Heredera por sorpresa. Diana Ma

Читать онлайн.
Название Heredera por sorpresa
Автор произведения Diana Ma
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418509223



Скачать книгу

serie solo cambió un detalle incorrecto por otro que también lo era, lo cual no la hace mejor. —Así que ¿ahora mi madre pretende saber lo que sucedió en la época de la dinastía Tang? Eso solo demuestra, una vez más, lo cabezota que puede llegar a ser. Mi madre es la persona con más fuerza de voluntad y determinación que conozco. Por eso habla un inglés casi perfecto, a pesar de que llegó a Estados Unidos ya en la edad adulta—. Además, no me gustan las ideas que te ha dado esa serie.

      —¡Lo que realmente quieres decir es que no apruebas nada que me inspire a ser actriz! ¡Quieres que sea doctora, abogada o algo similar!

      De acuerdo, reconozco que es una acusación injusta. Mi madre nunca me ha presionado para que me matricule en una carrera concreta. Además, tampoco se podría decir que su propia formación en Historia del Arte sea un camino convencional hacia el éxito.

      —¿Quieres ser actriz? ¡Muy bien, sé actriz! Pero ¡actúa con cabeza y ve a la universidad primero! ¿Crees que llegué a ser directora de un museo porque vi un cuadro y me «inspiré» de la nada? —Toma aire de forma audible—. Pero no se trata de que quieras ser actriz. Es que no me gusta esa serie. ¡Luan qi ba zao! Te llena la cabeza de tonterías. ¡Kai wan xiao!

      Ahora sé que no está diciendo la verdad. Acaba de utilizar sus dos insultos más mordaces. Luan qi ba zao, que significa «desordenado y caótico», y lo emplea en ocasiones para referirse al estado de mi habitación. Kai wan xiao, que quiere decir «tienes que estar de broma», está reservado para los precios demasiado altos. Nunca ha utilizado ninguna de las dos frases para describir algo artístico. Uno pensaría que mamá, como directora de un museo, sería una esnob en lo que a arte se refiere, pero es todo lo contrario. No le gusta criticar ningún tipo de arte, y mucho menos a sus queridos dramas chinos. Por eso sé que el verdadero problema está en que yo quiera ser actriz.

      —¡La serie no es una tontería, y lo sabes! ¡Y tampoco lo es que aspire a ser actriz!

      Ella ignora mi arrebato:

      —¿Ya tienes un trabajo?

      Mi silencio responde a su pregunta, y añade con tono suave:

      —Podemos darte qian para el alquiler.

      «Dinero». En el fragor de nuestra peor pelea, mamá juró que no me apoyarían si no iba a la universidad este otoño, pero debería haber sabido que al final se retractaría de su amenaza. Estoy segura de que no le ha resultado fácil dejar atrás su orgullo de esa manera, pero yo también tengo el mío.

      —No, gracias.

      Ella suspira:

      —Tu padre creció en la pobreza, ¿sabes?

      Parpadeo sorprendida. Mis padres nunca hablan de su pasado.

      —Está muy preocupado por ti —admite mamá—. Delun —eleva el tono de voz—, ¡ponte en la otra línea y dile a nuestra hija lo mucho que te preocupa!

      Mis padres son las únicas personas que conozco que todavía tienen un teléfono fijo además de sus teléfonos móviles.

      —Mamá —gimoteo. Lo último que quiero es tener una conversación con papá sobre su preocupación por mí. Hablar de sentimientos siempre le hace sentirse incómodo.

      De fondo, escucho que dice:

      —Lei, no es necesario.

      Mamá lo ignora y añade:

      —No quiere que tengas que preocuparte por si podrás comer o encontrar un lugar en el que vivir como le pasó a él. Ahora se pone al teléfono papá.

      «Vale. Allá vamos».

      Papá coge el teléfono:

      —¿Cómo va tu economía, Gemma?

