Название | Robar el fuego |
---|---|
Автор произведения | Faundo Arena |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877477580 |
Si viéramos al cerebro como una cebolla, muchos de los elementos relacionados con la activación del miedo se encuentran ubicados en la zona más profunda, por lo cual se cree que están ahí desde que el cerebro era un órgano mucho más básico en los primeros animales. Todos ellos en conjunto se conjugan para generar/gestionar nuestros miedos y a través de ellos, colaborar con nuestra supervivencia. ¿Cómo lo hacen? Interpretando la información sensorial (que llega “desde afuera”, el contexto o “desde adentro” el universo interior) e intentando determinar niveles de peligro. En caso de que un estímulo represente algún tipo de amenaza (por ejemplo, un ruido inesperado en medio de la noche), la amígdala “genera miedo” e inmediatamente el hipotálamo activa el sistema nervioso autónomo a través del cual se manifestarán las reacciones físicas que nos invitarán a quedaremos congelados, o intentar huir.
Para comprender mejor este sistema veamos un ejemplo. Hace algunos miles de años un tatara, tatara, tatarabuelo mío iba caminando por algún valle cuando de pronto se cruza con un lobo; una temible fiera capaz de hacerle mucho daño con un solo mordisco. Al visualizar al animal, la corteza sensorial envía la información a la zona profunda del cerebro, esta inmediatamente determina el nivel de peligro y, en función de ello, se encarga de “generar miedo” para activar el sistema de supervivencia: las pulsaciones se aceleran, la vista se agudiza, siente un temblequeo general, la respiración se hace más corta y todo el cuerpo se prepara para tomar una decisión: congelarse o correr.
La amígdala juega un rol fundamental en todo esto porque es la que se encarga de decidir si estamos en peligro y activar los mecanismos correspondientes. Y gracias a su efectivo funcionamiento es la responsable de que aún estemos aquí y hayamos sobrevivido a las principales catástrofes de la historia del mundo conocido. Ahora bien, podemos comprender que hace miles de años la función de la amígdala era fundamental para nuestra supervivencia, pues vivíamos en constantes oportunidades de encuentro con fieras y otros peligros naturales. Pero hoy, la cosa es bien distinta, ya no hay fieras caminando por las calles sino que los peligros son otros… y eso a la amígdala no le importa demasiado puesto que no es su función determinar si los estímulos son peligros reales a nuestra supervivencia o no. Entonces se nos activa por motivos que quizás no son tan graves, y de manera mucho más frecuente de lo que sería deseable. Hoy se nos puede activar el sistema de “correr” o “congelarnos” en una discusión con otra persona, con la llegada de una carta documento, o con el aviso de que mañana hay examen. Las fieras del siglo XXI no muerden, pero atemorizan de igual manera a los seres humanos.
Las causas que pueden activar nuestro sistema generador de miedos pueden ser muchas, pero a todas ellas las podemos resumir en cuatro grupos:
La incertidumbre: No saber qué sucederá, lo incierto, lo nuevo y todo aquello que viene a romper con nuestras rutinas y nuestros esquemas cotidianos es un gran activador del miedo. ¡El motivo mismo de este libro!
La atención: Cuando algo más pone la atención sobre nosotros, el miedo se activa. Si es un yaguareté, tenemos miedo a morir. Si es un profesor pidiéndonos que respondamos a una pregunta de examen frente a nuestros compañeros, tememos pasar vergüenza.
El cambio: La parte de nosotros que se encarga de “resguardar” nuestro bienestar detesta el cambio. Porque el cambio nos obliga a hacer un esfuerzo, a reacomodarnos, a conectarnos con lo incierto al mismo tiempo que genera una posibilidad de sufrimiento o fracaso.
Lo difícil: Todo aquello que nos supere en nuestras destrezas, o que al menos requiera un poco más de esfuerzo e inteligencia de lo que estamos acostumbrados, nos genera miedo. ¿Y si no somos suficientes? ¿Y si cometemos un error? ¿Y si la situación nos supera?
