Название | Feminismo para América Latina |
---|---|
Автор произведения | Katherine M. Marino |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079946555 |
Este éxito, combinado con las noticias que había traído Díaz Parrado sobre la resolución de Santiago de 1923, hicieron que Alice Paul considerara el ámbito panamericano como un campo más productivo para el feminismo que el de Europa Occidental. En el encuentro de la Interparliamentary Union, los delegados latinoamericanos, que conformaban una parte importante del total, fueron quienes apoyaron con más entusiasmo los derechos de la mujer.72 A pesar de que la Sociedad de Naciones incluía a algunas mujeres en el Comité Consultivo sobre la Trata de Mujeres y Niñas y en la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no habilitaba formalmente la participación de las mujeres ni la discusión explícita sobre sus derechos, como sí hacía la Unión Panamericana.73 Además, las repercusiones internacionales de los derechos igualitarios en el ámbito local frente al debate sobre la legislación protectora en Estados Unidos mermaban las posibilidades del NWP de garantizar su presencia en los grupos de Ginebra. Al igual que la OIT y los grupos internacionales de mujeres, tanto europeos como estadounidenses, la Alianza Internacional de Mujeres de Catt promovía una legislación laboral protectora para las mujeres trabajadoras, quienes temían que la ERA pudiera eliminarla. Los miembros de la alianza se oponían con vehemencia al Woman’s Party y a su enmienda. En su encuentro en París, en 1926, la IWSA de Catt, renombrada Alianza Internacional de Mujeres por el Sufragio y la Igualdad Ciudadana, rechazó la solicitud de membresía del NWP, dejándolo huérfano de posibilidades para consolidarse a escala internacional. La autoridad sin igual de Estados Unidos sobre América Latina, en contraste con su tibia relación con la Sociedad de Naciones, de la cual ni siquiera era miembro, también contribuyó a que Paul contemplara el ámbito panamericano como más propicio. En su opinión, la Conferencia de La Habana era una oportunidad maravillosa para comenzar un trabajo internacional serio, ya que no encontrarían los obstáculos a los que deberían enfrentarse en Ginebra.74
A principios de enero de 1928, el Woman’s Party aún no había conseguido convencer a Leo Rowe, director de la Unión Panamericana, de nombrar delegadas a la conferencia o de cambiar el programa para incluir los derechos de la mujer. Sin embargo, Paul decidió enviar una delegación no oficial encabezada por Doris Stevens, que acababa de ser nombrada presidenta del Comité de Relaciones Internacionales del NWP.75
Su misión era sentar las bases para un tratado internacional sobre derechos de la mujer. Paul, que había comenzado sus estudios en legislación internacional después de licenciarse en la Washington College of Law en 1922, creía que un tratado internacional garantizaría los derechos igualitarios de todas las mujeres del continente americano de manera más rápida que si se conquistaban en cada país uno a uno.76 Su visión estaba profundamente influida por las innovaciones interamericanas en derecho internacional. Paul había estudiado la resolución de Santiago de 1923 y las publicaciones del Instituto Americano de Derecho Internacional, organización creada por el jurista chileno Alejandro Álvarez y el estadounidense James Brown Scott, defensores del panamericanismo que buscaban codificar el derecho interamericano. Ella sabía que este grupo había patrocinado la Comisión Internacional de Juristas de 1927 en Rio de Janeiro, que trajo avances en la utilización de tratados en derecho privado internacional, entre ellos la situación civil de las mujeres. Puede también que Díaz Parrado le comentase a Paul la propuesta de González y Domínguez referente a un tratado sobre derechos de la mujer en el congreso de Panamá de 1926.77
En la víspera de su viaje a La Habana, Paul les envió a Doris Stevens y Jane Norman Smith, presidenta del órgano ejecutivo del NWP, una serie de documentos jurídicos en defensa del método del tratado. Todas ellas sabían que un tratado representaría un giro importante en la estrategia feminista. La Décima Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que garantiza los derechos reservados a cada uno de sus estados, complicaba la aprobación de un tratado internacional que buscara intervenir en la jurisdicción estatal y nacional. Sin embargo, Paul encontró un precedente legal federal de un tratado internacional en “Missouri v. Holland”, un caso de la Corte Suprema de 1929 diseñado para proteger a las aves migratorias en Canadá y Estados Unidos. Este caso concluía que aplicar un tratado contra los intereses de un estado individual no constituía una violación de la Décima Enmienda.78 Tal como les había subrayado Paul a Stevens y Smith, un tratado sobre derechos de la mujer era constitucional, aunque el Departamento de Estado dijera lo contrario. Paul escribió que podía significar una revolución ideológica, pero desde luego era una constitucional.79