      Así es papá, directo al grano. Pero, en su idioma, «¿cómo va tu economía?» significa, más o menos, «te quiero». Además, a diferencia de mamá, él nunca hace amenazas de manera impulsiva que después vaya a contradecir. A él tampoco le gustó que aplazara mi acceso a la universidad, pero no me amenazó con quitarme la ayuda económica.

      —Bien —miento.

       —Hao.

      —Estoy bien —repito.

      Se produce un silencio incómodo.

      Mamá interviene y me rescata:

      —¡No está bien! —Bueno, más o menos.

      —Lo estoy, mamá, de verdad. Papá y tú no tenéis que preocuparos por mí. —Hago una pausa—. No sabía que papá había crecido en la pobreza. ¿Tú también?

      Mi padre hace un ruido ahogado y oigo el clic del teléfono que indica que ha colgado.

      —No —responde mamá—, pero no tenía nada comparado con todo lo que he conseguido hasta ahora. ¿Sabes por qué? —«Aquí viene: porque trabajé duro y porque fui a la universidad». Pero mi madre es demasiado inteligente para hacerlo tan obvio—. Porque tu padre y yo nos tenemos el uno al otro, y te tenemos a ti. Solo quiero lo mejor para nuestro bao bei.

      Ahora ha sacado la artillería emocional pesada. Cuando era pequeña, mi madre me llamaba bao bei, que significa «tesoro». Y, en caso de que eso fuera demasiado sutil, mi padre se refería a mí como «Gem» para abreviar. Soy su gema, su tesoro; lo entiendo. No me siento presionada en absoluto.

      —Crees que irás a la universidad después de este año «sabático» —asegura—, pero sé lo que es ser joven e impulsiva. Es muy fácil distraerse de lo importante y, créeme, te arrepentirás durante el resto de tu vida si pierdes de vista lo que merece la pena de verdad.

      Esta mujer está desaprovechada como directora de museo; podría impartir lecciones de teatro.

      Alzo la voz para que se me escuche por encima del estruendo de los coches que circulan a toda velocidad a mi lado y digo:

      —Sé lo que es importante para mí, y es actuar. No es una decisión impulsiva ni una distracción. ¡Es mi vocación!

      —No te pido que dejes de actuar. ¡Solo digo que primero vayas a la universidad para que tengas otras opciones! ¿Cuánta gente se gana de verdad la vida con la interpretación?

      «Es hora de cambiar de táctica».

      —Sara Li se tomó un año sabático, y su madre no se lo echó en cara.

      Esa pobre chica necesitaba un año sabático tras haber soportado interminables bromas sobre su nombre desde la escuela primaria. Hasta el día de hoy, Sara Li no puede mirar un postre helado sin estremecerse.

      Por una vez, mamá permanece impasible ante la mención de la hija de su mejor amiga.

      —No tienes que ser como Sara Li.

      «¿De verdad?». Toda mi vida he oído a mamá hablar de la perfecta Sara Li, ¿y ahora me dice que no necesito ser como ella? (Si Sara no fuera mi amiga, la odiaría).

      Luego, cae en su costumbre de adorar a Sara Li y añade:

      —Además, Sara Li se matriculó en Harvard. —Es como si mamá no pudiera contenerse.

      Aprovecho lo que acaba de decir:

      —E iré a la universidad el próximo otoño, como hizo Sara después de su año sabático. ¿Estarías más contenta si hiciera lo mismo que Sara durante su año sabático? —«Oh, no, no vayas por ahí, Gemma», pero mi estúpida boca es más rápida que mi cerebro—. ¿Ir a Pekín?

      Se hace un silencio glacial al otro lado de la línea y se me seca la garganta.

      A lo largo de los años, he elaborado un montón de teorías descabelladas sobre por qué mi madre no quiere que vaya a Pekín. Un pretendiente a quien rechazó convertido en acosador. Un pasado criminal. La mafia china (si es que existe tal cosa) le ha puesto precio a su cabeza. O, tal vez, solo piensa que el aire no es saludable. De vez