Название | No me olviden |
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Автор произведения | Rodrigo Fica |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560950611 |
La tercera reflexión es acerca de las implicancias de haber establecido en la definición de ambiente de montaña (I.B.2) la exigencia que este debe ser una región sólida.3
Tal restricción, una que pronto se revela como un punto de partida para una extensa y relevante discusión macro, es necesaria a pesar de su obviedad para así poder descartar de este estudio aquellos accidentes producidos en los elementos de “aire” o “agua”; ya sea por caídas o hundimientos de vehículos mecánicos (aviones, barcos, helicópteros, lanchas...), por sus propias actividades de aventura (kayak, rafting, paracaidismo, parapente...), o los derivados de las variadas acciones humanas realizadas en su entorno (como los ahogados en playas, lagos, ríos o lagunas).
El motivo principal de estas exclusiones se centra en el hecho que tales medios generan dinámicas tan diferentes a las que se están abordando en este trabajo, que las explicaciones casi se podrían dar por entendidas. Como lo que acontece cuando las personas se suben a una aeronave (o buque) de transporte, en donde ellas esperan arribar a otro sitio ubicado a centenares o miles de kilómetros de distancia sin mediar esfuerzo físico de su parte; involucrándose con ello, por lo tanto, en un acto en el que no están presentes dos de los requisitos que para esta investigación son centrales: interacción riesgosa y ambiente de montaña. Exigencias que, en el caso de sus respectivos deportes de aventura, tampoco se cumplen del todo, ya que si bien la primera componente existe en la forma de un símil, la segunda no. Por ejemplo, en los paracaidistas; quienes deben resolver la problemática planteada por la caída libre (una que presenta semejanzas a lo que es la interacción riesgosa), pero sin tener que lidiar con las dificultades de desplazarse físicamente por el terreno (que es lo propio de estar inserto en un ambiente de montaña). Razonamiento que, con variaciones, se aplica también al parapente, alas delta, wingsuiting, rafting, kayak y otros tantos.
Por supuesto, tal separación entre elementos (aire, agua, tierra) se establece a pesar de que estos nunca son absolutamente independientes entre sí; las cuencas de los ríos, las condiciones lacustres o las corrientes de aire, por citar algunas, son afectadas por la topografía de las cercanas masas terrestres (y viceversa). Sumado a que en ocasiones las tragedias también se producen por impacto directo, como cuando helicópteros o aviones chocan contra un cordón montañoso. Es decir, si se busca con ahínco en los detalles, en un porcentaje no despreciable de las fatalidades producidas en las actividades de aire y agua, tarde o temprano se terminará por descubrir algún ambiente de montaña involucrado.
No obstante, encontrar tal supuesta conexión entre estos distintos elementos no justifica agregar las aludidas expresiones al estudio, puesto que el descrito vínculo es una segunda o tercera derivada y no una de tipo inmediata; tal y como la definición de interacción riesgosa exige, al sostener que la exposición al entorno debe ser una de directa relación causa-efecto (ver I.B.4). O sea, si un kayakista se accidenta, normalmente las causas de aquello se buscarán en lo sucedido en el río (y no en la montaña que origina el curso de agua); al igual que lo que sucedería con la muerte de un parapentista, en donde los análisis se enfocarán en lo que se relaciona con su vuelo (y no en si el glaciar donde cae tiene grietas). Una situación de “sentido común” que, en cualquier caso, la sociedad tiene bien asumida y que se refleja en la existencia de legislación que les entrega a ciertos organismos la potestad para investigar, fiscalizar y regular estas actividades y sus accidentes (tales como la Dirección General de Aeronáutica Civil o la Dirección General del Territorio Marítimo).