Estos cuatro vectores son posiblemente capaces de atravesar todos los miedos habidos y por haber. ¡Hagamos un pequeño ejercicio!
Miedo a… | Incertidumbre | Atención | Cambio | Difícil |
Irme a vivir con mi pareja | X | X | ||
Dar un examen | X | X | ||
Iniciar un emprendimiento | X | X | X | |
Usar los ascensores | X | |||
Decir en voz alta lo que verdaderamente pensamos | X | |||
Quedarnos sin dinero | X | X | X | |
La soledad | X | X | X |
Entonces…
Estamos enamorados de una persona, pero siempre dejamos para después la oportunidad de decírselo a la cara y ocupamos nuestro tiempo haciendo otras cosas (¡corre!).
Vemos que algo no está bien en nuestro lugar de trabajo, pero decidimos quedarnos callados (¡quieto!).
Tenemos una gran idea para desarrollar un emprendimiento, pero optamos por utilizar todo nuestro tiempo libre mirando series y scrolleando en las redes sociales (¡corre!).
Cada uno de estos eventos (y muchísimos otros más) significan una verdadera oportunidad en nuestras vidas, pero también tienen algo de incertidumbre, de atención, de cambio o de dificultad. Y para nuestra amígdala, todo eso se traduce lisa y llanamente en peligro si la información no llega a ella correctamente contextualizada. Corremos o nos quedamos quietos en lugar de hacer frente al asunto.
Es importante remarcar que muchas veces las decisiones no las tomamos conscientemente desde la búsqueda de la seguridad o el nivel de peligro que nos representan, sino desde lugares más comunes o inofensivos, como por ejemplo el terreno de “lo fácil” vs “lo difícil”. Solemos optar por lo fácil en lugar de lo difícil porque aquello que se nos da con facilidad sentimos que nos ofrece una gratificación instantánea. En cambio, lo difícil es un cúmulo de incertidumbres que puede significar diversidad de peligros.
También debemos hablar de un aspecto importante del miedo que es el que más solemos padecer los seres humanos: las sensaciones físicas. Si el miedo fuera solo cuestión de visualizar el peligro, congelarnos o correr, quizás no nos afectaría demasiado. Pero el miedo muchas veces se siente en el pecho cuando se nos corta la respiración y se nos aceleran los latidos. Se siente en las manos cuando sentimos un sudor frío correr por ellas. Se siente en los ojos cuando nos damos cuenta de que nuestra visión se distorsiona. Se siente en las piernas cuando percibimos que tiemblan y se percibe en el ambiente en el que estamos cuando sentimos que las paredes se nos vienen encima o todo comienza a girar. Las sensaciones físicas son la demostración de que los mecanismos del miedo están activados y que las hormonas del estrés ya están recorriendo todo nuestro cuerpo. Pero, como mencionábamos anteriormente, cada una de estas sensaciones físicas tiene una función concreta: colaborar con nuestra supervivencia. ¡No están ahí para hacernos daño, sino para ayudarnos a seguir viviendo!
La sangre recorre nuestro cuerpo más rápidamente para que los músculos estén irrigados y listos para el escape.
La respiración se entrecorta para que no le enviemos demasiado oxígeno al cerebro y este pueda seguir funcionando con normalidad.
Las pupilas se dilatan para que podamos ver mejor en la periferia
Y así sucede con el resto de los síntomas: todos están allí por algo, todos están allí para ayudarnos a sobrevivir al peligro.
Muchas veces nuestros miedos se agravan cuando comenzamos a darnos cuenta de que tenemos algunos de estos efectos en nuestro cuerpo. Y como no tenemos toda la información, suponemos que algo anda mal, que tenemos un problema de salud o incluso que nos estamos por morir cuando, en realidad, no estamos más que sintiendo miedo, un miedo que está allí para ayudarnos a seguir viviendo. Entender esto nos ayudará a sobrellevar las futuras situaciones de estas características y es importante destacar que estos síntomas funcionan