Robar el fuego. Faundo Arena

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Название Robar el fuego
Автор произведения Faundo Arena
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789877477580



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primeras preocupaciones se remontan a la niñez y el período escolar. Recuerdo que los domingos a la noche ya me preocupaba que llegara el lunes y vuelta a levantarme temprano para ir todo el día a la escuela (no me gustaba mucho ir al colegio de niño). Luego me preocupaban los exámenes, me preocupaba tener que levantar la mano para hablar frente a los otros niños (por eso pocas veces lo hacía), y me preocupaba tener que hacer la tarea cuando llegaba a casa. Pero mis primeras preocupaciones no fueron solo con la escuela, recuerdo que cuando mi padre o mi madre enfermaban, me preocupaba por ellos, temía de que no estuvieran por siempre a mi lado. Más adelante siguieron nuevas preocupaciones: cuando se rompía mi computadora, entrar a la universidad, alguna amistad rota, cuando el automóvil no funcionaba bien, ganar suficiente dinero para pagar el saldo de la tarjeta de crédito del mes, y un sinnúmero de etcéteras. Recuerdo que noté esto ya en mi adolescencia, luego de haber superado algo que me venía preocupando hacía mucho tiempo (si mal no recuerdo, era un examen que, si no lo aprobaba, debería hacerlo durante la temporada de verano, una verdadera tragedia adolescente). Lo aprobé. Había superado aquello que nublaba mi mente desde hacía tantos días y sentí por un instante la fresca brisa de la libertad interior. “¡Ah! Soy libre… que bien se siente esto. ¡Estoy más liviano!”, fue entonces cuando algo en mí despertó y me pregunté lo siguiente:

      “Ok, sé que esto no durará para siempre. ¿Cuál será la próxima preocupación?”.

      En ese momento, toda la libertad y la liviandad que me había ganado se desvaneció en un instante: me estaba preocupando sobre mis preocupaciones. Desde entonces, las preocupaciones continuaron formando parte de mis días (hasta la actualidad, vamos que no soy ningún ser de Marte), pero afortunadamente hoy puedo percibirlas como lo que realmente son: la parte de mí a la que le encanta jugar el juego del miedo.

      La parte que no quiere

      Cuando hablo sobre los procesos creativos y nuestras maneras de transitarlos, suelo jugar con la metáfora del ángel y el demonio en nuestros hombros; nuestra existencia se reduce muchas veces a una tensión entre dos partes que pujan por nuestra atención: la parte de nosotros que quiere y la parte de nosotros que no quiere.

      La parte de nosotros que quiere es entusiasta. Le encanta salir a recorrer el mundo, conocer, aprender y hacer algo con todo ello. Es la parte de nosotros que ejerce la curiosidad cada vez que la dejamos, que le interesa comprender el porqué de las cosas porque entiende que hay algo atractivo y aventurero en todo ello. La parte de nosotros que quiere es aquella que –quizás muy de vez en cuando– nos dice “¡Ey! Qué tal si nos animamos a tomar una clasecita de teatro, ¿eh?” o “¡Vamos a crear un emprendimiento!”. Todos tenemos dentro de nosotros una “parte que quiere” que naturalmente sintoniza con la dinámica universal de las cosas. Si analizamos la historia del universo desde la explosión del Big Bang, de alguna manera todo está en permanente acomodo y evolución hacia algo más. Todo está avanzando, chocando, combinándose, creándose y recreándose para generar algo nuevo; ¡todo es creativo! Asimismo, hay una parte de nosotros que quiere formar parte de esa expansión universal y se manifiesta a través de la curiosidad, las ideas y las ganas de hacer que las cosas sucedan.

      Pero no todo es color de rosa en esta historia, porque al otro lado de nuestra mente se encuentra la parte que no quiere. Se trata de esa parte de nosotros que evita lo nuevo o cualquier cosa que nos genere temor, duda o incertidumbre. Es esa parte de nosotros que cuando pensamos en una idea, inmediatamente se dedica a generar pretextos y excusas para evitar llevarlas a cabo.

      “¿No te parece que es una muy mala idea?”.

      “Nah, seguramente no tenemos lo que se necesita”.

      “¡Es una tontería que solo a un tonto se le puede ocurrir!”.

      “¡Quedarás en la ruina, solo y tirado en las calles por haber intentado hacer algo por tu propia cuenta! ¡Sigue a la manada! ¡Sigue a la manada!”.