Por todo lo cual, se justifica que no aparezcan en el Listado Central incidentes como el del avión Douglas DC-3 que se estrelló en las cercanías del Nevado de Longaví en 1961 (causando 24 víctimas, dentro de ellas parte del equipo de fútbol Green Cross), la muerte del montañista y filántropo Douglas Tompkins en el lago General Carrera en el 2015 (por hipotermia tras volcarse su kayak debido al fuerte oleaje), el fallecimiento de los 3 extranjeros que realizaron un salto sobre el Polo Sur en 1997 (sus paracaídas no se abrieron por razones nunca aclaradas), el deceso de Claudia Castañeda en el río Trancura en el 2009 (quien cayó al agua haciendo rafting y fue arrastrada por la corriente) o el impacto del vuelo 107 de LAN Chile al interior del Cajón de Lo Valdés en 1965 (provocando la muerte de sus 87 ocupantes).
Análisis a los que todavía hay que agregar aquellos accidentes donde aparecen involucrados más de un elemento. Que en el caso de esta investigación se reducen a dos posibilidades: aire-tierra y agua-tierra.
Con respecto al primero de ellos (aire-tierra), se ha de advertir que son de muy baja ocurrencia; sin embargo, curiosamente en Chile existe uno cuyas repercusiones fueron de alcance mundial: la caída en 1972 en la zona del volcán Tinguiririca del avión que transportaba rugbistas uruguayos. Historia que en cuánto a lo que le compete a este trabajo, uno podría asumir que no corresponde considerarlo porque, según lo establecido, se trataría de un accidente aéreo... si no fuera por un inesperado “detalle” que lo cambia todo: hubo sobrevivientes. Quienes, a partir del momento en que el aparato se estrelló, dieron inicio a una interacción riesgosa en un ambiente de montaña vinculado a Chile (en estricto rigor, el avión capotó en el lado argentino); con lo cual, se justifica agregar a la recopilación los 8 decesos que se produjeron después de sucedido el impacto (Juan Menéndez, Liliana Methol, Carlos Roque, Enrique Platero, Gustavo Nicolich, Daniel Maspons, Diego Storm y Marcelo Pérez).
En cuanto a las situaciones agua-tierra, estas son más frecuentes; habitualmente personas que se encuentran desplazándose por un área silvestre y acaban por perder la vida en playas, ríos o lagos (ya sea por traumatismos, asfixia o hipotermia). Incidentes que son de difícil evaluación debido a que, para determinar si los eventos calzan con la accidentabilidad de la que trata este libro, los detalles de lo ocurrido importan. El deceso de un individuo por una caída a un río puede parecer a primera vista muy similar al de otra persona que se ahoga en un lago... hasta que se advierte que el primero era un excursionista que llevaba varios días caminando por un remoto bosque, mientras que el segundo era un adolescente que jugaba con sus amigos al lado de un estacionamiento de autos. Complejidad que se visualiza claramente en las finas decisiones tomadas que llevaron a la inclusión en el Listado Central de los casos de Exequiel Ortega (atrapado por el río Colorado en 1968 tras escoltar a un grupo que iba al Tupungato), el del excursionista Daniel Santibáñez (perecido por inmersión en 1989 mientras recorría el Parque Nacional Torres del Paine) o el del joven Sergio Ulloa (quien en el 2005 no volvió de una actividad cuando correspondía y sus restos aparecieron más tarde en el río Teno). Misma problemática que lleva, por otro lado, a la exclusión de los incidentes del ingeniero Miguel Sáez (quien en 1997 fue encontrado sin vida en el río Espolón), el del arriero Víctor Vidal (cuyo cuerpo sería ubicado en el río Paine poco después de salir a realizar un arreo en 1999) o el del escalador Martín Villarroel (llevado por las aguas del río Maule mientras se encontraba en el 2017 en el Valle de los Cóndores).
Ahora, los fenómenos originados por el “agua” que afectan la “tierra” no terminan aquí; también están los maremotos. Tipos de tragedias que no se consideran en este trabajo, porque su génesis destructiva se da en los océanos y, además, su accidentabilidad no tiene prácticamente relación alguna con las propias de los ambientes de montaña. Aunque... se admite que existen eventos particulares que técnicamente podrían cumplir los criterios formalizados; tal y como la destrucción por un tsunami “interno” de un caserío ubicado en las orillas del lago Cabrera el 19 de febrero de 1965. Una tragedia que se