Heredera por sorpresa. Diana Ma

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Название Heredera por sorpresa
Автор произведения Diana Ma
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418509223



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le toca a él, nos intercambiamos los papeles. Trato de distraerlo con bromas, pero él mantiene la mirada fija en la pista. Por lo visto, los dos somos competitivos.

      Al final, gano por los pelos.

      —¡Y ahora a saborear la victoria! —anuncio con alegría.

      El rostro de Ken se ensombrece y la ansiedad me recorre el estómago. Oh, no. Por favor, que no sea como Paul, que no soportaba perder. Soy competitiva, pero no una mala ganadora. Las bromas amistosas son parte de la diversión, aunque algunos no piensen lo mismo, sobre todo, cuando han perdido.

      Sobre la marcha, convierto mi puño al aire en un encogimiento de hombros.

      —La suerte del principiante.

      Al instante, me arrepiento de haberlo hecho. Así era yo con Paul, siempre preocupada por su ego, y es una de las razones por las que rompí con él. Me juré a mí misma que nunca volvería a tener otra relación así.

      La sombra desaparece del rostro de Ken.

      —Has ganado de forma honesta, así que nada de falsa modestia, ¿vale? —Abre una lata de refresco y me la ofrece.

      Aliviada, acepto el refresco y nos sentamos en el banco de vinilo negro.

      —Mis amigos de toda la vida me acusan de ser demasiado competitiva —admito—. Me han prohibido jugar al Monopoly por petición popular.

      Ken se ríe.

      —Yo también soy competitivo. Es la consecuencia de tener padres chinos. —Entonces empieza a imitar a sus padres—: ¿Has sacado un nueve en ese examen? ¿Cómo han sido el resto de notas? ¿Alguien ha sacado un diez?

      —¿A que sí? Una vez obtuve un sobresaliente bajo y mi madre me obligó a hablar con mi profesor de inglés sobre ello. —Para ser justos, solo lo hizo una vez, y fue porque pensó que merecía más nota.

      —Bueno, ¿qué esperabas? —se burla—. ¡Después de todo, sacaste un «suficiente asiático»!

      Me río a carcajadas y me siento muy a gusto. Nunca me río de este tipo de cosas con mis amigos occidentales, que no entenderían la broma. Pero con Ken puedo compartir un chiste interno en lugar de ser el blanco de una broma.

      —Padres estrictos, ¿eh? —pregunta Ken.

      —No —admito—. Me presionaban mucho para que diera lo mejor de mí en el colegio, y tenía un toque de queda, pero eso es todo.

      Levanta las cejas.

      —¿Así que tus padres dieron el visto bueno para que te mudaras a Los Ángeles para ser actriz?

      Me río.

      —No exactamente. —No les hizo demasiada ilusión que aplazara mi ingreso en la UCLA para perseguir mi sueño—. Quiero decir que no se enfadaron ni me amenazaron. Fue mucho peor que eso. —Bajo la voz en un susurro melodramático—. Estaban decepcionados.

      Seguimos hablando de nuestros padres durante un rato, y entonces Ken se acerca un poco más a mí. Se me tensan los hombros por la emoción. «¿Va a besarme?». En lugar de eso, me pregunta:

      —Oye, ¿quieres ir a comer algo?

      Me trago mi decepción y me convenzo a mí misma de que en realidad es bueno que quiera pasar el rato conmigo y conocerme en lugar de intentar meterme la lengua hasta la garganta.

      —Lo vas a conseguir —le digo.

      —Estoy seguro de que estuviste genial en el casting, Gemma. —Suena totalmente sincero, como si quisiera este papel para mí tanto como para sí mismo.

      —Debo admitir que me costó mucho hacer que la pasta de dientes pareciera emocionante. —Pongo un tono de voz más sensual—. Ahora en menta fresca y canela caliente.

      Ken se ríe.

      —Si dijiste las frases así, ¡seguro que te darán el papel! —Se acerca a la mesa y se desliza hacia mi lado del banco corrido de forma que quedamos casi cadera con cadera—. Déjame intentarlo. —Con la mirada fija en la mía, dice en voz baja y áspera—: Pasta de dientes con un frescor intenso para esos encuentros especiales.

      Se me seca la garganta de golpe. Ken me coloca la mano en la nuca, lo que provoca que se me ericen los pelos del cuello, y me atrae hacia él despacio. Me besa la mejilla y levanta una de las comisuras ante mi suspiro involuntario. Entonces, sus labios se encuentran con los míos.

      Nuestro beso es lento y dulce, como debe ser en una primera cita.

      De pronto, mi cerebro se descontrola. «Lo cierto es que sabe lo que hace. ¿Ha besado a mucha gente? ¿Dónde debo poner las manos? ¿Le estoy devolviendo el beso con suficiente ímpetu… o no?». Un. Tío. Bueno. Me. Está. Besando. «Cállate, cerebro, y déjame disfrutar de esto».

      Justo cuando por fin me he centrado en el beso, Ken se aparta y mi interior se derrite por completo. Decepcionada, me prometo a mí misma que la próxima vez me permitiré disfrutar de verdad. Si es que hay una próxima vez, claro.

      —Entonces, ¿puedo volver a verte? —pregunta con otra sonrisa de lo más atractiva.

      Es un milagro que no me caiga al suelo de alivio, y es todavía más sorprendente que suene casi tranquila al responder:

      —Claro.

      Capítulo 2

      Unas semanas más tarde, soy la chica más feliz del planeta. Tanto que necesito que alguien me pellizque porque creo que esto debe de ser un sueño. Ken y yo estamos juntos, y hemos salido a celebrar que ha conseguido el papel para el anuncio de pasta de dientes. No menciono que me han vuelto a llamar para una segunda audición para el papel que estoy intentando conseguir. De hecho, no se lo he dicho a nadie. A pesar de lo increíble que es llegar a la tercera y última fase del casting, conseguir este papel no deja de ser una posibilidad remota, así que intento no hacerme ilusiones.

      El coche se dirige al oeste, pero Ken no me dice adónde vamos.

      —Es una sorpresa.

      Me encanta lo espontáneo y divertido que es, aunque sus rasgos cincelados y su cuerpo espectacular tampoco están de más.

      Veinte minutos después, llegamos a la playa. Salgo de un salto casi antes de que Ken haya aparcado.

      —¡Esto es perfecto! Quiero decir, me encanta el lago Míchigan, pero la playa es tan… —Extiendo los brazos y contemplo la arena dorada y las olas blancas que se adentran en el horizonte bajo el sol abrasador—. ¡Maravillosa!

      Mientras sonríe, Ken rodea el coche para acercarse a mí.

      —Me alegro de que te guste.

      Durante las siguientes dos horas, me siento como si estuviéramos en un vídeo musical asiático de esos que salen de fondo en la pantalla de las salas de karaoke, sin importar qué canción hayas elegido. No me refiero a la parte en la que la chica deambula triste bajo la lluvia, sino al flashback en el que juguetea en la playa con un vaporoso vestido blanco junto al chico de sus sueños.

      De