Armada con planes sobre lo que ella consideraba el primer tratado propuesto por mujeres para mujeres, Doris Stevens, junto con Jane Norman Smith y Alice Paul, reconocía que su éxito en La Habana no sólo impulsaría la ERA en Estados Unidos, sino que también minaría los esfuerzos internacionales de Carrie Champan Catt, con quien el NWP mantenía una relación antagónica.80 Todas ellas tenían plena conciencia de que la virulencia contra Catt en América Latina estaba motivada por sus arrogantes aires de superioridad. A pesar de que estaban de acuerdo con Catt en que el feminismo estadounidense era más avanzado que el de América Latina, decidieron no repetir el error de reivindicar su liderazgo sobre las mujeres latinoamericanas. Smith reconocía que el NWP, durante los últimos cinco años, parecía haberse dormido frente a la resolución de 1923, mientras que los miembros del Club Femenino impulsaban un apoyo activo a la resolución. Por lo tanto, consideraba que decirles a esas mujeres qué debían hacer sería un atrevimiento y hasta una ofensa.81 Katharine Ward Fisher instó a Smith a funcionar en los mismos términos que las mujeres latinoamericanas y a entender su punto de vista. Esto, le decía, sería muy beneficioso con vistas al futuro.82
Al llegar, Stevens, Smith y otras representantes del Woman’s Party realizaron denodados esfuerzos por presentarse como hermanas de las mujeres cubanas más que como maestras o misioneras a quienes enaltecer.83 Marcaron un contraste deliberado con la posición de Catt de cuestionar la aptitud de las mujeres latinoamericanas para la igualdad y proclamaron que las mujeres de América Latina y Estados Unidos merecían los mismos derechos civiles y políticos. Enviaron una carta a organizaciones feministas cubanas en la que argumentaron que la opresión de las mujeres era un asunto internacional. En ella explicaban que no había ningún país de Norte o Sudamérica en que hombres y mujeres disfrutaran de una igualdad de derechos ante la ley. No dejaron de hacer énfasis en que las mujeres estadounidenses estaban en el mismo barco, igual de subyugadas, si no es que más, que las latinoamericanas. En lugar de acentuar el derecho de la mujer al sufragio, la carta hacía una lista de los muchos estados de Estados Unidos donde los sueldos de las mujeres casadas les pertenecían a sus maridos, donde el ordenamiento jurídico en cuestiones de herencia, guarda y custodia era desigual y donde una mujer no podía firmar un contrato ni participar en empresas sin el consentimiento de su marido. Invirtiendo el orden jerárquico estándar, destacaban que las mujeres estadounidenses necesitaban el apoyo de las feministas cubanas para ayudarlas a obtener derechos igualitarios.84 En un primer momento, las mujeres del Woman’s Party recibieron una tibia respuesta. Pero a medida que las mujeres cubanas leían y hacían circular la carta, las colaboraciones comenzaron a florecer.85
Además de poner en duda el feminismo imperial de Estados Unidos, estas integrantes del NWP se presentaban cada vez más como contrarias al imperialismo estadounidense, de un modo más amplio. Su estrategia se había precipitado gracias a la oposición del Departamento de Estado a sus metas. Cuando Stevens y Smith solicitaron una audiencia en la conferencia al enviado y ex secretario de Estado, Charles E. Hughes, Smith contó que las había tratado como si fueran niñas pequeñas.86 Hughes había ido a La Habana a defender el statu quo en América Latina y a oponerse a cualquier política que cuestionara la estrecha definición de derecho internacional del Departamento de Estado. Estas políticas incluían propuestas de las delegaciones de América Latina para presionar contra la intervención estadounidense y a favor de relaciones más multilaterales. Su argumento —que los derechos de la mujer caían dentro de la jurisdicción nacional y no internacional— se transformaría en un estribillo que se repetiría en futuros debates panamericanos.87 Hoy continúa como una justificación habitual para la resistencia de Estados Unidos a firmar tratados