Название | Sielf y la legión de los guardianes |
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Автор произведения | Briggette Rodriguez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878719795 |
—No puede ser... me he perdido, pero ¿cómo? —, se inquietó abriéndose paso entre unas ramas caídas, fue cuando escuchó un ruido que le escarapeló todo el cuerpo, era el rugir de un animal oculto entre los arbustos.
Los vellos de sus brazos se erizaron del miedo, aquel ruido no provenía de un animal amistoso. Sielf dio un paso atrás y en cuanto iba a dar el segundo, el rugido se aproximó y de entre los arbustos apareció una extraña criatura de cuatro patas, similar a un zorro pero cubierta en sombras.
—Otra vez esos animales de sombras—, susurró dejando caer todas las hojas que atesoraba en las manos.
Los amenazantes colmillos de la criatura la obligaron a retroceder y en cuanto pudo agarrar una rama del suelo se la arrojó dándole una mínima oportunidad para escapar.
Corrió a toda velocidad pero a pesar de hacer diversas maniobras la criatura no la perdía de vista, tampoco tenía idea hacia donde escapar pero no se detuvo a pensarlo. En la huida su campera se enganchó en unos arbustos haciendo que se detuviera bruscamente, y en un rápido movimiento consiguió quitársela antes de que la criatura saltara sobre ella.
Sielf se sentía asustada, su vida corría peligro. No obstante el miedo no conseguiría paralizarla y se prometió hacer lo posible por ponerse a salvo. La fiera se detuvo, Sielf creyó que se había dado por vencida, pero no fue así, pues pegó un chillido que hizo aparecer dos criaturas sombrías que fueron cercándola.
—No puede ser… —se dijo así misma al ver que la piedra verde de su pulsera emitía un resplandor y al instante tuvo la sensación de estar siendo conducida a un lugar sin salida. Inquieta, atravesó unos arbustos y descubrió que había llegado al borde de un precipicio donde se elevaba un árbol semiseco a metros del acantilado que daba a un caudaloso río. Sin pensarlo dos veces Sielf trepó con agilidad las ramas del árbol e intentó subir lo más alto posible, lejos del alcance de aquellas tres criaturas feroces que empezaron a trepar sin éxito y con ira arañaron el tronco con intención de amedrentarla para obligarla a bajar.
Poco a poco la niebla empezó a disiparse y un enorme oso café emergió de entre los árboles haciendo retroceder a las fieras con un fuerte rugido.
—¿Osos? ¿Aquí?... —tartamudeo Sielf al distinguir un enorme animal de espeso pelaje, patas fuertes y gruesas, con uñas recias y ganchosas, y con una peculiar piedra preciosa de color verde sobre su frente.
Sielf, sorprendida, permaneció aferrada al árbol, no tenía seguridad de que el oso estuviera de su lado. Entonces se llevó a cabo una batalla, el oso se enfrentó a las criaturas con arriesgada valentía y a pesar de que las fieras se volvieron más numerosas con el pasar de los minutos el peludo animal no se amilanó y, sin dar marcha atrás se mantuvo como una barrera entre Sielf y sus atacantes. Era evidente que el peludo animal no pretendía lastimar a los otros, sino espantarlos, evitando que se acercasen a la joven. De repente las fieras fueron retirándose una tras otra, hasta que quedaron solo dos criaturas sombrías, una de las cuales saltó sobre el cuello del macizo animal dejándole una profunda mordida que terminó por derribarlo bruscamente. La joven, sin poder contenerse lo ayudó arrojando sobre la fiera una pesada rama que terminó por ahuyentarla.
El oso yacía herido en el suelo, aún quedaba una criatura maligna que empezó a rodear el árbol para atacar la joven, quien bajando sigilosa le tiró piedras para alejarlo antes de trepar nuevamente al árbol, aunque esta vez el tronco seco se inclinó hacia el río.
—¡Oh, cielos! —exclamó Sielf en cuanto descubrió que el tronco la dejó suspendida sobre el río y en peligro de caerse. Levantándose con dificultad el oso se reincorporó y en el momento en que se acercaba al tronco del árbol seco, Sielf cayó al río.
Nadó a la superficie pero la corriente la arrastraba sin darle la oportunidad de avanzar, desde allí se sorprendió al ver al oso corriendo río abajo en la dirección que ella iba.
—¡Ayuda! —exclamó repetidas veces, pero el peludo animal, mal herido, estaba imposibilitado de seguirle el rastro y quedó atrás.
Sielf siguió esforzándose por mantenerse a flote pues nadar contra la corriente era imposible y no pudo evitar desesperarse por la situación que la abrumaba así como por las criaturas que aparecieron corriendo en su misma dirección. En ese mismo momento la piedra azul de su pulsera emitió otro resplandor.
—¡¿Qué está pasando?! —se preguntó esforzándose por tomar aire. Observó correr del otro lado del río un lince robusto de gran tamaño con orejas grandes, erguidas y ciertos pinceles de pelo negro con una especie de gema azul sobre la frente. La forma en que corría mientras ingresaba al agua daba la impresión de que no había agua bajo sus pies, aunque a cada paso que daba las fieras caían sobre él y antes de que él alcanzara a la joven el río llegó a su fin y Sielf cayó al vacío.
La atracción de la gravedad era inaudita, Sielf apenas podía sentir su propia respiración debido a la agitación colosal del agua que caía sobre ella. Su pulsera brilló una vez más, en esta oportunidad una piedra de color rojo de la cual emanó un fuerte resplandor y pronto su cuerpo aterrizó bruscamente sobre una base plumífera que la apartó del agua en solo cuestión de segundos.
—¡¡Oh no!! —gritó desde lo alto al descubrir que había caído sobre un águila gigante —¡No puede ser! —se alarmó sujetándose con fuerza. Desde la altura pudo contemplar todo a su alrededor, era increíble verla volar con sus alas inmóviles y firmes.
—Esto no está pasando —se dijo a sí misma —tiene que ser un sueño —aseveró frotándose los ojos, no obstante no importaba cuantas veces lo hiciera, el imponente ave no desapareció, se mantuvo sobrevolando a grandes alturas hasta descender cerca al sendero en dirección al Internado y en cuanto pudo recostar sus patas sobre un árbol descendió una de sus alas hasta el suelo haciendo que la joven bajase por ella a tierra firme. Sielf comprendió que la estaba ayudando y bajó cuidadosamente y con premura.
Una extraña sensación de miedo y pleno agradecimiento caló en lo más profundo de su ser, tanto el oso, como el lince y el águila tendrían por siempre su gratitud.
—¿Qué son ustedes? ¿Quiénes son ustedes? —balbuceó tras observar que también poseía una piedra sobre su frente, de intenso color rojo con aspecto de rubí. De inmediato el ave alzó vuelo revoloteando primero a su alrededor. Luego Sielf caminó con prisa sobre el sendero rumbo al Internado.
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