflexionó como si su pensamiento fuera un monólogo confidencial.

      La lluvia que se iniciaba la distrajo del recuerdo. Rápidamente buscó el piloto guardado en el interior de la mochila, su color amarillo facilitó que lo encontrara al instante. Se cubrió la espalda, introdujo los brazos en las mangas y levantó la capucha cubriendo totalmente sus cabellos ondulados y castaños que se había trenzado. Le agradaba de cierto modo sentir el impacto de las gotas de lluvia contra su resbaladizo traje y la frescura que de aquellas gotas emanaba.

      Entre sus manos llevaba un folleto con la ubicación del Internado Espada y Pluma, le echó un rápido vistazo para que la lluvia no lo arruinara, en ese preciso momento la camioneta se detuvo. Al levantar la mirada descubrió que ya habían llegado a la carretera que conducía al Internado, tal y como estaba marcado en el folleto, ella debía seguir por un camino alterno. Desde la ventana del chofer escuchó al conductor indicarle que tendría que continuar sola a partir de ese cruce pues ellos tomarían otra ruta. Sielf dio las gracias, se colocó la mochila de viajero y se apresuró en bajar su bicicleta. Mientras lo hacía se acercó una pequeña niña detrás de ella, su piel morena y cabellos ondeados contrastaba de forma especial con sus ojos pardos color miel y llevaba puesta una túnica naranja como el fuego de los rayos del sol. Sielf no la había visto antes pero supuso que se trataba de la hija de las personas de la camioneta.

      —Hola —saludó Sielf mientras terminaba de bajar su bicicleta —, ¿viajabas con ellos? no te vi cuando subí a la camioneta —dijo esbozando levemente una sonrisa. Sin decir nada, la niña sonrió y extendió los brazos ofreciéndole una verdosa manzana.

      —¿Es para mí? —preguntó Sielf esperando que le contestara, la pequeña afirmó con un ligero movimiento de cabeza —. Muchas gracias —dijo la joven cuando la niña colocó la manzana sobre su mano y giró para guardársela en el bolsillo del piloto. Al volverse advirtió que la niña había desaparecido. Consideró que habría subido al vehículo, que ya se alejaba, así que levantó los brazos para despedirse de ellos suponiendo que la verían por el retrovisor.

      El camino a seguir era otro tramo largo, con una carretera rodeada de numerosos árboles, Sielf se ajustó la mochila, subió a su bicicleta Aurorita heredada de su abuela y se puso en marcha. La lluvia se había convertido en una tenue garúa que poco a poco se fue disipando hasta dar lugar a un brillante sol.

      El paisaje era hermoso y el aire con aroma a césped húmedo le resultaba agradable, elementos que hacían placentero su andar. Durante la marcha se detuvo algunas veces para levantar y observar hojas secas.

      Otra vez este hábito..., se dijo así misma esbozando una leve sonrisa. No recordaba desde cuándo la acompañaba esa costumbre de levantar hojas secas que le llamaban la atención cada vez que paseaba bajo los árboles. Al cabo de un rato sus piernas se cansaron de pedalear, aún tenía camino por recorrer así que tras cruzar un puente decidió detenerse para descansar.

      Con pasos lentos descendió hacia el río que cruzaba bajo el puente y se sentó sobre el césped a orillas de él, sacó su botella con agua, bebió y la guardó. Su sed se había apaciguado no así los pensamientos respecto de lo solos que habían quedado sus abuelos con su partida; le preocupaba que tuviesen dificultades para realizar los quehaceres del hogar o algo cotidiano.

      Basta, ellos estarán bien, se animó a sí misma, sacudiendo levemente la cabeza en un intento por librarse de aquellas ideas. Buscó la manzana en el bolsillo de su piloto y una vez que la sostuvo la acercó a su boca para darle una mordida pero en ese instante se detuvo pues se le ocurrió reservarla para más tarde; una vez más la guardó en su bolsillo.

      Los rayos de sol se depositaron sobre su cuerpo, la calidez que emitían la invitó a cerrar los ojos. Después de batallar con el cansancio de una jornada ajetreada, terminó por ceder y, poco a poco, sin darse cuenta, se quedó profundamente dormida sobre el verdoso césped.

      —¡Cielos! —exclamó al despertar luego de un rato. Los últimos destellos del sol se terminaban de ocultar dejando un rastro de color naranja y violeta en el cielo —Pronto oscurecerá, ya debo irme —dijo tras levantarse bruscamente lamentando que su siesta se hubiera prolongado tanto.

      Un ave extraña se posó sobre una rama frente a ella, su aspecto era fúnebre y su cuerpo tenía una sombra que la envolvía por completo.

      Qué especie desconocida, pensó al advertirla, entonces vino a su mente la viva imagen de aquella criatura de sombra que había aparecido en el sueño y se asombró de que volviera a su mente ese pensamiento.

      Empezó a llover copiosamente, Sielf tomó sus cosas, subió a su bicicleta y se puso en marcha dejando atrás al ave que, emitiendo un sonido singular, alzó vuelo.

      Mientras Sielf avanzaba le pareció extraño ver cada vez más aves sobre las ramas de los árboles, pero su atención estaba centrada en pedalear rápido para llegar antes de que oscureciera por completo. Más adelante, advirtió que un centenar de ellas la sobrevolaban y acercándose empezaban a picotearla.

      —¡Oh… no! ¡Basta! —exclamó asustada, obligándose a pedalear con mayor energía ante aquel ataque repentino, sin embargo, por más que aceleró las aves volvieron a atacarla hasta que debido a ello y a la poca visibilidad perdió el control de la bici y se desvió bruscamente hacia el medio de la carretera que apenas podía vislumbrar. La oscuridad había caído como un manto espeso sobre el bosque. Fue entonces cuando vio brillar una de las piedras de su pulsera y segundos después cayó bruscamente sobre el concreto mojado. Al ponerse de rodillas sintió a las aves picotearla pero fue cegada por los faroles de una moderna camioneta color negro que se aproximaba a toda velocidad, puso los brazos delante suyo y se ensordeció con la ruidosa bocina, mientras que las aves desaparecieron en el acto. Antes de embestirla el auto frenó bruscamente a pocos centímetros de ella, ni siquiera le dio tiempo de gritar. Sielf sintió como si su corazón se hubiese detenido, todo fue rápido, tenía miedo pero también alegría de estar con vida. Ahora se encontraba inmóvil, de rodillas sobre el suelo con su mochila a un extremo. Escuchó el abrir y cerrar de una de las puertas, aún tenía la vista empañada, sin embargo pudo distinguir la figura de una persona aproximándose.

      —¿Estás bien? —le preguntó un sujeto en voz alta, ataviado con un piloto color marrón y una capucha que casi le cubría todo el rostro.

      —Sí, estoy bien... —mintió la joven sin mucho éxito pues la expresión de su pálido rostro indicaba lo contrario.

      —¿Qué te pasó? —dijo el sujeto mientras la tomaba del brazo cuidadosamente ayudándola a ponerse de pie.

      —Yo solo... —balbuceó Sielf —no estoy segura... caí...

      —Déjame ayudarte—interrumpió el desconocido mientras levantaba sus pertenencias antes de que ella lo hiciera —. Vas al Internado Espada y Pluma, ¿verdad?

      —¿Cómo