      Dicen que quien sigue a la manada no hace más que pisar la caca que esta deja tras de sí. Y esto es lo que generalmente sucede cuando le damos extrema importancia a la otra parte de nosotros: la que no quiere. Avanzamos por la vida aferrados a lo que conocemos, negándonos a cuanta oportunidad de crecimiento aparece, eligiendo los caminos conocidos, evitando lo nuevo, llenando nuestros días de ansiedad, vacío y aburrimiento.

      La parte que no quiere quiere que te quedes como estás. De hecho, está un poco ofendida contigo por haber comprado este libro. Prefiere que nada cambie, porque si algo cambia, algo desconocido puede suceder y todo aquello que sea desconocido es un factor de amenaza. La parte que no quiere prefiere mirar series cuando tenemos tiempo libre. La parte que no quiere rompe ese nuevo hábito positivo que estabas intentando generar (resulta que habías tomado la decisión de salir a caminar veinte minutos todos los días, ¡y al tercer día ya tenías ganas de hacer otra cosa más cómoda en lugar de salir!). La parte que no quiere es muy creativa generando excusas para todo aquello que sea cambiar o intentar evolucionar. La parte que no quiere logra convencerte no solo con argumentos, sino también con imágenes mentales y hasta hechos en la realidad (a través de los sesgos cognitivos, filtros mentales que solo ven en la realidad aquellas cosas que comprueban tus creencias, por más erróneas que estas sean). Te ves fracasando, pasándola mal, teniendo vergüenza, como un perdedor o perdedora. La parte que no quiere te manipula a través de la culpa autoimpuesta: te recuerda que eres demasiado responsable de tu vida y que cualquier movimiento brusco es, sencillamente, un acto osado e irrespetuoso para los demás. Sí, leíste bien, para los demás. Porque a la parte que no quiere no le interesa tanto tu persona, sino la imagen que los demás tienen de ti. ¿Qué dirán cuando fracases? ¿Te seguirán queriendo? ¿Cómo tolerarás la situación de no ser aceptado? ¿Qué estarán pensando ellos de ti en este momento? (Nada, la mayoría de nuestros pensamientos son sobre nosotros mismos, ¡cada uno está en su mundo!).

      Ahora bien, en medio de esta dualidad, de esta tensión interna entre el “yo expansivo” y el “yo conservador” que todos llevamos dentro, hay un tercer elemento que es, quizás, quien esconde el secreto hacia la solución de este dilema. Veámoslo de la siguiente manera: cada vez que se genera esta tensión entre ambas partes, nosotros tomamos partido por alguna de ellas. A veces nos animamos a las cosas, otras veces no tanto. Es como si ambas partes fueran en un automóvil, y a veces dejamos que una de ellas tome el volante y conduzca, y otras veces dejamos que la otra lo haga. Cada una de ellas tomará una ruta distinta y nos llevará a un lugar distinto. Ahora bien, cierto día nos damos cuenta de esta realidad (quizás te esté pasando en este mismísimo momento, ¡felicidades!) y el mero hecho de darte cuenta añade un tercer actor a la ecuación: la parte de nosotros que sabe que esto sucede. Es la parte que se da cuenta de que hay otras dos que hablan. Vendría a ser como una parte de nosotros que se ubica en el asiento de una conciencia superior y desde allí puede ver claramente como a veces te habla la parte “que quiere”, y otras veces te habla la parte “que no quiere”. Esta zona consciente es un potencial con el que todos contamos, pero no todos tenemos despierto y en ejercicio. “Darnos cuenta de que nos podemos dar cuenta” es probablemente una de las condiciones más poderosas del ser humano. Porque entonces, la próxima vez que hable la parte de nosotros que no quiere podremos responder:

      “¡Ey! Ahí está hablando la parte de mí que teme, que no quiere que nada cambie y que prefiere que me quede en casa. Genial, ¿qué sugiere? Oh sí, sugiere que es mejor mirar tele hasta que me duerma en lugar de conectarme con mi propósito personal. Perfecto, ahora puedo decidir”.

      Bienvenidos al “despertar de la conciencia”. Que no es ni más ni menos que darnos cuenta cada vez que tenemos la oportunidad de hacerlo. Darnos cuenta cuando estamos felices, darnos cuenta cuando estamos tristes, darnos cuenta cuando sentimos una pizca de curiosidad por algo, darnos cuenta cuando generamos excusas, darnos cuenta cuando sentimos fatiga de ponernos a estudiar, darnos cuenta cuando nos enamoramos, darnos cuenta cuando tenemos ilusiones, darnos cuenta cuando destruimos esas ilusiones…

      Darnos cuenta cuando actuamos desde el amor propio y darnos cuenta cuando actuamos desde el miedo.

      Darnos cuenta de que estamos leyendo un libro porque estamos seguros de que hay algo más ahí esperándonos, algo que se oculta tras el